Desde que el 15 de enero reportó el primer contagio a hoy tiene solo el 0.3% de los afectados en el mundo y el 0.2% de los fallecimientos. Arraigada cultura de autocuidado y distanciamiento social serían las claves.
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Tener la población más anciana del mundo, un elevado consumo de tabaco, como vecino cercano a China y una alta concentración familiar en espacios reducidos eran considerados, de antemano, factores de altísimo riesgo para que Japón se convirtiera en un foco de contagio del Covid-19. Ello no ocurrió y hoy es ejemplo global en el manejo de la pandemia.
Esta nación insular del Océano Pacífico tiene 126 millones de habitantes, de los cuales el 28% son mayores de los 65 años y una alta proporción de jóvenes y adultos son fumadores activos, por lo cual las enfermedades respiratorias son una de las patologías más comunes. Por su milenario legado arquitectónico y cultural es un país de alta circulación, propia y extranjera, razón por la cual fue una de las primeras naciones que registró su primer contagio (15 de enero) a los pocos días que Wuhan, China, informara al mundo sobre la extraña neumonía atípica que registraba y posteriormente fue llamado Covid-19. Además tuvo cerca a Tokio, el crucero "Diamond Princess", que transportaba varias personas afectadas y no impidió la masiva concentración que tradicionalmente se registra para ver a los cerezos en flor.
Todas esas situaciones hacían previsible que el país del sol naciente se convirtiera, rápidamente, en uno de los con mayores contagios globales. Sin embargo, por múltiples factores, se convirtió en ejemplo en el manejo de la pandemia, con registros bajísimos, a cuatro meses de la aparición del virus: 0.3% de los afectados (16.024 frente a los 4.405.685 del mundo), 0.2% de fallecimientos (668 de los 300.074 reportados hasta el mediodía de ayer por el Instituto John Hopkins) y 61% de sus pacientes recuperados (9.868).
¿Acertado manejo gubernamental? ¿Avances científicos en tratamientos? ¿Restricciones impositivas? o, simplemente, ¿Un misterio?
Ninguna de las anteriores. La respuesta acertada frente a esta emergencia global es solo una: la cultura de los japoneses.
Pese a su alta densidad poblacional, concentración en urbes y residencias en espacios reducidos pero funcionales, no se ordenó como si lo hizo más de medio mundo, el confinamiento obligatorio preventivo porque por Constitución lo tiene prohibido, ya que se basa en que los derechos humanos deben ser respetados y por tanto no puede decidir ni la restricción forzada como tampoco ejercer la fuerza para que se cumpla. Fue así como, a comienzos de febrero, el primer ministro Shizo Abe declaró la emergencia sanitaria, advirtiendo que “estamos en la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial”. Por ello, recomendó a los ciudadanos a quedarse en casa, evitar sitios de alta concentración y enumeró una lista de establecimientos que podrían ser cerrados como centros de entrenamiento o comercio. Pero la responsabilidad de clausuras temporales la tenían únicamente los gobernadores. Y fue así como a excepción de los colegios y bares, las actividades económicas se mantuvieron, al igual que los desplazamientos para cumplirlas. Una reciente encuesta señaló que solo el 30% realizaba teletrabajo.
Pese a todo lo anterior, el éxito en el combate japonés contra la pandemia se basa básicamente en la acendrada cultura en este milenario país que podría resumirse en: hábitos de higiene, quitarse los zapatos al llegar a la casa, usar tapabocas generalmente para protegerse de la contaminación, saludar con una inclinación sin estrechar manos o abrazarse y el generalizado consumo alimentario de ciertos alimentos saludable y que ha evitado altos niveles de obesidad.
Respetuosos y admiradores del agua, el que consideran un bien familiar, que fomenta la cultura y la circulación de energía, le dan un sabio empleo para su salud y entorno ambiental. Al igual que el viento, es considerado un elemento natural esencial y vital para preservar el buen funcionamiento del organismo. Es por ello que no solo tienen como costumbre ingerir un vaso con agua al momento de levantarse, porque con ello desintoxican el cuerpo, sino que son constantes en el lavado de manos, esa práctica de higiene tan básica que solo hasta se está volviendo constante en el mundo con la aparición del coronavirus.
Adicional a ello está que su dieta alimenticia tiende a ser muy sana, con predominio de arroz, verduras y comida de mar, al igual que comer despacio y no hasta la saciedad, lo que lleva a que sus índices de obesidad (una de las comorbilidades con alta incidencia en pacientes con coronavirus en el mundo) sean muy bajos Ello y su estilo de vida, en el que el aislamiento social es cultura, ha permitido que Japón sea el país del mundo con la mayor esperanza de vida (84 años) y concentre la mayor cantidad de personas centenarias (65.692).
En la estrategia sanitaria, desde el primer caso reportado, Japón focalizó a grupos de contagio y aunque la realización de test es relativamente baja frente a su densidad poblacional, 300 mil pruebas, ha logrado los bajos índices anteriormente señalados. También ha sido un factor determinante que tiene uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo, y según reportó el Banco Mundial, dispone de 13 camas de hospital por cada mil personas, muchísimas más de las que disponen varios países de América Latina.
Junto a ello y, sin duda, a esa arraigada cultura de los japoneses de autocuidado y cumplir normas de protección a la comunidad cuando están enfermos se deben los positivos resultados en la lucha contra pandemia, sin confinamientos obligatorios ni parálisis en la actividad productiva.
Hoy, cuando se cumplen cuatro meses del primer contagio y 40 días de la declaratoria de la emergencia sanitaria, el premier Abe decidió levantarla en la mayoría del país. La decisión no disipa el temor de que puedan registrarse nuevos casos, pero la férrea estrategia sanitaria se mantiene. El país del sol naciente se ha convertido en un referente en el manejo de la crisis y con estadísticas en mano demuestra que no es “un cuento chino”.