Acción y Reacción | El Nuevo Siglo
Martes, 11 de Febrero de 2020

En una audiencia pública en la que se imputaban cargos de homicidio agravado a un individuo de 19 años que torturó, violó y finalmente asesinó a un bebé, se destacaron las reacciones del juez y el abogado defensor de oficio porque no pudieron soportar la impresión que la crueldad del relato del autor de los hechos les produjo.

Los comentarios sobre la conducta de los servidores públicos iban desde la crítica ácida de quienes los veían como traidores a sus respectivas funciones de juez y defensor, hasta la aceptación de un comportamiento cuya explicación no es otra que su condición humana.

Los “duros” exponen sus opiniones desde una perspectiva que ellos defienden como estrictamente profesional. Para ese tipo de críticos, los funcionarios públicos que actúan en un juicio penal deben ser témpanos de hielo, inconmovibles y lejanos del caso que defienden o juzgan. El juez debe alejarse tanto del caso, dicen esos “duros”, que no puede dejar ver ninguna emoción a favor o en contra del juzgado. Cualquier señal es un peligroso indicio de parcialidad. Una ceja arqueada, un ceño fruncido, un labio apretado, un pestañeo o un tamborilear de dedos son pequeñas muestras inaceptables de interés indebido. Y ya no se diga lo que pueden concluir del llanto, contenido o abierto, de quien juzga. ¿Cómo es posible que un juez pueda permitirse semejante muestra pública de humanidad sin afectar el sagrado principio de imparcialidad? es su “preocupación”.

La crítica es peor frente al defensor de oficio. Un abogado que se muestra conmovido por los hechos que se le imputan a su cliente, no es un defensor, dicen los “duros”, es otro Fiscal. Poco importa que la defensa haya sido impuesta (de oficio) o que el sindicado haya aceptado cargos.

Tal parece que para esos críticos, quienes ejercen el derecho penal deben ser poco menos que robots. Sujetos carentes de sentimientos, con cara de póquer siempre y sin el menor asomo de humanidad. No importa la crueldad de los actos que haya aceptado el sindicado, al defensor le está vedado cualquier señal pública que pueda interpretarse como un reproche contra su defendido. Sin embargo, nunca respondieron porque concluyen que el llanto del defensor es un expreso reproche a la conducta del allanado a cargos. Acaso ese hecho no puede ser interpretado también como un simple gesto de humanidad de quien no tiene porque perder sus rasgos humanos solo por ejercer la función de defensor público.

No creo que ni el juez, ni el defensor hayan incurrido en ninguna falta a sus deberes profesionales. En el contexto de los crudelísimos hechos de los que se enteraron no exhibieron ninguna conducta reprochable. Solo mostraron una cosa: humanidad.

Un asunto como ese nos debe llamar es a reflexionar sobre cuál es el impacto que todos esos relatos de hechos crueles, de vejámenes imperdonables o de infamias irrepetibles tienen sobre la salud mental de los jueces, fiscales y defensores del sistema penal que tienen que oírlos a diario. ¿Alguien se está preocupando por la salud mental de esos servidores públicos, o solo se interesan por las estadísticas? 

@Quinternatte