La sociedad de la información y la transformación política | El Nuevo Siglo
LA MASIFICACIÓN del acceso a internet y a dispositivos móviles ha traído como consecuencia un mayor acceso a la información (y por tanto a la desinformación), por parte de la ciudadanía.
Foto cortesía Procuraduría General de la Nación
Domingo, 20 de Septiembre de 2020
Freddy Patiño Montero*

[…] y lo propio del hombre con respecto a los animales es que él solo tiene la percepción de lo bueno y de lo malo, de lo justo y lo injusto de otras cualidades semejantes, y la participación común en estas percepciones es lo que constituye la familia y la ciudad (Aristóteles).

Dados los últimos hechos de violencia policial, de protesta social y también de vandalismo que han sacudido diversas ciudades del territorio nacional, y de forma más contundente en Bogotá, amerita reflexionar sobre algunos aspectos que, a mi modo de ver, requieren revisión y discusión. Ello, en la medida en que, a partir de allí, se puede configurar una nueva forma de hacer política, la cual puede favorecer cambios necesarios para superar viejas herencias bipartidistas que han profundizado las crisis sociales; llevando a las personas a un retroceso, quizás similar al estado natural del que habló en su momento el filósofo Hobbes. A continuación los aspectos a considerar:

El acceso a la información: ventajas y desventajas

Sin lugar a dudas, con la entrada de la segunda década del siglo XXI, la masificación del acceso a internet y a dispositivos móviles ha traído como consecuencia un mayor acceso a la información (y por tanto a la desinformación), por parte de la ciudadanía. Esta situación ha permitido que las redes sociales se hayan convertido en un nuevo campo de batalla y también en un laboratorio desde el cual se gestan todo tipo de formas de manipulación, fraudes e instigación a la violencia por parte de las masas. Sin embargo, también es importante destacar el lugar que estas tienen en la pronta difusión de noticias que, otrora, simplemente se podrían contener con acciones como la transmisión de partidos de fútbol, mientras ocurrían hechos de violencia que marcaron la historia reciente del país y que apenas se empiezan a resolver.

La formación ciudadana

En orden a los elementos señalados, se requiere con urgencia resignificar la formación ciudadana de las personas. Lo anterior, sin más ideologías que la máxima de la defensa y disfrute de los derechos humanos por parte de toda la ciudadanía. En un país donde las tasas de cobertura en la educación superior apenas se acercan al 52% (Fuente: SNIES-MEN, Informe actualizado a junio de 2019) y la cobertura bruta en básica y media apenas en 2006 se acercó al 100%, no es de extrañarse que la vida política y el equilibrio social del país dependan de la emocionalidad del momento.

En efecto, del conflicto armado tan prolongado heredamos odios que simplemente aprendimos y replicamos en la cotidianidad. Por tanto, se requiere una apuesta por una formación ciudadana en clave derechos humanos, de la autonomía, por oposición a la tradición resignada y heterónoma de nuestra historia nacional. Allí, la educación formal es fundamental pues, todas las instituciones sociales, en especial las educativas, independientemente del nivel, tienen (tenemos) el compromiso de educar en el reconocimiento y la defensa de los derechos humanos como la única mediación que hará posible el disfrute de una sociedad más equitativa, donde se brinden las posibilidades a quienes no las han tenido para que aprendan a reclamar sin temor y por las vías jurídicas.

Asimismo, resulta imperativo propiciar escenarios para el aprendizaje de la caridad y la compasión que conlleven al reconocimiento del otro y las formas de opresión que padecen. Debemos desaprender la estrategia de mirar hacia otro lado, de ignorar al otro, de desentendernos de sus circunstancias, pues en últimas también son las nuestras, nuestro silencio e insolidaridad los condena y perpetúa la injusticia.   

La sociedad actual requiere con urgencia una mayor formación política que le permita avanzar en una mayor exigencia de los derechos humanos

Desespero y “no tener nada que perder” más que la propia vida.

En este contexto tan carente de una adecuada educación  emocional y política, las personas más vulnerables terminan por ser más fácilmente manipulables a través de diferentes mecanismos como las redes sociales. Como afirmaba anteriormente, las situaciones recientemente vividas de exceso de fuerza por parte de quienes están para cuidarnos, fácilmente hacen que se sienta indignación y enojo, los cuales son caldo de cultivo que es bien aprovechado por las partes interesadas en hacer de ellos el combustible perfecto para pasar al resentimiento y la sed de venganza.

Por tanto, infortunadamente, movidos por estas emociones los más vulnerables saltan a las calles a protestar (en su legítimo derecho), exponiéndose a tal grado que pareciera que “no tienen más que perder”, más que la propia vida. Por supuesto, lo señalado es absolutamente grave en un Estado que constitucionalmente se autodenomina “social de derecho”, donde el respeto por la vida y las garantías vitales no se encuentran mínimamente satisfechas para una amplia mayoría, lo cual se hace cada vez más patente.

Cambios necesarios en la forma de hacer política.

Recientemente, en la inauguración de la Feria del Libro de Berlín 2020, Mario Vargas Llosa afirmaba que "la literatura ha sido siempre un modo de protestar contra las insuficiencias de la vida, (…) se la necesita si no se quiere 'ciudadanos resignados, que acepten sumisamente' lo que se les impone”.

En efecto, la sociedad actual requiere con urgencia una mayor formación política que le permita avanzar en una mayor exigencia de los derechos humanos. De allí que la sociedad colombiana de a poco avanza en el reconocimiento de la vulneración sistemática de sus derechos y, en la misma medida, se avanza en la necesaria movilización y protesta social. A paso lento pero seguro, la sociedad empieza a dejar de comprar humo, deja de creer en las mismas promesas trasnochadas que se repiten sin cesar desde hace varias décadas.

Por consiguiente, se requieren nuevas apuestas políticas y control político a quienes no cumplen con sus programas de campaña. Es necesario que los líderes políticos partan del reconocimiento real del pueblo como soberano y de su compromiso irrenunciable a trabajar en pro del mejoramiento de las condiciones de vida de todos, especialmente de quienes históricamente han sido excluidos

En suma, a quienes representamos ese pueblo soberano nos corresponde un mayor compromiso con la democracia, que no termina sino que inicia con el ejercicio electoral, pero que incluye también prácticas cotidianas que hablen de nuestro deber ciudadano.

* Freddy Patiño Montero es secretario de la Red para la formación ética y ciudadana, y  profesor universitario.