Peleas y espectáculo | El Nuevo Siglo
Martes, 18 de Febrero de 2020

Cada vez que los famosos, las figuras públicas o las personas de alguna representación en la sociedad se salen de casillas, la situación necesariamente alcanza tanta notoriedad pública como la de sus respectivos autores, o incluso más.

En estas épocas modernas de sociedades de la información y de redes sociales, ese tipo de asuntos alcanzan una audiencia más universal y más rápida, merced a la existencia de las redes sociales. Memes, videos, montajes y presentación de todos los ángulos posibles, falsos o reales, de los hechos son una de las consecuencias naturales de ese tipo de situaciones.

Nadie se ha salvado de esas iras o de esas reacciones que son tan humanas que hasta el Dios hecho hombre las padeció. La Biblia da cuenta del enojo de Jesús  contra los mercaderes del templo y de la, literalmente, ira Santa, en la que montó contra quienes comerciaban en el mismo sitio del culto (Juan 2, 13-25). Y no hace mucho, SS Francisco, Su Representante en la tierra, mostró su lado más humano cuando estalló en ira contra una feligresa que le lastimó al halarlo con fuerza hacia ella.

Pero es en el mundo de la política donde son más comunes esos estallidos de ira, que normalmente no pasan a mayores, porque si algo tienen los políticos es el cuero duro para aguantar ofensas y la memoria frágil para olvidarlas. No es extraño que los mismos que se ofendían acremente un día, al siguiente se fundan en estrechos abrazos.

Todavía es famoso el “Por qué no te callas” que le gritó el Rey de España Don Juan Carlos I al entonces Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías. Y en ocasiones, la ofensa no es verbal sino gestual. La cara de rabia y reproche que le hizo Rafael Correa a Álvaro Uribe al momento de estrecharle la mano luego de la Cumbre de Santo Domingo a propósito del bombardeo colombiano que culminó con la “neutralización” de Raúl Reyes, fue todo un insulto que Uribe aguantó estoicamente.

Los insultos o las ofensas verbales en muchas ocasiones tienen el mérito de evitar la agresión física. Cuando en los escenarios públicos los contendientes son capaces de usar la ironía, el sarcasmo o en general los recursos del lenguaje para ofender, descalificar o burlarse de sus contrincantes sin pasar a la violencia física, la pelea puede ser hasta divertida para los espectadores.

 

Ofender con finura, sin caer en el fácil recurso de la palabra soez o de la frase vulgar ha sido tan necesario que hasta existe un “Inventario General de Insultos” en el que don Pancracio Celdrán reúne todos los dicterios, injurias, improperio e insolencias del castellano, que se suma al “Diccionario Secreto” de Camilo José Cela. 

En Colombia tenemos además un aporte al arte del insulto que permite identificarlo, ya no de su literalidad, sino, dicen los Paisas, “del tonito”. Es lo que explica que “peludo” que según el periodista Jorge Espinosa (@espinosaradio) él creía que era una virtud, pueda ser utilizado con ánimo distinto al de destacar las abundancias o los desordenes capilares de alguien.

@Quinternatte