Un cuento de mi abuelita | El Nuevo Siglo
Domingo, 12 de Enero de 2020

Mi abuelita nos contaba que en una isla del Pacífico sintieron una fuerte temblor, y que de un monte salía humo, por lo que entendieron que tenían que salir de la isla lo más pronto posible, acudiendo a uno de las tres capitanes que tenían galeones grandes.

Uno de los capitanes, El cojo (alcohólico que nunca estudió), como buen negociante, ofreció su galeón: El Cóndor (dicho sea de paso: no bien cuidado) con todas sus “juguetes”: comida de cinco estrellas y camarotes para los más pudientes, un bar bien aprovisionado, una orquesta fabulosa, y hamacas para los demás. La tripulación era sus hijos. Claro que muchos se apuntaron en la lista del Cojo: era el amigo de todos, el animador de todas las fiestas.

Otro de los capitanes, Uldarico, era un hijo de papi: licor fino, amigas costosas y atractivas, simpático con todos, convincente, “soltero” (de tres divorcios), político influyente y contratista con el Estado, solo leía lo que estuviera de moda y repetía -con vehemencia- lo leído: nunca leyó lo que lo llevara a pensar. Su galeón, El Encanto, de lujo a toda dar. El vio, con el terremoto, otra oportunidad para más contratos, dándoles el viaje de sus vidas a los funcionarios y políticos -nadie sabía que este señor no tenía idea de navegación- y, para lucirse, solo el daba las órdenes en su palacio flotante. Este no tuvo que ofrecer su Encanto, los políticos se pelearon los camarotes cercanos al de Uldarico para hablar de “negocios”.

El tercer capitán era Chucho, un capitán naval, profesional, maduro, disciplinado. Su bergantín La Paz, era viejo: bien cuidado y aprovisionado. El reto era enorme: la posibilidad de un tsunami era real, no estaba para juegos: por lo que solo recibió a quienes se comprometieran a trabajar, como un solo hombre: ricos y pobres, de todas las edades, por igual. Como el trabajo en cubierta y el manejo de las velas era duro, lo dejó para los varones. Las mujeres, además de atender los niños y mayores, se ocuparon de los oficios domésticos.

Así las cosas, se interesaron en La Paz los que vieron la gravedad del momento y vislumbraban la posibilidad de un naufragio: lo que obliga recordar ese: a Dios rezando y con el mazo dando. En el entendido que nuestro planeta, que parece perdido en el universo, es el lugar elegido por Dios para Él habitar. “Que es importante aquello en lo que creemos, pero más importante aún es aquel en quien creemos”. Se trata de creer en la resurrección de Jesús y su amor por cada uno de nosotros. Sabían que Cristo no es una figura de pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravilloso. No ¡Cristo vive! hoy y ahora. No nos abandonó: continua solícito con nosotros.

El Cóndor se desbarató con la primera ola grande y El Encanto desapareció, con sus invitados. Mientras que La Paz llegó a tierra firme, donde, gracias a su fe y responsabilidad, se fundó un pueblo próspero, que se llamó Paraíso. Para buenos entendedores pocas palabras bastan.