El gigante sudamericano enfrenta tres crisis conjuntas -política, económica de la pandemia y la derivada de la salud-. Por ello hay alto riesgo de militarización más acentuada de las instancias del poder Ejecutivo.
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No es de extrañar que ahora, en medio de la pandemia, del Gran Confinamiento de 2020 y con mayor grado, se hayan puesto en evidencia las debilidades institucionales, tanto operativas como de cobertura, en muchos países latinoamericanos y del Caribe. En la región siempre es importante Brasil, dado el peso que tiene su producción -casi un 44 por ciento del producto interno bruto (PIB) latinoamericano-. A lo que se agrega el papel por demás influyente de los brasileños en la cooperación e integración regional, así como su presencia en foros internacionales, tales como Naciones Unidas y el G-20.
Con base en estas consideraciones, es posible advertir el arrastre que puede tener Brasil, a raíz de sus condiciones sociales y políticas, en particular en el Mercado Común del Sur (Mercosur). Esto adquiere mayor importancia ahora que Argentina de nuevo, tiene agravados problemas con la negociación de su deuda externa y la estructura de su comercio internacional. Un mercado siempre necesitado de dólares para poder mantener los ritmos de crecimiento.
Con un mandatario como Jair Bolsonaro, un excapitán del ejército brasileño, ocupando el poder formal del Ejecutivo, el país se enfrenta a tres diferentes crisis que se refuerzan entre sí, y amenazan con cambios poco previsibles en el país: (i) la situación de la salud con motivo de la pandemia del Covid-19; (ii) las condicionantes que impone un choque al sistema económico y social, tanto por el lado de la oferta como de la demanda; y (iii) la zozobra política que ha generado el conjunto de polémicas medidas y declaraciones del presidente.
Es de aclarar los rasgos divisivos de esto. Entre los más notables, sobresale la actitud del mandatario en cuanto al “negacionismo” del contagio y gravedad de la pandemia. En un atribulado menjurje de declaraciones, Bolsonaro se opone al confinamiento y cuarenta, incluso a medidas mínimas de bioseguridad como el uso de la mascarilla.
A eso se agrega que ha propiciado la salida de Sergio Moro, el denominado “juez estrella” en los escándalos de corrupción. Esto ha sido un golpe significativo para el gobierno de Bolsonaro y le resta una notable credibilidad a su gestión como gobernante. Es más, en ese sentido de la percepción de confiabilidad, nótese cómo ha sido por demás efímero el paso de los ministros de salud. El último con menos de un mes de duración en el cargo, siendo substituido por un militar.
En efecto, tan sólo el 15 de mayo pasado, renunció Nelson Teich, luego de que no coincidiera con Bolsonaro en recomendar la hidroxicloroquina como “remedio total” para el Covid-19, un medicamento que es utilizado en tratamientos contra la malaria. El caso es que Teich llevaba en el cargo menos de un mes. En este y otros casos, es sorprendente el estilo “dialéctico” que el mandatario desde Planalto les imprime a sus decisiones.
Con esto se van acumulando las evidencias en el sentido de que, desafortunadamente, existen funcionarios que muestran un general desprecio hacia el conocimiento, los científicos y la experiencia de los entendidos. En este caso los médicos. Y eso que estamos en plena embestida de la pandemia.
La sustitución del renunciante ministro de salud llevó al mandatario a confiarle esa cartera ministerial a un militar, el general Eduardo Pazuello. La experiencia de este último, se centra en el área de logística. Comandó el 20º. Batallón de Logística de Paracaidistas y habría dirigido el Depósito Central de Municiones en Río de Janeiro.
Con base en la confluencia ya señalada de las tres crisis conjuntas -política, económica de la pandemia y la derivada de la salud- uno de los riesgos es la militarización más acentuada de las instancias del poder Ejecutivo en Brasil. A la concreción de esta tendencia coadyuva el hecho que la pandemia no está dando tregua. Al momento de redactar esta nota, el total de muertos en Brasil está sobrepasando las 34.000 víctimas fatales. Por supuesto con notable brecha del auténtico desastre que es Estados Unidos, el peor país afectado por el Covid-19 con más de 109.000 muertos y casi 1.8 millones de contagiados.
Este proceso de militarización puede irse configurando y fortaleciendo con la ampliación de nombramientos en puestos ejecutivos de oficiales del ejército. Una situación que desde la campaña presidencial ya había señalado Bolsonaro, como medio para establecer orden y disciplina en la sociedad, a partir de las disposiciones desde Brasilia.
Nótese cómo con este distintivo, Bolsonaro trataba de captar un segmento del electorado. Ha tratado de contrastar con ello, las posiciones que acompañaban los escándalos de corrupción en los que se involucraban las administraciones de Lula Da Silva, Dilma Rousseff, y en general la cobertura legal y mediática del caso “Lava Jato”.
Los riesgos de desvíos autoritarios en las diferentes sociedades, incluyendo Brasil como caso de estudio, pero no ciertamente el único, se derivaría de que -con mayor estrépito- fracasaran los planes de contención del contagio y muerte del Covid-19. Esto podría producir serios disturbios sociales con destrucción de patrimonio y choques con las fuerzas del orden, lo que iría mucho más allá, obviamente, de las protestas pacíficas.
Con ello se legitimaría el uso de la fuerza, algo por lo que desde ya están clamando ciertos sectores radicalizados del bolsonarismo. Al respecto se ha evidenciado cómo -encabezados por el propio mandatario- sus seguidores se han manifestado en pro del cierre o limitación de funciones de gobernadores, legisladores y autoridades judiciales. Precisamente las instancias institucionales que conforman el corazón de todo sistema democrático.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario