UN muro baleado perdura como huella del ataque al que sobrevivió León Trotski en Ciudad de México en 1940, preludio de su asesinato tres meses después a manos de un despiadado agente de Joseph Stalin.
"Ya me familiaricé" con la muerte, afirmó Trotski tras el atentado del 24 de mayo en su casa del barrio de Coyoacán, hoy un museo donde reposan sus restos junto a un monumento que tiene esculpidos el martillo y la hoz.
"A través de medio mundo me ha seguido el negro odio de Stalin", comentó al diario El Universal este líder de la revolución rusa, cuyo verdadero nombre era Lev Davidovich Bronstein.
Esa persecución, que cubrió de tragedia a su familia y lo empujó a una vida itinerante, llegó a su fin el 21 de agosto de 1940 después que Ramón Mercader, comunista español que se había ganado su confianza, le clavara un día antes un picahielo en la cabeza.
"Fue un crimen ideológico, simbólico", comentó el cubano Leonardo Padura, quien investigó el asesinato durante cinco años para su novela "El hombre que amaba a los perros", en la que teje las vidas de Trotski y Mercader con la ficticia de un escritor que conoce al homicida en La Habana.
Eran los tiempos de la polarización revolucionaria, en la que Stalin, con su puño de hierro, controlaba el poder de la izquierda y Trotski, también él un "fundamentalista", alumbraba como "única lucecita" con su crítica al régimen soviético, describe Padura en La Habana.
Stalin propugnaba un "socialismo en un solo país"; Trotski, quien tomó su nombre de uno de sus carceleros en Siberia, defendía la "revolución permanente" en todo el mundo.
Aliados en México
Expulsado de Rusia y del Partido Comunista Soviético, Trotski se refugió en México el 9 de enero de 1937 ayudado por el célebre muralista Diego Rivera, quien intercedió ante el presidente Lázaro Cárdenas.
Paradójicamente el líder del movimiento que precipitó la revolución de octubre y el general Cárdenas nunca se conocieron, aunque mantuvieron un intercambio epistolar.
"Seguramente se debió a las circunstancias del momento, a que no había necesidad de reunirse", señala Cuauhtémoc Cárdenas, político e hijo del gobernante.
Acompañado de su esposa Natalia Sedova, el fundador del Ejército Rojo fue recibido en el puerto de Tampico por la pintora Frida Kahlo, con quien se rumora que tuvo un romance.
"A su llegada se mezcla con un grupo de personajes que coinciden en esos momentos en un México explosivo, empezando por Rivera y Kahlo", refiere Padura.
Del mundo del arte también vendrían las balas, pues David Alfaro Siqueiros, otro de los grandes muralistas mexicanos, participó en la intentona del 24 de mayo.
Estas circunstancias, sumadas a la forma en que fue asesinado, dieron un aura especial al exilio de Trotski, que tuvo como particularidad que la persecución nunca cesó.
El piolet
El arma que Mercader usara para matar a Trotski ha sido objeto de múltiples búsquedas y en actualidad se exhibe en el Museo Internacional de Espionaje en Washington.
Keith Melton, un historiador especializado en el espionaje de la CIA, tardó cerca de cuatro décadas en hallar el arma homicida. Y todo para saber por qué, el asesino, había utilizado esta herramienta de montañismo para matar al revolucionario ruso.
Melton, que recorrió el mundo para acumular herramientas ingeniosas y macabras del arte del espionaje para el museo, centró su atención, en la década de 1970, en este piolet, desaparecido poco después del asesinato.
"Me gustan las búsquedas detectivescas. Esta realmente me puso a prueba", admitió. En su empeño, una pregunta le rondaba la cabeza: ¿por qué un piolet?
Mercader, un alpinista experimentado, manejaba con habilidad esta herramienta.
Aunque disparar al revolucionario de 61 años hubiera sido más fácil, desistió después de varios intentos fallidos llevados a cabo por los servicios secretos soviéticos.
Pero Mercader logró entrar al pequeño séquito del revolucionario como amante de una trotskista de Nueva York haciéndose pasar por hijo de un rico diplomático belga de izquierda.
Después de un tiempo en la capital mexicana, Mercader podía entrar a la residencia de Trotski sin ser registrado.
Matarlo de un disparo era una opción, pero el ruido dificultaría cualquier vía de escape.
Eso significaba que Mercader tenía que atacar a Trotski en silencio y que éste muriera en el acto para poder escapar sin levantar sospechas.
El día del crimen, el agente soviético entró en casa de Trotski con el piolet, una pistola y un chuchillo escondidos en su gabardina.
A pesar de todo, las cosas no salieron como las tenía planeadas. Trotski no murió en el acto, comenzó a gritar y pelear. Los guardias acudieron al lugar y detuvieron a Mercader.
El revolucionario murió al día siguiente en el hospital, y el arma que lo mató se vio por última vez en público durante una rueda de prensa posterior.
En 2005, Ana Alicia Salas, la hija de un expolicía mexicano, confesó haber guardado el piolet debajo de la cama durante años. La herramienta encajaba con la buscada y Melton lo compró para su colección.
Faltaba por aportar alguna prueba irrefutable de que aquel era el piolet buscado. Y la encontraron: en una fotografía de la policía de 1940 se veía restos la impresión con sangre de una huella dactilar sangre en el mango.
Gracias a la ayuda de un científico forense del FBI, Melton pudo "determinar que había restos de la huella de sangre en el piolet". "Los contornos coincidían perfectamente con la huella dactilar de la foto".
Veredicto popular
Arriesgándose a la especulación histórica, el novelista cubano (Premio Princesa de Asturias 2015) cree que, de haberse impuesto a Stalin, Trotski hubiera abordado con más pragmatismo las contradicciones del modelo soviético.
Pero posiblemente hubiera aplicado métodos similares a los de su verdugo.
Ocho décadas después de su muerte, la figura del político ruso sigue polarizando.
"Trotski", la serie distribuida por Netflix en 2019 pero producida por el principal canal estatal ruso, muestra al protagonista como un villano.
Padura cree haber encontrado un veredicto popular a la pugna histórica. "Por haber estado fuera del poder, la figura de Trotski alcanzó la dimensión que todavía tiene y por la cual hoy te encuentras gente que te dice 'soy trotskista… y es muy difícil que te encuentres a alguien que te diga soy stalinista'".