CON el calor encendido y el liderazgo climático apagado. Así llega el mundo a la cumbre climática de Glasgow, considerada la más importante desde 2015, que pasará a la historia bien porque marque un hito al resolver los espinosos temas pendientes para contener el recalentamiento planetario o una nueva frustración.
En el primer caso, puede situarse a la altura de las citas de Cancún de 2010, que rescató el proceso negociador luego del fracaso del año previo en Copenhague, y de París, donde se gestó el acuerdo del mismo nombre que definió reducción voluntaria de emisiones y límite al calentamiento planetario.
Si incumple, quedará al lado de Copenhague (COP15), la conferencia de 2009, y de Madrid (COP25), la cumbre de 2019, cuyos avances fueron considerados más que insuficientes por organizaciones ambientalistas y académicos.
Para el exnegociador climático mexicano Roberto Dondisch, es difícil adelantar un éxito o un fracaso en la 26 Conferencia de las Partes (COP26) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (Cmnucc), que arranca hoy en la mencionada escocesa y si bien se extenderá hasta el 12 de noviembre, concentra la atención los dos primeros días de la semana donde jefes de gobierno o representantes de los países signatarios develarán la hoja de ruta a seguir.
“Esta vez no se busca un acuerdo, sino resolver temas que no se han solventado. En París pasaba lo mismo, pero se creó un espacio para solucionarlo. Los reportes no son muy halagüeños de cómo estamos y lo que debemos hacer. Las condiciones son muy complicadas, la voluntad está ahí, pero no los resultados”, dijo el socio emérito del no gubernamental Stimson Center de Washington.
Con cientos de diagnóstico que evidencian la “alerta roja” en que se encuentra la humanidad por unos patrones meteorológicos muy cambiantes en todo el mundo, evidenciados recientemente entre otros hechos por la devastación de los incendios forestales en 13 estados de Estados Unidos, además de Siberia, Turquía y Grecia, las fuertes lluvias y las graves inundaciones en el centro de China y Alemania, o las sequías en Irán, Madagascar y el sur de Angola; el deshielo en Groenlandia y la Antártida Occidental, el blanqueamiento de los arrecifes de coral y un acelerado aumento del nivel del mar, entre otros, los líderes políticos, con asistencia de científicos y técnicos deben llegar a un consenso verificable para minimizar la emisión de gases contaminantes, comprobados aceleradores del calentamiento planetario.
Así, su principal acuerdo es conseguir estabilizar la concentración en el aire de gases invernadero a un nivel que prevenga una “interferencia peligrosa” de las actividades humanas con el sistema climático global, según expresa Manuel de Castro Muñoz, catedrático de Física de la Tierra en la española Universidad de Castilla-La Mancha.
Como se conoce estas conferencias mundiales sobre el clima se vienen celebrando anualmente desde 1995. En ellas se negocian acuerdos y acciones de cooperación a escala mundial para alcanzar el mencionado objetivo. También se revisa periódicamente el grado de cumplimiento de los compromisos alcanzados en anteriores conferencias.
¿Qué define el éxito de una COP?
Desde hace algunos años, coincidiendo con estas conferencias climáticas, también se organizan diversos eventos paralelos a los que se invita a asociaciones de municipios y regiones, organizaciones científicas y sociales, grupos no gubernamentales de activistas ambientales y empresas con intereses en acciones a favor del clima.
Pero para valorar el grado de éxito de cualquiera de estas conferencias hay que atender a lo que ocurre en las sesiones negociadoras, a los compromisos que se alcancen, a la comprobación del cumplimiento de acuerdos anteriores y al alcance de la imprescindible cooperación entre todos los países. Al fin y al cabo, se trata de un problema global libre de fronteras.
Esta cumbre presenta un interés especial pues en el climático Acuerdo de París de 2015, en la COP21, se fijó precisamente el año 2020 como el primer hito para comprobar públicamente el nivel de involucración de cada país en el compromiso de reducir la emisión global de gases invernadero.
El objetivo es evitar que el calentamiento global a final de siglo llegue a los 2 ℃ respecto a la era preindustrial y se quede en torno a 1,5 ℃, como establece el artículo 2 de dicho acuerdo.
En 2015 se solicitó a cada uno de los países que, en función de sus respectivas capacidades, aportaran compromisos “voluntarios” para reducir las emisiones a medio y largo plazo. Estos documentos son conocidos como contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC, en inglés).
En ellos se debían incluir varios indicadores cuantificables. Entre otros, la reducción porcentual de emisiones prevista por cada país en 2030 respecto a un año de referencia. Del análisis de aquellos NDC enviados por todos los países firmantes se concluyó que con tales compromisos de emisiones futuras el calentamiento global a final de siglo se estabilizaría muy por encima del objetivo acordado.
Por eso, el Acuerdo de París estableció que en 2020 los países debían actualizar los NDC con compromisos más ambiciosos para recortar las emisiones nacionales y que en lo sucesivo esto se repetiría cada cinco años.
Hasta el pasado mes de julio, 113 países habían enviado los nuevos NDC con los que se confeccionó un informe de síntesis en el que se constata la escasa reducción de emisiones a escala global que contemplan los nuevos compromisos respecto a los remitidos en 2015. Para el año 2030 apenas se corregía 6 % en el total de emisiones mundiales.
Pero hay mucha desigualdad en la mejora aportada en los nuevos NDC. Mientras la Unión Europea, por ejemplo, ha pasado de una reducción de emisiones del 40% a una de 55% en 2030 respecto a 1990, otros países apenas han cambiado de objetivos o utilizado métricas confusas. Incluso hay países que ni siquiera han enviado nuevos compromisos.
En la COP26 también se va a revisar otra importante acción incluida en el Acuerdo de París prevista para 2020: el aporte de los países desarrollados a un fondo de 100.000 millones de dólares anuales para ayudar a los Estados menos desarrollados en su transición a una economía baja en carbono y en la adopción de medidas para adaptarse al futuro cambio climático.
Estos son dos ejemplos que evidencian la crucial importancia de que esta cita concluya con una señal positiva. Puede ser más o menos ambiciosa, pero que al menos no provoque desaliento en una sociedad cada vez más inquieta con las evidencias del cambio climático y sobre todo en una juventud que tendrá que afrontar la herencia que se les deje.
No es fácil otorgar una calificación al grado de éxito de una conferencia como éstas. Quizá una forma razonable y objetiva de valorar el resultado de la COP26 sería examinando el nivel de cumplimiento de los mencionados dos compromisos prioritarios fijados en el Acuerdo de París para el año 2020.
Desde luego los indicios por ahora son poco alentadores. Como se reseñó la mayoría de los compromisos actualizados no presentan el grado de ambición y calidad que se esperaba, además siguen muy alejados de la trayectoria de reducción de emisiones para estabilizar el calentamiento global por debajo de 2℃. Y este es un mandato vinculante para todos los países firmantes del Acuerdo de París.
Por consiguiente, en estos momentos solo cabe confiar en que de la cumbre de jefes de Estado y de gobierno de comienzos de semana surjan iniciativas que corrijan con urgencia la escasa ambición de muchos de los actuales planes nacionales de mitigación, que logren una cooperación más decidida y que generen la ayuda financiera que precisan los más necesitados.