Ahora, las Fuerzas Militares… | El Nuevo Siglo
Domingo, 19 de Mayo de 2019
  • La estrategia de la desmoralización
  • El fantasioso informe del New York Times

 

En Colombia, por supuesto hay que estar pendiente de las actividades de las Fuerzas Militares. Ellas constituyen un bastión frente a la anarquía que se percibe en varias partes del país. Se creyó, en su momento, que el proceso de paz entre el gobierno Santos y las Farc serviría esencialmente para asumir la autoridad legítima en aquellos lugares donde aquella guerrilla había logrado una influencia territorial inamovible y dominaba los diversos fenómenos ilícitos.

No solo se trataba pues, como se consideró erróneamente y aún se sigue considerando por los supuestos especialistas, de que las Farc entregaran las armas, puesto que era de bulto que ellas podrían retomarse o comprarse en el mercado, en cualquier instante, por las propias disidencias o los demás actores violentos y narcotraficantes. Más allá, el Estado debía recuperar esos territorios en los que por fin pudiera proclamarse la pertenencia a un país que de algún modo había abandonado a la población, no en los últimos tiempos, sino de siempre. A partir de allí, entonces, podría generarse una política que debía consistir, por decirlo así, en la “nacionalización”, con todas las garantías sociales y estatales, de aquellos colombianos que desde luego merecían una mejor suerte que vivir en la inopia y al vaivén de la violencia, alejados de toda posibilidad de progreso.

Ahora resulta que muchas de esas zonas no consiguieron la redención prometida, porque de inmediato aparecieron las demás fuerzas irregulares a disputarse la primacía de la ilegitimidad. Hoy en día, cuando el dicho proceso es un remedo de lo que se pensaba como plataforma de la paz integral que se había anunciado, los elementos constitutivos de la nacionalidad permanecen en entredicho en los lugares desalojados por las Farc. Desde hace décadas se han llevado a cabo procesos de paz con diferentes facciones, que a la larga siempre han terminado en un reciclaje por copamiento del espacio de los demás actores de la violencia. Se suponía que con el proceso de las Farc sería diferente o al menos eso se dijo. Por desgracia, estamos de nuevo ante el “eterno retorno”.

De hecho, en la actualidad es claro que las llamadas disidencias de esa organización subversiva han logrado establecerse con vocación de futuro, acrecentando paulatinamente su margen de acción. Nada las detiene en su propósito de asumir, en el término de la distancia, la misma categoría depredadora de las Farc, aunque para ello no hayan tenido ni siquiera que declarar la guerra, por cuanto perviven en una solución de continuidad expansiva desde la confrontación anterior. Por lo pronto, la estrategia consiste en dominar los corredores estratégicos del narcotráfico, ahora que el negocio tiene, como nunca, el gigantesco aliciente de las 210.000 hectáreas de hoja de coca sembrada y la exportación de entre 900 y 1.000 toneladas métricas del alcaloide. La competencia es ardua y a muerte, porque las demás y potentes facciones de la anarquía tienen los mismos objetivos. De seguirse así, dividido el país por compartimientos territoriales ilegales, el futuro se mantendrá en el mismo círculo vicioso que tanto ha drenado las energías nacionales.

La esperanza, claro está, sigue estando en las Fuerzas Militares. Pero los propósitos de desmoralización sobre ellas vuelven a aparecer con toda la carga. Ahora la orquestación proviene de los mismos senadores Demócratas de siempre, en los Estados Unidos y del periódico del mismo signo, el New York Times (NYT), que ayer publicó un tendencioso informe para hacer coro a la moción parlamentaria antecedente de poner en la picota pública a los altos oficiales colombianos. La idea es, desde luego, cuadrar de antemano el tinglado internacional para que, a su vez, sirva de carburante a la moción de censura, la semana entrante, que la oposición colombiana tiene preparada contra el ministro de Defensa, Guillermo Botero, y que aplazaron en espera de los dictámenes Demócratas, incluida la oenegé también de siempre HRW.

Pero como cualquier día podría trinar Donald Trump, el NYT no da para tumbar un ministro, así sea colombiano. Mucho menos, claro está, cuando lo dicho sobre la estrategia del Ejército Nacional es una fantasía soplada por algún traidor a la patria, o tal vez dos, que se usa de fuente innominada para exacerbar las mentes calenturientas con el despropósito periodístico de insinuar que, por el simple hecho de pedir resultados a las divisiones y brigadas, se ha caído en la cloaca de los “falsos positivos”. Bien ha mostrado públicamente el comandante del Ejército, general Nicacio Martínez, las respuestas escritas al corresponsal para que se vea que su verdadera intención no era la de tenerlas en cuenta, sino de seguir siendo el agente manipulado por las fuentes camufladas, seguramente heridas porque no los ascendieron o cualquier otra circunstancia, típica de estos casos. Los “falsos positivos” son un baldón, cometido por algunos descarriados que infringieron a las FF.MM. una lesión que nunca lograron las Farc, pero en modo alguno responden a la sistematicidad que por demás nunca pudieron demostrar, muchos menos ahora, cuando cualquier infamia de ese tipo se traslada de inmediato a la justicia.

La estrategia de desmoralizar a la Fuerza Pública por parte de sectores políticos adictos a la desestabilización gubernamental no encontrará recibo alguno en las mentes sensatas del Congreso. Estamos seguros de que el ministro Botero saldrá indemne de la conspiración.