El escepticismo europeo sobre su génesis | El Nuevo Siglo
Foto archivo AFP
Sábado, 20 de Abril de 2019
Pablo Uribe Ruan
En cada país de Europa ha surgido un partido nacionalista que busca refundar la Unión Europea. A un mes y medio de las elecciones al Parlamento de la UE, muchos advierten que la llegada de los euroescépticos puede variar radicalmente el bloque

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HACE POCO, en un artículo, Emmanuel Macron describía los peligros a los que se enfrentan los europeos. “Nunca, desde la Segunda Guerra Mundial, Europa ha sido tan esencial. Sin embargo, nunca ha estado Europa en tanto peligro”, dijo, preocupado.

Enfrentado a enormes manifestaciones en su contra, marcadas por una oposición a la globalización, el Presidente de Francia no solo hizo énfasis en la incapacidad de las instituciones europeas para darle solución a los problemas de los ciudadanos, sino que, volvió a hablar sobre todo del mismo tema: la batalla electoral, en mayo de este año, entre los “populistas” y los “progresistas pro-europeos”, como él se hace llamar.

Casi en todos los países que la conforma, Europa está dividida entre estas dos tendencias. Las llaman “populistas” y “progresista” o “nacionalistas” y “neoliberales”, formas para referirse a aquellos que buscan defender la identidad de las naciones europeas y de sus economías y sus culturas frente a otros que creen en el multilateralismo y los ejercicios colectivos.

Francia es un ejemplo de ello. A solo meses de posesionarse, Macron ya enfrentaba sus primeras protestas. Fue el sindicato de trenes que se opuso a la transformación del sistema ferroviario, a expensas de algunos puestos; después, vendrían los “chalecos amarillos”. Y siempre han estado detrás, buscando capitalizar el momento, los “nacionalistas”, de derecha e izquierda.

En el caso francés: Marine Le Pen y Jean Luc Melenchon. Ellos representan aquél auge nacionalista que el Presidente de Francia ha advertido, con temor. Desde la “Francia Insumisa”, Melenchon ha alentado a sus detractores a protestar contra el “banquero” (Macron), mientras que Le Pen, quien recientemente acaba de refundar su partido, Agrupación Nacional, ha pedido un cambio extremo en el enfoque de su país frente a Europa.

Es solo un país de los 28 que componen el sistema europeo, aunque lo que pasa allí ocurre en casi todo lado. En donde hay gobiernos a favor de la Unión Europea (UE), existe una oposición, de derecha o izquierda, o de las dos, que piden transformar el bloque o salirse, como Reino Unido.

Recientemente, la canciller alemana Ángela Merkel también tuvo que dar explicaciones sobre su presencia, muchas veces calificada de excesiva, en las instituciones que componen la UE. Ella con Macron han sido los líderes naturales -sus países son las mayores economías- del bloque desde que el primero llegó al Elíseo (palacio presidencial) y ahora enfrentan el desafío de que los países que les siguen en importancia, Reino Unido e Italia, hayan decidido tomar caminos nacionalistas.

Sí, no solo ha sido el Brexit. El gobierno antisistema italiano ha logrado consolidar un grupo que busca la reconfiguración de la Unión Europea. Matteo Salvini, primer ministro de Italia, hace unas semanas lanzó un proyecto transnacional para “cambiar Europa”, en medio de una reunión el norte del país en la que fueron invitados líderes de los partidos Alternativa para Alemania (AFD), Verdaderos Finlandeses -que casi ganan las parlamentarias el domingo pasado- y el Partido Popular Danés. Marine Le Pen y Víctor Orbán no estuvieron. Entonces, osadamente, Salvini aprovechó para erigirse como el líder de este movimiento.

Líder del partido Liga del Norte, el populista italiano dijo que la hoja de ruta de su proyecto es el Tratado de Maastricht. Un “sueño europeo que hablaba de plena ocupación, bienestar económico, social y respeto de las identidades”, así lo definió.

Para iniciar este proceso de transformación los nacionalistas buscan convertirse en la mayor fuerza en el Parlamento Europeo el próximo 26 de mayo. No están lejos de lograrlo. Según algunos sondeos, el agrupamiento de todas las fuerzas populistas en Europa está cerca.

 

Crisis de confianza

Tres palabras definen el difícil momento por el que pasa el bloque europeo: crisis de confianza. Lejos de lo que quisieron sus fundadores, las instituciones europeas hoy son vistas como una reunión de burócratas poco interesados en los problemas de la ciudadanía. Ellas se encuentran en Bruselas, la sede de “todos los males”. Y desde allí despachan recetas económicas que no han servido para superar la crisis económica de 2008, la raíz de todo.

En aquel año la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos tuvo un coletazo directo en Europa. España, Grecia y Portugal -los más afectados- enfrentaron un decrecimiento que paralizó parte importante de sus economías e hizo que miles de jóvenes migraran a otros países por niveles de desempleo que alcanzaron el 30%. No fueron los únicos.

Aunque el principio fundante de la Unión Europea fue construir un bloque de paz que, en el fondo, controlara los intereses expansionistas de algunos de sus miembros, el manejo económico como bloque también fue parte del eje central del proyecto continental.

Llegó la crisis y, al menos por unos años, no hubo mucho que hacer. La receta de Bruselas fue recortar el gasto público a su mínima expresión y obligó a los gobiernos de turno a modificar su inversión en políticas sociales. Luego, vinieron los desahuciados, los bancos rescatados por el Estado y una atomización de la protesta social que confluyó en un mismo tema: la falta de enfoque social de Bruselas.

El Estado Social de Derecho, un modelo socioeconómico fundado en la Alemania de Von Bismarck y que sirvió de base para construir la UE, pareció no ser una prioridad del bloque.

“Las economías se habían vuelto mucho más amplias que las sociedades y, por lo tanto, carecían de los fundamentos sociales del pasado. Agregue a eso la expansión del Estado regulador, y los ciudadanos sintieron una pérdida perceptible de agencia”, así lo explica Jürgen Habermas en el portal Social Europe.

La economía, sin embargo, no explica por sí misma el auge de los populistas. Su discurso tiene un trasfondo identitatario que ve a Europa como un continente conformado por diferentes civilizaciones unidas por el cristianismo y un glorioso pasado imperial. Este se ve amenazado por la migración -dicen- otro tema que ha ayudado a que estos discurso tomen fuerza y le den vida a aquella idea del “choque de civilizaciones”, promovida por Samuel Huntington en la década de los 90 (ha sido criticada por su reduccionismo).

AFP

Abiertamente Hungría, Polonia y República Checa han dicho que no van a recibir la cuota de migrantes sirios y africanos exigida por la UE, como parte de su política migratoria. Esta es una decisión, si se quiere, menos radical que la que tomó Viktor Orbán un año atrás: construir muros de pullas para impedir el paso de los refugiados que intentaban trasladarse por territorio húngaro.

Pero el punto es que Orbán no es una excepción. Cada vez son más los países que se declaran, paradójicamente, euroescépticos, por las posiciones de Europa frente a la economía y la migración.

 

Las elecciones, bisagra

A finales de mayo los ciudadanos del viejo continente votarán para elegir a los diputados del gran Parlamento europeo. Pero, ¿es la Unión Europea un Parlamento y un par de voceros, Donald Tusk y Jean-Claude Junker?

La UE ha sido vista como la agrupación de varios países unidos en “un esfuerzo intergubernamental, más que transnacional, al menos desde la crisis financiera”, dice la exministra de Relaciones Exteriores de España, Ana Palacios.

“El establecimiento de la agenda y la autoridad para la toma de decisiones recae en los gobiernos nacionales y, por defecto, los miembros poderosos, especialmente Alemania, y los disidentes”, explica.

Este es el punto que genera más discordia. Para la mayoría de países existe una dictadura no tanto de Bruselas, sino de Berlín, principalmente, y de París, que dominan la agenda del bloque. El Parlamento, comenta Palacios, se ha convertido más en “un colegislador” que en el centro de la política europea.

La transformación de las instituciones europeas podría empezar por ello. La capacidad legislativa, independientemente de Alemania o Francia, debe ser equilibrada y proporcional a la representación de todos los países que conforman el bloque, 28.

Pero no solo existe el Parlamento en Bruselas. Allí también está la sede de la Comisión Europea, una institución creada para proteger los tratados firmados por la UE con otros países o bloques y del Consejo Europeo que define las visiones generales del bloque (hay cuatro instituciones más).

Este andamiaje institucional está en peligro, al menos para Macron, quien ha advertido que las fuerzas euroescépticas buscan transformarlo radicalmente, como ha pedido Salvini.

Para saberlo, será necesario esperar los resultados de las elecciones al Parlamento europeo, que tiene un funcionamiento muy detallado. En estas los ciudadanos votan por los partidos locales que se inscriben en las grandes colectividades europeas, Partido Popular Europeo (PPE), Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas (SD), Verdes, entre otros. Recientemente, los euroescépticos han lanzo un gran bloque denominado Europa Grupo de las Naciones y la Libertad (ENF).

Tradicionalmente los dos grupos más grandes, PPE y SD, han gobernado en coalición. Esta vez, sin embargo, no se vislumbra que sea tan fácil que la mantengan. Además, es posible que los ENF logren un número significativo de escaños, aunque no los suficientes para convertirse en una mayoría simple o absoluta.

Dicen que Donald Trump ha sido uno de los causantes de esta fragmentación europea. En realidad, es lo contrario. Desde hace dos décadas, los euroescépticos vienen tomando fuerza y hoy intentan poner en jaque al bloque.