Aunque el primer ministro, Boris Johnson, ha insistido en que Reino Unido “sí o sí” saldrá del bloque regional en octubre, el mercado natural de los productos y servicios mayoritarios de la isla tienen como destino la Unión Europea
EL ADVENIMIENTO del recién nombrado gobierno inglés encabezado por Boris Johnson hace menos de un mes, con inicio de funciones el 24 de julio pasado, da otra vuelta de tuerca a la de por sí inestable política británica. Debe enfrentar el desafío del supuesto Brexit, a cualquier costo, tal y como él lo ha expresado con su particular estilo. Es el planteamiento esencial de “tendremos Brexit para el 1 de octubre, sí o sí”.
Esta perspectiva, con amplios ribetes de artificio, puede servir como buena coartada para ganar adeptos mal-informados -tal el caso del Mandatario actual en Washington o en Brasilia- pero no sirve para velar por los intereses de una sociedad, en términos de perdurabilidad, de construir un proyecto de país viable y coherente con el desarrollo.
Es decir, esos planteamientos no se pueden sostener cuando estamos hablando en serio, con un mínimo de madurez. Esto se puntualiza, aun cuando se reconoce que tanto el conocimiento como la información coherente y el conjunto de básicos procesos de raciocinio no parecen gozar de estima mayoritaria en la sociedad actual. No es de olvidar, que para cualquier país del planeta, el sub-desarrollo de ninguna manera es de gratis.
Uno de los problemas que debe enfrentar Johnson es que en esencia no puede haber Brexit. Y no puede ocurrir, porque tal y como se ha señalado en otras oportunidades, el mercado natural de los productos y servicios mayoritarios del Reino Unido es la Unión Europea. No se trata de gustos, se trata fundamentalmente que es la lógica en la vida: percatarnos de los hechos objetivos, de las tendencias y condicionantes, de las dinámicas que operan y con base en ello tomar decisiones.
Johnson al respecto ha insistido en que la salida de Europa será compensada con acuerdos comerciales con Estados Unidos. Bueno, “amanecerá y veremos”. Pero ese también es un camino con púas venenosas. Allí está el caso de la apuesta de México con Washington desde el 1 de enero de 1994, cuando entró en funcionamiento el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan, o Nafta por sus siglas en inglés).
Que nadie se engañe o se haga el desprevenido. Ahora que México avanza en renglones de competitividad, aunque la producción de alimentos la subsidia Washington, repito, ahora que procesos mexicanos son más competitivos, el inquilino actual de la Casa Blanca impone un cambio en las reglas del juego. Es decir, que cuando gano, gano; y cuando pierdo, arrebato. Buena lógica para convencer a los “distraídos” seguidores del Mandatario en la capital estadounidense. Véase cómo la miopía y la inmediatez parecen adictivas.
Es evidente, se ha estudiado de manera exhaustiva, en particular desde el primer Premio Nobel en Economía, en 1969, el holandés, Jan Tibergen (1903-1994) un aspecto que es crucial para una negación como la del Brexit. Este autor fundamentó la Teoría Gravitacional del Comercio Internacional. Se trata de un elemento determinante en la política de todo país, incluyendo al Reino Unido, y que también es un concepto esencial en la teoría de la integración económica de Bela Balassa (1928-1991) publicada en 1961.
De manera resumida: las economías en la medida que están cercanas geográficamente, tienden a formar un mercado natural recíproco. En especial, si la economía es relativamente pequeña, tiene su mercado natural en una economía más grande, de la cual la separa una distancia geográfica pequeña. Exactamente el caso del Reino Unido -economía más pequeña- junto a la Unión Europea -economía con una gran demanda- separada por el Canal de la Mancha, el cual se puede cruzar a nado. Es decir, una distancia pequeña.
Pero bueno, se trata de conceptos y estos no son atractivos para los “engaña-incautos”. Ni para los “incautos”. Conglomerados con escaza preparación son más susceptibles de creer en artimañas. Confieso que no me gusta esta expresión por las palabras lapidarias que conlleva, pero se comprende la fuerza del mensaje; se le atribuye al Nobel de Literatura de 1947 André Gide (1869-1951) la expresión: “Todo ya está dicho, pero como nadie pone atención, hay que comenzar siempre de nuevo”.
Desde la perspectiva política también hay material a considerar. Es de tener presente lo que parece ser un anacrónico sistema político representativo en el Reino Unido. Tal y como ocurre en una democracia parlamentaria, los ciudadanos no eligen directamente al Primer Ministro. Eligen a partidos en el Congreso. El que tiene mayoría nombra al Jefe de Gobierno, dato que la jefatura de Estado recae en la monarquía inglesa. De allí que la elección de Johnson para substituir a Theresa May se hizo solamente entre los conservadores.
A fin de presentar más bien conclusiones -luego de hacer los cálculos respectivos- Boris Johnson se convirtió en jefe de Gobierno con el respaldo de solo un 0,14% del electorado británico, según lo ha documentado Federico Larsen desde Europa.
Esto, que tiene visos de algo poco coherente, para decirlo con amabilidad, estaría contribuyendo también a la plataforma del desquicio por la cual transita el poder en Londres. Algo surgido más como una parte de alguna obra de Kafka, quizá de El Proceso (escrita entre 1914 y 1915), o bien de un trabajo premonitorio respecto al escenario actual, siempre del citado escritor nacido en Praga en 1883: Desenmascaramiento de un Engaña-bobos (probablemente escrita en 1913).
No obstante, hace falta un ingrediente adicional muy importante: no se tiene casi ningún dato respecto al plan de Johnson para amortiguar el hecho que la salida de Europa implicará lidiar con un déficit de 30.000 millones de euros anuales. Se estima que ese sería el costo de una salida sin acuerdo, el costo de la salida a como dé lugar.
Las condicionantes de este diferendo europeo han gravitado en simplificaciones masivas y propaganda. Se han impuesto falacias y medias verdades. De allí que convendría reflexionar sobre una locución del economista de fines del siglo XIX, Alfred Marshall: “Por lo general toda frase breve en economía y política es intrínsecamente falsa”.
Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Facultad de Administración de la Universidad del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.