Los nuevos santos: Romero de El Salvador y Paulo VI | El Nuevo Siglo
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Domingo, 21 de Octubre de 2018
Giovanni Reyes

El domingo 14 de octubre de 2018, el Papa Francisco ha canonizado a 7 nuevos santos, entre ellos, como es conocido, están Monseñor Oscar Arnulfo Romero de El Salvador (1917-1980) y el Papa Paulo VI –Giovanni Battista Montini- (1897-1978).  El aspecto a resaltar aquí son los contrastes de este tipo de santidades, lo que estas personas tuvieron como logros para merecer el rango que ahora tienen, y los mensajes que envía el Vaticano bajo la dirección actual, como primer Pontífice jesuita y latinoamericano de la historia.

Con anterioridad, en el imaginario colectivo reposan las imágenes de santos que para adquirir la calidad de tales, siendo integrantes del listado oficial, del santoral de la Iglesia, debían de ser personas casi exclusivamente de oración; muchas veces con reclusión en conventos y entregados a la búsqueda de una profunda comunión con Dios. 

Ejemplos de esto lo tenemos en quienes alcanzaron la santidad, como San Juan de la Cruz (1542-1591) como Santa Teresa de Jesús (1515-1582) y más recientemente con el caso del Padre Pío de Pietrelcina (1887-1968).  Todos ellos vivieron además de una vida austera, como era de esperarse, una vida de oración, de reflexión, de retiro permanente.

Santa Teresa en su obra “El Castillo Interior” (1577) indica que es el silencio donde se pueden generar energías vitales, una búsqueda de Dios más auténtica y una concentración tal de la voluntad, que permite tener acceso a lo que sería una percepción diferente del tiempo.  Este tipo de recogimiento se va haciendo análogo a lo que son los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, o los procedimientos de meditación, más propios del budismo, o de las prácticas Zen.

Sin embargo, uno de los más claros mensajes que se perciben en la canonización, especialmente de Monseñor Romero y del Papa Paulo VI, es que los nuevos santos no sólo cultivan una especial devoción cristiana dentro del catolicismo, sino que dan testimonio de ello, frutos diríamos, más prácticos en lo inmediato.  Son personas que manifiestan su fe en las obras que como tales dan fruto y sentido a la convicción religiosa, además de la oración.

Ya lo recuerda el texto de la Epístola de Santiago al relacionar la importancia de la fe y de las obras.  Las evidencias de los hoy santos a que se ha hecho referencia, nos llevan a la consideración importante de una Iglesia testimonial.  Es el conjunto de sus acciones, de su ejemplo y de su liderazgo que ha conllevado autoridad moral.

Esto es parte de la Iglesia que al parecer trata de impulsar el Papa Francisco.  Como él lo ha reiterado en varias ocasiones, se trata de una iglesia que va al mundo, de una iglesia que se abre como una opción de vida para las gentes “del común”.   

Este último caracterizado no sólo por el catolicismo, sino también en su vivencia en las otras escisiones que se han producido en el cristianismo, a lo largo de la historia: las iglesias derivadas de la Reforma, la Iglesia Ortodoxa, con más dominio en los pueblos de Europa del Este, además de los más contemporáneos movimientos neo-pentecostales.  Estos últimos con su particular visión de vida.

En esto de la vigencia, validez y reconocimiento de una Iglesia que sale al encuentro del mundo, se tienen los planteamientos que dejara también Juan Pablo II, al referirse a que: “Lo que se requiere es la presencia de hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres de mundo en el corazón de la Iglesia”.  Esta idea se compagina con el planteamiento de: “No más divorcio entre fe y vida”. 

Es fundamentalmente a partir del Concilio Vaticano II que la Iglesia Católica muestra con mayor acento su vocación sobre lo social y la vida material de las comunidades.  No sólo de pan vivirá el hombre, pero sin pan tampoco es posible vivir.  Esto la lleva, como institución a un compromiso que toca la esfera de lo político y por tanto de intereses que son muchas veces inflexibles, en particular en América Latina -muy probablemente la región del mundo con mayor inequidad en el acceso a recursos económicos y a oportunidades para mejorar la calidad de vida.

El pontificado del Papa Francisco da a conocer nuevos desafíos y nuevos retos como formas de manifestar la fe y las creencias. Todo un proceso de “aggiornamento” o actualización, como lo soñaría el Papa Juan XXIII al haber iniciado el 11 de octubre de 1962, el Concilio Vaticano II. “Es necesario abrir las ventanas para nuestra Iglesia” habría declarado el pontífice que falleció un 3 de junio de 1963; esta pérdida para la Iglesia, posibilitó luego, la elección del Papa Paulo VI.  Nuevos retos en la búsqueda de Dios, nuevas formas testimoniales que conlleva esa búsqueda.  Todo ello como una necesidad creciente para nuestro mundo. 

Un mundo que se debate, para sólo mencionar un caso, en tener 12 años para el 2030, cuando –de no hacer nada substancial- se tendrá un efecto irreversible en el calentamiento global, aumentando la temperatura 1.5 grados centígrados.  Es ahora cuando más necesitamos de un compromiso social y ético, cuando más necesitamos de conocimiento, para el mantenimiento de la sociedad y un planeta habitable, nuestra única casa común.

 

(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario.