COMO parte de los nuevos procesos y mecanismos de la globalización actual, se evidencia que el epicentro de poder político e influencia social contemporáneos se va consolidando en Asia. Es evidente que el componente productivo es importante, pero no es sólo eso. Las influencias y el poder de decisión mundial van mostrando su raíz asiática. Allí está la gran potencia china emergiendo, allí está Japón, y los denominados “tigres asiáticos” -Singapur, Corea del Sur, Taiwán- con su controvertida relación con China, lo que también le es propio a Hong Kong.
Esas sociedades con su competitividad, su estabilidad política y sus mercados ampliándose, atraen grandes proyectos y oportunidades. Es cierto que a raíz de las posiciones del mandatario en Washington las cosas puedan no lucir tan atractivas en el corto plazo con China; pero el arsenal estratégico y la consolidación tecnológica del gigante asiático le cobran desde ya, notables y costosas cargas al mercado estadounidense.
Estas consideraciones han sido verificadas en el trabajo del investigador Branko Milanovic: “Global Inequality” (2016). Una de las conclusiones de la citada obra, puntualiza que “en nueve de cada diez casos fue en esa parte del mundo, donde se concentraron los mayores beneficios de la globalización, dando lugar al surgimiento de una potente clase media”. Esta conclusión también coincide con lo expuesto por el investigador Alfredo Toro.
Otras bases argumentales con el fin de subrayar el rasgo de que es en Asia en donde se están concentrando factores de mayor inclusión social y poder político, pueden encontrarse en datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde). De conformidad con estos contenidos, se considera que la clase media mundial, entre 2020 y 2030, pasará de 3,300 millones de personas, a un total de 4,900 millones.
La Ocde sostiene que el 80 por ciento de ese incremento tendrá lugar en Asia. Con ello los países asiáticos estarían entrando al menos relativamente, en la conformación de círculos positivos de causación acumulativa -a la manera de la teoría de Gunnar Myrdal, Premio Nobel de Economía 1974-. Eso se traduciría en que tendrían mayor bienestar social, mayor consumo relativo, mayor crecimiento y con ello, una tendencia a mayor influencia social y poder político.
No es de olvidar al respecto, que uno de los mayores acreedores de la inmensa deuda externa de Estados Unidos es precisamente China, y que, por otro lado, Japón continúa manteniendo una de las producciones clave en esta era de automatizaciones: todo el conglomerado de gran valor estratégico que corresponde a la industria de semi-conductores.
Otro dato interesante y adicional es el creciente posicionamiento hegemónico-político de China en el contexto de la globalización actual. Esto se hace más evidente ahora que el mandatario desde Washington no mantiene el liderazgo estadounidense en el actual y más contemporáneo proceso de integración mundial.
Es China quien está copando ese vacío que deja Washington y lo está haciendo desde ya, a expensas de la competitividad de la potencia del norte que cada vez más da muestras de mayor decaimiento. Véase en esto, el gran costo que puede tener para los estadounidenses, el liderazgo de “escondite”, de no plantar cara, por parte de Trump.
Posicionamiento comercial
Nótese este rasgo. Desde 2013, con la plena vigencia de la mayor globalización comercial, social, política y cultural en el mundo, se han firmado 44 tratados de libre comercio. De ese total, 28 tienen como base los países asiáticos. Es así como por ejemplo, Singapur, que por su tamaño de producción y mercado no puede influir en los precios de los bienes y servicios en los que participa, sí puede hacer parte de los países que -coordinados- pueden establecer un posicionamiento hegemónico.
Estas eficientes, aunque en muchos casos pequeñas economías de la región asiática, están -desde hace más de 40 años- tomando ventaja de un estilo orgánico-funcional como parte de la integración regional. Véase como ilustración, el acuerdo del Sudeste Asiático, la Asean. Ellos están ampliando sus influencias y mercados, están aprovechando las ventajas de las economías de escala y, esto es vital, aumentan su poderío político mundial. Algo que a su vez, fortalece aún más su posicionamiento estratégico y los vínculos que ellos tienen en el ámbito de la integración.
De manera complementaria, aunque no por ello menos significativa: es de tomar nota con lo referente al transporte mundial. Se estima que nueve de cada diez conexiones de vuelos internacionales que tienen mayor frecuencia, se encuentran en Asia. De nuevo esto es un indicador aproximado del interés y la influencia social, de negocios, de inversiones y con ello de empleo y oportunidades para la región asiática.
De conformidad con estudios del Instituto McKinsey Global, en 2017, el 42 por ciento del producto interno global (PIG) se producía en Asia. Se estima que de acuerdo a las tendencias actuales, ese porcentaje global será de 52 por ciento para 2040. Para ese momento, se precisa, y esto es muy importante y aleccionador: Europa producirá el 22 por ciento del PIB del mundo, y Estados Unidos aún menos, el 18 por ciento del PIB mundial.
Con todo, la región asiática está en posesión, desde ya, del epicentro de la actual globalización. Y dentro de esa región, la potencia social y política de China emerge con un sostenido basamento competitivo. No es una isla, sino que se constituye en un país integrado. El Instituto McKinsey Global, lo sintetiza de esta manera: “China actúa como una plataforma de innovación y conectividad. Se articula con sus vecinos, con más vecinos que cualquier otro país asiático. Se inserta en un sistema regional de beneficiosa y perdurable interdependencia”.
Es de prepararnos. El mito del “America first”, parece ser y venderse como un desfalco oportunista. Las nuevas generaciones desde ya, deben irse preparando, muy probablemente deberán mostrar significativas destrezas en el manejo del mandarín.
(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario.