Esta semana y por tres días seguidos, Theresa May no pudo aprobar el preacuerdo logrado con Bruselas y solo recibió la autorización para extender la prórroga de salida del bloque. En medio de divisiones políticas, la situación se agrava, ya que faltan menos de dos semanas para que se cumpla la fecha límite de la separación británica de la UE. Mientras, Bruselas, escéptica, no está segura de concederle la extensión
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GRAN BRETAÑA, donde se originó el parlamentarismo, ahora es víctima de él, y de otras cosas más. Lejos de lograr un acuerdo mínimo sobre la forma para abandonar la Unión Europea (UE), Londres quedó en un estado de incertidumbre peor al que estaba antes, demostrando la poca voluntad política de un sector para que se apruebe el Brexit o de otro para que se caiga. Los más negativos han dicho que, ahora sí, entró en un periodo de ingobernabilidad comparable con el de la década de los 70.
Todo se debe al desenlace de una oscura, pero sobre todo a una fútil semana. No sirvió para nada, solo para confundir más a los británicos, a la Unión Europea y a la propia Theresa May, quien ha buscado por cielo y tierra la manera para que aprueben el preacuerdo logrado por Bruselas, en numerosos intentos fallidos.
El martes, vestida de manera jovial, la Primera Ministra -por segunda vez- recibió un golpe a su credibilidad. Los parlamentarios rechazaron el preacuerdo con Bruselas, que había sido modificado en algunos aspectos de fondo. Al día siguiente, después de que su voz patinara, tal vez por desespero, volvió al Congreso, buscando que respaldara la posibilidad de salir del bloque europeo sin negociación, a lo que cuatro ministros de su gabinete se opusieron.
Otra vez, tenaz en su propósito, reapareció el jueves, en un intento por pedir que entonces la autorizaran para solicitar una prórroga del plazo del Artículo 50 del Estatuto de Lisboa que fija como fecha límite el 29 de marzo, para que Londres abandone el bloque. Por una gran mayoría, le dijeron que sí.
Consecuencias
A 12 días de la salida de Reino Unido de la UE, es claro que a pocos les convence la idea de un Brexit sin acuerdo, por la inestabilidad que generaría tanto en el bloque europeo como en las finanzas y la política de Londres. Pero este es el único estado que, por el momento, existe. Entonces, ¿qué viene en las próximas semanas?
En un desafío a la democracia, por un aparente exceso de trámites en la Cámara Alta, May volverá el próximo 19 de marzo al Parlamento, para intentar una vez más la aprobación del preacuerdo negociado con Bruselas. Por lo que pasa al interior de los partidos, esto parece simple tramitología.
Es claro que el Brexit se ha vuelto el principal elemento de división tanto en el Partido Conservador, principalmente, como en el Laborismo, la izquierda inglesa, que también ha enfrentado dimisiones. Los tories (conservadores) tienen dos facciones, irreconciliables por ahora, que pujan, una hacia el lado de May, y otra hacia la orilla de un acuerdo “duro”, que beneficie casi en su totalidad a Reino Unido.
Ejercida la última posibilidad para que los parlamentarios la apoyen, May, avasallada por la reiterativa negación, solo tendría la posibilidad de extender la prórroga de salida de la UE o liderar un Brexit sin acuerdo. Por la estabilidad, tanto de Londres como Bruselas, es innegable que la mejor opción es la segunda. Pero para que ella se materialice antes parece que la Primera Ministra tendría que legitimar su mandato, ante la poca confianza de los ingleses en él.
Muchos piden que, simplemente, dé un paso al costado, pero pocos, sin embargo, parecen capaces de montarse en el tren del Brexit. Existe, además, “un alto riesgo de que los miembros del Partido Conservador (el ala radical) instalen un reemplazo que lleve al país hacia un Brexit ultra duro”, escribe The Economist.
Para romper el estado de incertidumbre, a la Primera Ministra le tocará dejar las formas y ser más clara. Explicar, por ejemplo, que la inviabilidad de que se apruebe el preacuerdo se debe en gran parte a la división de su partido y que esta persistirá al menos de aquí al 29 de marzo. Podrá, también, como algunos editoriales lo han propuesto, citar a un segundo referendo, preguntando qué tipo de Brexit, “suave” (el de ahora) o “duro”, quieren los británicos.
La posibilidad de un segundo referendo, sin embargo, parece un desafío para el sistema democrático inglés. En 2016 la mayoría votó por salir de la Unión Europea y casi tres años después sus líderes políticos aún no han sido capaces de llevar a cabo tal deseo. La falta de capacidad de la clase política para concretar dicha manifestación mayoritaria no es motivo suficiente para que el pueblo vote de nuevo. Hacerlo así, sería desconocer un resultado legítimo.
Queda, entonces, el camino de la alta política, ejercida con más tiempo para el diálogo y la concertación, siempre y cuando sea aprobada la extensión del Artículo 50. Este escenario es complejo, sin embargo, el viernes, en un documento filtrado, The Guardian conoció que Bruselas estaba pensando en “rescindir la membresía ampliada de la Unión Europea en el Reino Unido el 1 de julio si no se han celebrado elecciones para los eurodiputados británicos”.
Lo que quiere decir es que en las elecciones europeas de mayo Reino Unido tendría que participar, un requisito esencial para que sea aprobada la extensión de la prórroga para salir de la UE. El documento, sin embargo, reitera que “si las elecciones no se hubieran celebrado en mayo y el Reino Unido posteriormente intentara permanecer como un estado miembro para evitar un Brexit sin acuerdo, por ejemplo, la UE estaría obligada a rechazar una solicitud”.
Bruselas se ha empezado a cansar de la inestabilidad de Reino Unido y lo ha puesto al límite. Debe haber una “justificación creíble para una posible extensión”, ha dicho el presidente de la Comisión Europea, Donald Tusk. Mientras, en Londres siguen sin ponerse de acuerdo.