El despiporre marginal | El Nuevo Siglo
Domingo, 28 de Julio de 2019

Se supone que la paz es la consecuencia del imperio del derecho en un Estado civilizado. El Estado se crea para conseguir el avance social mediante la organización y el concurso de todos. En países como Colombia, donde la geografía es tan diversa y tan grandes los obstáculos por vencer e instaurar el desarrollo, se debe llegar a pacto sobre lo fundamental para conseguir romper la barrera de la marginalidad y que impere el despiporre. En ese aspecto, los postulados de Álvaro Gómez siguen teniendo una gran vigencia. Las excusas para que persista el atraso en la periferia del país siguen siendo frecuentes en el medio político. No se tiene conciencia de la importancia de desarrollar la prefería y establecer en esas zonas el reinado pleno del derecho y la civilidad.

Al momento de escribir estas líneas, las noticias sobre el aislamiento que tiende a aumentar en los llanos y los territorios de la periferia siguen siendo alarmantes. Resulta que sectores desmovilizados de los distintos bandos, tanto de los movimientos subversivos como de las autodefensas locales o paramilitares, reportan un número cada vez mayor de víctimas. Se han organizado marchas en el país para protestar por las víctimas en el sector de los denominados líderes cívicos por la paz, que pasan de un centenar. Lo mismo que se conocen cifras de más de 2.000 asesinados entre los desmovilizados paramilitares. La estadística de estos últimos abarca varios años, desde el fin del gobierno de Álvaro Uribe, siendo escalofriante. Si lo anterior se compara con los datos de orden público que se conocen, lo evidente es que seguimos en guerra. Esa guerra en gran parte está siendo alimentada por cuenta de los sórdidos intereses que se mueven por cuenta de los cultivos ilícitos que se extienden por gran parte del país y en especial en la periferia.

Como las encargadas de restablecer el orden son las Fuerzas Armadas, junto con las instituciones democráticas, la carga pesada que cae sobre los militares cuando exigen resultados a sus hombres en esa dura lucha fratricida, tiende a inmovilizar y desmoralizar la institución. Es factible que la corrupción penetre en algunos estamentos castrenses, como ocurre en la sociedad civil, más, igual que ocurre con la sociedad no se puede condenar a todos por unos cuantos uniformados que delinquen. Los cuáles serán severamente castigados.

Entretanto, por la incomunicación de los llanos y las zonas relacionadas con esa zona del país, se multiplican los problemas y resurgen las fuerzas del caos y la violencia, intentando pescar en rio revuelto. No faltan, incluso, las voces de los que sostienen que se debe dejar la periferia del país a su suerte y no invertir allí, no hacer obras de infraestructura por ahora. Nada más absurdo que ese mensaje pesimista y retardatario. Para el desarrollo de Colombia es vital incorporar la periferia al crecimiento del país. Es, precisamente, el desarrollo desigual una de las peores causales del atraso, como de las enormes diferencias que distancias nuestras ciudades de las zonas más ricas y, paradójicamente, más pobres de la periferia del país.

Si miramos a la frontera con Brasil, tenemos que ese país, con evidente desarrollo industrial en San Paulo, presentó durante mucho tiempo un atraso secular en zonas periféricas, incluso ricas en donde el caucho y otros cultivos generaban jugosos dividendos. El Brasil, con tan extensos territorios, daba el triste espectáculo de tener que importar toneladas de productos agrícolas y carne para alimentar a su población, con sobrecosto al financiar a terceros países.

Hasta que en pleno siglo XX se decidieron a fundar Brasilia, con lo que incorporaron esas extensas zonas que rodean hoy su capital al desarrollo productivo, se abrieron nuevos y grandes espacios de infraestructura y comunicaciones, para pasar después a la autosuficiencia alimentaria y la exportación agrícola y ganadera.

Al abandonar en Colombia la periferia a los violentos, lo que se condena a la miseria a los campesinos de esas regiones que terminan de esclavos de los distintos bandos y sembrando cultivos ilícitos. Por medio siglo las Farc se dedicaron a volar puentes, atentar contra la infraestructura, acabar con la Caja Agraria y los puestos de policía. El empobrecimiento se hizo general. Los distintos actores de la violencia y los cultivos ilícitos siguen en el mismo proyecto depredador. Colombia está condenada al atraso y, posiblemente, a la pérdida de esas regiones de no insistir en incorporarlas al desarrollo en una suerte de pacto nacional por el desarrollo.  Se perdió Panamá, extensión geográfica del Chocó, entre otras cosas, por cuanto nunca tuvimos una carretera que llegara por tierra atravesando el Darién. No es menor el peligro que corre la periferia del país, en donde los aventureros suelen hablar de formar la República del Sur.

Restablecer el orden en la periferia, fomentar la infraestructura y sembrar unos ocho millones de hectáreas en árboles, crear zonas francas en los ríos y promover empresas de exportación que empleen maderas y resinas comerciales de los árboles, daría trabajo a millones de colombianos y multimillonarias divisas, lo mismo que traería paz y cambios benéficos para todos.