Países que desde un inicio contaron con un mayor y más eficiente engranaje y tejido institucional han logrado ir capeando el actual temporal con mayor eficacia. Esos son los casos de Uruguay, Costa Rica, Chile y hasta cierto punto algunas regiones en Argentina y México. En contraste, naciones que tradicionalmente han tenido un tejido institucional débil deben afrontar la persistente pandemia en medio de limitaciones severas de recursos -casos de Haití, Nicaragua, Honduras, Guatemala y Guyana.
Los países han debido enfrentar de manera simultánea, afectaciones significativas en función del empleo, la capacidad de producción, déficit de demanda interna, bajos precios de exportaciones y grandes requerimientos de salud pública. Esto ha configurado un complejo problema de sostenibilidad de las finanzas para los Estados y las empresas.
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Atrás quedaron los años en los cuales los precios de las materias primas posibilitaron un relativo bienestar en la región, en general durante el período 2003 a 2014. Las importaciones eran baratas, se tuvo bajos niveles inflacionarios, los ingresos tributarios y en especial los no tributarios permitían un gran margen de maniobra para los gobiernos. Esas mareas altas levantaron las gestiones de Chávez en Venezuela, Lula en Brasil, Lagos y Bachelet en Chile, Uribe en Colombia, Correa en Ecuador.
Sin embargo, se insiste, esos tiempos ya son historia. Ahora de nuevo se impone el patrón reiterativo de normalidad: la región se especializa en exportaciones que mayoritariamente tienen poco valor agregado, productos que tienen precios bajos. En contraparte, las importaciones son vitales para la producción interna y la exportación, se trata de bienes de capital e insumos que son caros.
Producto de lo anterior, las brechas deficitarias en las balanzas comerciales se van solventando con préstamos. Las deudas externas mantienen una dinámica significativa de crecimiento, situación que se ha exacerbado con la necesidad de recursos frescos para enfrentar la actual pandemia.
En la región -en la historia inmediata con cobertura de los últimos 22 años- lo que se ha demostrado es que mantener la oxigenación de programas sociales basados en endeudamiento, es algo poco sostenible. Allí están los casos de México en 1994, de Argentina en 1996, de Brasil en 1998.
Deudas externas crecientes se están imponiendo en la región, como resultado de la dinámica mencionada. De manera más específica, se estima que la deuda externa, llegó a representar para Latinoamérica un 57% del total de producción, producto interno bruto (PIB) para 2019. Este indicador habría ascendido a 74% del PIB para 2020. Con base en escenarios no excesivamente optimistas o pesimistas, la deuda, para 2021, llegaría a 78% del total de producción regional.
Dos factores interrelacionados van a repercutir en la exacerbación o amortiguamiento de estas condiciones.
Por una parte, qué tan rápido se lleve a cabo la recuperación productiva. Todos estamos preocupados por los indicadores sociales, pero eso requiere de recursos que se originan en el aparato productivo. Este primer factor va asociado al acceso a las vacunas, a la eficiencia logística y a las velocidades de vacunación que puedan alcanzarse.
Por otra parte, la efectividad de los apalancamientos que puedan completar los diferentes gobiernos. No se trata de confiar en que “los mercados solucionarán los procesos”. Estamos enfrentando excepcionalidades históricas con la pandemia, auténticos cisnes negros que imponen presencia, amenazas y recurrencia de impactos negativos.
Se habla en términos de recuperaciones en “V”, en “W” en “L” -que sería fatal- o en “K”. En el primero de los casos la recuperación tendería a ser rápida. En el caso W se tendrían al menos dos recaídas en las condiciones sociales y económicas. Enfrentar la L sería encarar condiciones de baja de competitividad y bienestar por largo tiempo. Finalmente, con una recuperación tipo K, tendríamos una dinámica desembocando en una mayor brecha. Unos se recuperarían con satisfacción, mientras otros tendrían un nivel de vida a la baja. Se impondrían condiciones de mayor inequidad social.
Como es de esperarse, hay matices y diferencias entre países. Tal y como lo ha dado a conocer recientemente el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Chile y Perú con bajos niveles relativos de peso de la deuda externa de corto plazo, han podido implementar con cierta facilidad paquetes de estímulo de 6% a 8% del PIB. Sin embargo, es de agregar que debido a la confiabilidad de las instituciones de estos países -más Chile que Perú que se enfrenta a una segunda ronda de votaciones presidenciales- los niveles de deuda se están acrecentando velozmente.
En el otro extremo, existen países cuyos paquetes de rescate y estímulo no han superado el 2% de sus PIB. Estos son los casos de Ecuador, Belice, Barbados, y Jamaica. Se trata de países relativamente pequeños, pero con gran peso de poblaciones vulnerables. Mientras tanto, países con esfuerzos relativamente moderados, de 2% a 4% de sus PIB se centran, entre otros, en México, Colombia, Brasil y Argentina. Se trata de las economías de mayor peso en la región.
Tres aspectos concluyentes, por ahora, en esta dinámica social y económica en medio de la pandemia: (i) la deuda externa puede ser muy útil en lo inmediato, pero también tiene el potencial de comprometer resultados sostenibles en el mediano plazo; (ii) la vacunación debe ser lo más acelerada posible, para que, (iii) los procesos de reactivación productiva deben generar restaurados y sostenibles niveles de bienestar social, en el mejor de los casos, cerrando las amplias brechas de inequidad en la región.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Escuela de Administración de la Universidad del Rosario
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