UN millar de fallecidos, 50 mil contagiados cada hora y una carrera contra el reloj por encontrar el ‘antídoto’ para vencer al microscópico pero súper poderoso enemigo invisible que amenaza la humanidad. Esta que podría ser la sinopsis de una taquillera película de ciencia ficción es la realidad que el mundo ha vivido este 2020, el año de la pandemia del Covid-19.
Con sigilo este ‘filme’ comenzó a rodarse por esta época hace un año en una provincia china cuyo nombre era desconocido por la mayoría de la llamada aldea global: Wuhan. En esa ciudad capital de la provincia china de Hubei –pequeña frente al resto del país-, nueve de sus más de 11 millones de habitantes se convirtieron inesperadamente en los protagonistas de esta situación, de la vida real, que desembocó en la más grave crisis sanitaria mundial de la historia contemporánea.
El último día del 2019, cuando el mundo se alistaba a despedir el año y recibir, con los mejores augurios el nuevo, la oficina central de la Organización Mundial de la Salud (OMS) recibió una noticia, que inicialmente se consideró preocupante más no alarmante. El gobierno chino informó sobre los nueve casos de una neumonía atípica, de ‘origen desconocido’ en Wuhan y que estaba tratando con aislamiento.
Esta alerta temprana fue reforzada con otro anuncio chino tan solo una semana después, al notificar a la OMS que identificó la extraña enfermedad como un nuevo virus de la familia del coronavirus y, tan solo cuatro días después, el 11 de enero, reporta el primer muerto oficial por el mismo, el que meses más tarde se bautizaría como Covid-19.
Antes de finalizar el mes, Wuhan se aísla del mundo (por casi tres meses) en un intento por contener el avance del virus, mientras el resto del mundo ve, de lejos y tal vez despreocupadamente, al gigante asiático en escena. De China pasa primero a Tailandia, luego a Japón y otras naciones vecinas, en lo que inicialmente se consideran casos aislados.
Pero esta ‘película’ tiene un giro tan radical como inesperado cuando se informa que el virus traspasó las fronteras asiáticas, llevado por un turista chino que es hospitalizado en Francia y fallece el 24 de enero. Al cierre de mes y el primero de la aparición del virus, las matemáticas de la pandemia contabilizaban 7.818 contagios, el 98,8 % en China y el restante 1,2 % en 18 países. Hasta ahí la rectora mundial de la salud la consideraba un brote epidemiológico, a saber, la aparición repentina de una enfermedad debida a una infección en un lugar específico y momento determinado.
En febrero, con una velocidad inusitada, el virus comienza a regarse por Europa, pero especialmente por Francia e Italia, este último el más afectado en su región norte (Lombardía, Véneto y Emilia Romaña) dada la alta concentración de adultos mayores. Se impone el confinamiento que luego se extiende a todo el país al igual que lo hacen varios de sus vecinos. En ese momento el mundo superaba los 100 mil casos y esperaba las indicaciones de la OMS, las que finalmente llegan el 11 de marzo (cuando el virus estaba presente en 118 países, incluido el continente americano) señalando que el Covid-19 es una pandemia, al cumplirse -y de lejos- los dos criterios para hacerlo: afectaba a más de un continente y los casos de cada país ya no eran importados, sino provocados por transmisión comunitaria.
Como baldado de agua fría y entre los temores por los alcances de la virulenta enfermedad, la mayoría de los gobiernos imponen cuarentena preventiva, cierran fronteras. ‘apagan la economía’ y comienzan a diseñar los planes de ayuda social para los más vulnerables.
Casi que simultáneamente y mientras Europa se atrinchera en sus casas, en Estados Unidos se reporta que en Washington fallecieron días antes, el 6 de febrero, dos personas cuya autopsia confirmó que tenían Covid. De la misma forma se conoce de un deceso ocurrido a finales de diciembre por la misma causa.
La que calificaron como tardía reacción de la OMS por el gobierno del presidente Donald Trump y otros europeos sin duda contribuyó al veloz viaje del virus por todo el planeta. La alta movilidad, terrestre, marítima y aérea, fruto de la globalización facilitaron la propagación del Covid-19 y tanto por su desconocido origen como por su mutación no existe tratamiento o vacuna capaz de derrotarlo, aunque hoy se está ad portas de prometedores desarrollos biológicos.
Desde el miedo hasta la paranoia, típicos ingredientes de una película de ficción, las locaciones donde hace presencia el coronavirus se multiplica, generando una inédita crisis sanitaria global, para la cual nadie estaba preparado.
Antes de irrumpir en América Latina y el Caribe, siguiendo su hoja de ruta el coronavirus aparece el 27 de febrero en México y de allí comienza a bajar por el continente. De esta forma, entre el 3 (primer caso en Argentina) y el 18 del mismo mes (Nicaragua), copa el escenario aunque el foco de las “luces, cámara y acción” sigue sobre Europa, azotada con fuerza por el virus que en el primer trimestre ya había segado 37.600 vidas y acumulaba 725 mil contagiados, de los cuales el 21% se recuperó.
De esta forma, la ‘película’ estaba rodándose ante nuestros ojos, con diferentes escenarios, distintos protagonistas y dramas disímiles pero todo ello con un común denominador: la impotencia ante una letalidad in crescendo.
La humanidad, arrinconada
Por todo el mundo se decretan medidas de confinamiento, el que erróneamente se califica de cuarentena, ya que, en términos médicos, ésta es la separación y restricción de movimientos de personas que estuvieron expuestas a una enfermedad infecciosa, pero que no tienen síntomas, para observar si desarrollan la enfermedad.
Bajo esta óptica, lo que los países determinaron con el encierro de las personas en sus casas fue un aislamiento, como medida preventiva, el que actualmente se mantiene bajo el concepto de distanciamiento social, es decir una persona a no menos de dos metros de otra.
Vale recordar que tanto la aplicación de cuarentenas como de aislamientos son tan antiguos como la historia de la humanidad. Existen registros de aplicación de las mismas en el nuevo Testamento, así como en Grecia y El Imperio Romano en los siglos V y VI AC. Sin embargo, la cuarentena se origina formalmente en el siglo XIV, en Italia, como una medida para controlar las epidemias de peste negra que azotaban a Europa y que obligaba a los barcos y personas que provenían de Asia a esperar 40 días (“Quaranta giorni”, en italiano), antes de entrar en las ciudades, tras comprobar que no estaban enfermos.
Ahora, frente al imparable coronavirus, el 2 de abril de este año, la mitad de la población global (3.900 millones de personas) cumplían –por obligación- el confinamiento. A esa fecha, los contagiados superaban el millón y los decesos rozaban los 45 mil.
En el interregno de la última semana de marzo y la primera de abril entra a escena un personaje de talla mundial por lo que es y representa a nivel global. El papa Francisco en una acción que quedó grabada en la retina de miles de millones de personas, imparte la bendición Urbi et Orbi en una plaza de San Pedro fría, lluviosa y desolada. En el recogimiento de su alma, la única presente en esa icónica locación, dice “al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos”.
Y agrega “nos encontramos asustados y perdidos” pero en esta barca “estamos todos y no podemos seguir por nuestra cuenta...Señor, despierta y revive en nosotros el deseo de convertirnos…ayúdanos a calmar esta tempestad”
En el continente americano
El mundo católico llega a la celebración de la Semana Santa, por primera vez, con los templos cerrados y la transmisión digital de todos los actos litúrgicos. Inédito e impensable pero no por ello con un masivo seguimiento a los mismos, máxime en un momento culmen de la pandemia en el Viejo Continente y comenzando a ascender en el continente americano.
A mitad de este año, salvo Groenlandia, no había un continente libre de coronavirus. Y los contrastes estaban claramente marcados: descendiendo de la curva estaban Asia y Europa, tras un fuerte impacto sanitario y económico, mientras que toda América y África empezaban a subir la misma.
Y así, mientras que las naciones del Viejo Continente comienzan a disfrutar de las vacaciones de verano, con una drástica reducción de contagios y decesos diarios por el Covid-19, reabriendo fronteras y varias actividades económicas, al otro lado del Atlántico, América Latina ponía el ojo sobre Brasil, que a comienzos de junio se ubicó como la segunda de mayor afectación global, superada únicamente por Estados Unidos, donde no hubo confinamientos ni uso obligatorio de tapabocas. Italia se mantenía en los cinco primeros lugares de esa medición realizada por el Instituto John Hopkins. A esa fecha, el mundo superaba los 400 mil fallecidos y los 6.9 millones de contagios.
Fue entonces cuando el foco de atención sobre esta película de la vida real viró hacia Latinoamérica, centrándose especialmente en el gigantesco Brasil y Colombia, que desde mediados de mayo comenzó a figurar entre los 10 países con mayor afectación por la pandemia y, entre los cuales permanece.
Con la imperiosa necesidad de reactivar la economía, ‘apagada’ como mínimo dos meses en varios países, se adoptó la ‘reapertura inteligente’, es decir la reanudación de algunas actividades pero con el estricto cumplimiento de protocolos de seguridad y se enfatizaron las medidas de higiene y autocuidado, como el uso del tapabocas en lugares públicos y el distanciamiento social.
Tal vez han sido estas últimas las que han logrado que en América Latina el impacto del virus no fuera tan catastrófico como inicialmente se planteaba. Vale recordar que Colombia cuando se expidió el decreto de emergencia económica, social y ecológica por el Covid (17 de marzo) se proyectaban 3.989.853 de casos, de los cuales, el 81.5% (3.251.730) serían leves, mientras que el porcentaje restante, 728.123 corresponderían a críticos y severos. A hoy el país registra un acumulado de 1.343.322 contagios, de los cuales el 91% se ha recuperado, mientras que los decesos son 37.500.
Al contrario, el relajamiento del autocuidado con ocasión de las vacaciones creyendo erróneamente que la alta temperatura impediría el accionar el virus, la alta movilización de viajeros y en general una creencia de que todo estaba superado pasó cuenta de cobro al Viejo Continente. De esta forma, enfrenta desde finales mediados de octubre enfrenta una segunda ola de Covid, mucho más fuerte que la primera, al punto que ha superado –y con creces- tanto los registros de infectados como de decesos diarios. Igual ocurre en Estados Unidos.
Vuelta a Colombia
Bogotá registró el 7 de marzo el primer caso de la ciudad y del país. De allí que la Alcaldía decidiera iniciar un simulacro de cuarentena el 22 de marzo, cuando acumulaba 40 afectados. La misma medida la adoptó el gobierno nacional cuatro días después y durante dos meses.
Casi que simultáneamente comenzaron a marcar varios casos diarios Atlántico, Bolívar y Amazonas. Es decir, la primera ola del Covid-19 en la que todavía nos encontramos inició por estas regiones, que lideraron los informes diarios del Instituto Nacional de Salud. El coronavirus siguió su ruta desdoblándose hacia el occidente del país (impactando con fuerza Nariño, Valle del Cauca y Cauca) y el norte (Guajira, Córdoba, Magdalena, Sucre). Y hacia finales de mayo, tras llegar al extremo guajiro, bajo por el borde limítrofe hacia Cesar, Norte de Santander y Santander.
Tras ello dio un giro para introducirse hacia Boyacá, Cundinamarca, Antioquia y se fue hacia más abajo, los colindantes, Tolima y Huila, Caldas, Quindío y Risaralda. Finaliza el coronavirus esta primera vuelta a Colombia impactando Casanare, Meta, Guainía, Guaviare, Vichada y Vaupés, no sin antes también registrar presencia en San Andrés y Providencia, recientemente azotada por el huracán Iota.
El país registraba al viernes pasado un acumulado de 1.352.607 afectados por el coronavirus de los cuales más de 1.240.000 lo superaron mientras 37.467 perdieron esa lucha (la mayoría, como en el resto del mundo, mayores de 65 años). De esta forma hay activos 71 mil, pero preocupa que parecería estarse dando en varias regiones una segunda ola, aunque las autoridades sostienen que seguimos en la “meseta epidemiológica” tras haber registrado el pico de contagios en la segunda quincena de julio y, el de fallecidos, en la primera semana de agosto.
Esta es la sinopsis de esta ‘película’ global y real del Covid-19 en el mundo, que cumple un año de ‘rodaje’ y que nos ha dejado tanto reflexiones como lecciones. Ante la imposibilidad de ganar esta guerra mundial contra el virus, se ha aprendido a ‘convivir’ con él. De allí que el tapabocas que sólo veíamos en quirófanos se haya vuelto una infaltable elemento personal, el distanciamiento social se conserve y que haya asumido una cultura de autocuidado como único blindaje posible, por lo pronto, a la espera de las vacunas.
De los 7.800 millones de moradores del planeta, a hoy casi 68 millones (afectados y fallecidos) han tenido un tan inesperado como forzado protagónico en esta película que, ante el esfuerzo de la ciencia, estaría próxima a concluir y, ojalá, con cero posibilidad de reedición o una segunda parte.