El 6 de agosto de 1945 Estados Unidos (EU) lanzó sobre Hiroshima la primera bomba atómica de la historia. Tres días después lo hizo sobre la ciudad de Nagasaki.
Hoy, 75 años después, la amenaza nuclear continua vigente, con nuevos actores, nuevas circunstancias geopolíticas y, sobre todo, un nuevo enemigo global en esta coyuntura: la pandemia del Covid-19, que ha producido más de 700.000 muertes en 6 meses, frente a las 340.000 de las dos explosiones en Japón.
La bomba nuclear que arrasó Hiroshima, causó instantáneamente la muerte de unas 70.000 personas y dejó a otras decenas de miles más con profundas heridas y secuelas en su salud. La segunda bomba del 9 de agosto que destruyó la ciudad de Nagasaki causó la muerte inmediata de 39.000 personas. El resto de las víctimas se produjo a causa de las enfermedades causadas por la exposición a la radiación ionizante.
El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y la Cruz Roja Japonesa fueron testigos del sufrimiento y la devastación cuando su personal médico y humanitario intentó, en condiciones casi imposibles, asistir a las personas agonizantes y heridas.
Japón había guardado silencio cuando, Reino Unido, China y EU, le pidieron rendirse en la "Declaración de Potsdam", a finales de julio de 1945.
Tokio declaró que no podía "entregarse sin condiciones" y en agosto de ese año les ofreció a los Aliados una "paz negociada”.
Luego de que los Aliados rechazaran la oferta, EU arrojó la primera bomba a Hiroshima en la mañana del 6 de agosto y la segunda a Nagasaki hacia el mediodía del 9 del mismo mes.
Como resultado de la destrucción de las dos ciudades, el emperador Hirohito declaró la rendición incondicional de su país en un mensaje el 15 de agosto.
La bomba de uranio destruyó todo en un diámetro de 1,5 kilómetros al generar 3.000 grados centígrados de calor en su interior.
La bomba, que destruyó el 70% de Hiroshima, mató a 140.000 personas para finales de 1945.
Mientras muchas personas heridas que no pudieron obtener asistencia médica murieron, personas que llegaron a la ciudad para ayudar también fallecieron debido a la lluvia radiactiva que ocurrió después de la bomba.
Si bien el poder de destrucción de la bomba lanzada sobre Nagazaki fue limitado por las colinas que rodeaban la ciudad, cerca de 70.000 personas murieron durante el ataque y en los meses posteriores, y la mitad de Nagasaki desapareció.
Los japoneses aseguran que el número de muertos es medio millón
Según las cifras oficiales del Comité del Proyecto Manhattan, establecido para el desarrollo de armas nucleares por EU, 255.000 personas vivían en Hiroshima antes del bombardeo.
Las bombas atómicas, además de tener un efecto devastador como las bombas convencionales, tienen un efecto destructivo más amplio debido al calor y radiación que producen.
Estas causan en el cuerpo humano enfermedades difíciles de tratar como el cáncer, deformidades y discapacidades.
Además, los trastornos y heridas psicológicas que dejan en las víctimas continúan hasta la muerte.
Los “hibakusha” afectados y sobrevivientes de las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, celebran cada año en agosto una ceremonia de conmemoración del ataque, en la que envían mensajes para incentivar el abandono total de las armas nucleares.
Cabe destacar que analistas aseguran que ante la propagación de la “amenaza soviética” en Europa Oriental y luego Asia Oriental fue determinante en la decisión tomada por el entonces presidente estadounidense, Harry Truman de usar los artefactos.
El 75 aniversario de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki llega cuando el riesgo del uso de armas nucleares ha alcanzado un nivel nunca antes visto desde el fin de la Guerra Fría. Ha aumentado la frecuencia de incidentes militares que involucran a Estados que poseen armas nucleares y a sus aliados, y los Estados con arsenales nucleares han amenazado explícitamente con usarlos.
Además, los acuerdos para eliminar los arsenales existentes están siendo abandonados, mientras se desarrollan nuevas armas nucleares, lo que pone al mundo en el peligroso camino hacia una nueva carrera armamentística.
Estos hechos incrementan la urgencia de los esfuerzos de la comunidad internacional por prohibir y eliminar esas armas.
“El horror de una detonación nuclear puede verse como algo lejano. Pero, hoy en día, el riesgo de que vuelvan a usarse armas nucleares es alto. Los tratados para reducir los arsenales nucleares y los riesgos de su proliferación se están abandonando, al tiempo que se producen nuevos tipos de armas nucleares y se formulan graves amenazas. Es una carrera armamentística, y es aterradora. Debemos instar a todos los Estados a prohibir las armas nucleares e impulsar a los Estados con arsenales nucleares a que negocien, de buena fe, una serie de medidas para su eliminación”, dijo Peter Maurer, presidente del CICR.
“La comunidad internacional no tiene capacidad de ayudar a todos los que necesitarían asistencia después de un estallido nuclear. Las enfermedades causadas por la radiación, la disminución de la producción de alimentos y la enorme magnitud de la destrucción y la contaminación volverían insuficiente cualquier respuesta humanitaria significativa”, dijo Francesco Rocca, presidente de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja.
En el mundo hay más de 14.000 bombas nucleares, miles de las cuales están listas para ser lanzadas en un instante. El poder de muchas de esas ojivas nucleares es decenas de veces más grande que el de las armas lanzadas sobre Nagasaki e Hiroshima.
“Sin lugar a dudas, las armas que tienen consecuencias humanitarias catastróficas no pueden ser vistas como instrumentos de seguridad”, dijo el señor Maurer en relación. Estas declaraciones contrastan con las del líder de Corea del Norte, Kim Jong Un, quien afirmó que su país no vivirá más guerras gracias a su “disuasivo potencial nuclear” y de China, cuyo arsenal nuclear se expande rápidamente, y se ha rehusado a sumarse al tratado que limita este tipo de armas. Asimismo se ha negado a ofrecer información confiable sobre el coronavirus y ha sido acusado de espionaje en la búsqueda de una vacuna.