El presidente de Brasil juega sus cartas iguales a las del mandatario en Washington. No importa la impertinencia –los exabruptos- que diga, confía en su “mercado cautivo”
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Especial EL NUEVO SIGLO
LOS DATOS más actualizados que se tienen al escribir esta nota, puntualizan que entre el sábado 24 y el domingo 25 de agosto de 2019, se registraron 1.113 nuevos incendios en la Amazonía y que desde enero pasado, se reportaron 80.626 siniestros de este tipo en todo Brasil. Estas cifras constituyen un incremento de 78% respecto a los registros del mismo período de 2018. Estas informaciones son parte de la evaluación constante, que lleva a cabo el Instituto Nacional de Investigación Espacial. Una organización que ha sido tildada de mentirosa y alarmista por el capitán Jair Bolsonaro, actual mandatario de Brasil.
Al parecer el gobierno de Bolsonaro se encuentra en una fase negacionista, respecto a la gravedad de la crisis. Lo último que ha ocurrido, es que el mandatario de Brasilia, ha rechazado un fondo de ayuda de los países europeos. Iniciativa que había dado a conocer el Presidente Macron de Francia y que habría sido resultado de la Cumbre del G-7 que se ha celebrado en la ciudad francesa de Biarritz. Ese rechazo podría ser, más que dramático, un acto de notable irresponsabilidad, al impedir el rescate, así sea mínimo, de amplias áreas de la Amazonía.
No solo es el negacionismo de Bolsonaro. Su ministro de Defensa, Fernando Azevedo, enfatiza también esa misma posición, la de negar todo, todo el tiempo, en todos los foros. El lunes 26 de agosto este Ministro puntualizaba de manera vociferante, que “todo está bajo control”, que “solamente le preocupaba un poco” el fuego detectado ya en el norte del país, en los Estados de Pará, Rondonia y Acre.
Resaltando los alcances de visión del mandatario en Brasilia, llegó a afirmar que esas dádivas europeas “serían más útiles que se invirtieran en la reforestación” del Viejo Continente. Es algo típico. Es una falacia en la generalización. Es el cinismo de que siempre las cosas han sido así, de que otros tienen también problemas. Es tratar de restar legitimidad, en este caso, a quien ofrece la ayuda.
Es, más que ver el problema, más que tomar consciencia de la grave responsabilidad que tienen los países que comparten la cuenca del Amazonas –de cerca de 7 millones de kilómetros cuadrados- y en especial Brasil, que posee el 60% de esos bosques, es no asumir una responsabilidad planetaria, es, en lugar de todo ello, señalar a otros. Es un capítulo excelso para el libro de Borges, de 1935, “Historia Universal de la Infamia”.
Esta falacia en cuanto a culpar a otros, la utilizó el mandatario de Brasilia desde el primer momento de esta crisis. En lugar de hablar de un plan de contingencia, que era lo mínimo, se empeñó en señalar culpables. “Esos incendios han sido provocados por las Organizaciones No Gubernamentales (ONGs)” dijo, señalando a las entidades que tienen como centro de su actividad la protección del medio ambiente.
Es obvio que juega cartas iguales a las del mandatario en Washington. No importa la impertinencia –los exabruptos- que diga, confía en que su “mercado cautivo”, su hinchada, sí se lo creerá. Le creerán todo: la ignorancia supera en muchas ocasiones a la prepotencia.
Mientras tanto estamos perdiendo bosques valiosos y frágiles. Estamos perdiendo poblaciones indígenas de las cuales tenemos que aprender su convivencia con los recursos y sistemas naturales. ¿Cuánto tardará la Amazonía en recuperarse?
En esto debemos de puntualizar, de hacer precisiones. Se sabe que junto a los bosques tropicales de El Congo y de Indonesia, la Amazonía es uno de los grandes pulmones del mundo. Pero hay cosas adicionales.
Los suelos de esta vasta cuenca son frágiles. Tienen rasgos semejantes a los suelos kársticos, muy delgados en su horizonte arable. De manera que los nutrientes vegetales no se tienen en esas capas delgadas que no poseen mayor fertilidad. No, los nutrientes se encuentran en los tallos, en las hojas de los árboles, arbustos y plantas de mayor y menor tamaño que componen incluso, el “soto-bosque”. Los nutrientes se hayan en la biomasa.
Es “atractivo” tumbar el bosque, proceder a su quema con el objeto de ampliar la frontera agrícola. Es algo que Bolsonaro ha alentado: los agro-negocios. Producto de la quema, las cenizas tienen minerales que incorporan al suelo, potasio entre otros. De esa manera los primeros años, las cosechas pueden ser promisorias “competitivas”, pero –de nuevo- el suelo en su capa arable es muy delgado, de manera que no puede contener los nutrientes. De allí que las cosechas van declinando mientras el suelo tiende a perderse.
Con ello perdemos sustratos arables, poblaciones climax de bosque, toda la flora, la fauna y las poblaciones indígenas que viven en la Amazonía. Es algo total y absolutamente grave. Son daños que tardarán miles de años en recuperarse si es que se recuperan. De allí la importancia de preservar, de utilizar de manera racional y sostenida, los recursos y sistemas naturales renovables. En este caso de la Amazonía.
No obstante, todo esto es ajeno a los intereses de quienes mandan ahora desde Brasilia. Pensar sobre esto, no parece estar entre sus prioridades. Se preocupan de negocios que pueden ser “exitosos” en el corto plazo, pero que no son sostenibles. Además véase cómo al alentar el corrimiento de esta frontera agrícola, se persiste en que Brasil –en lugar de promover industrialización y una mejor inserción en la economía del conocimiento- siga manteniendo los procesos de re-primarización de sus exportaciones. Continúe dependiendo de las exportaciones de materias primas sin mayor valor agregado.
La destrucción de la Amazonía es un excelente juego perder-perder. Todos perdemos. Hay que forzar a que se tomen medidas. Medidas urgentes. Europa entretanto, planea boicotear las importaciones de carne y soya desde Brasil. Alguna esperanza quizá puede existir que algo entienda Bolsonaro. Al final todos pagaremos por esto.