5 apuntes sobre los riesgos globales | El Nuevo Siglo
Domingo, 19 de Enero de 2020

Desde 2007 viene presentándose en el Foro Económico Mundial que se reúne en Davos el Reporte de Riesgos Globales, en cuya elaboración participan funcionarios de gobiernos y organizaciones internacionales, académicos y expertos de distintas disciplinas, actores económicos y sociales privados de todo el mundo.  El Reporte es una suerte de termómetro que ha ido midiendo, año tras año, los riesgos globales.  Es decir, los eventos o circunstancias que, de ocurrirse, podrían provocar impactos negativos significativos para varios países o industrias -en el más amplio sentido de las actividades humanas- durante los próximos 10 años.

En el Reporte de este año varias cosas llaman la atención.  Para empezar, la advertencia -no del todo obvia- de que ni la inestabilidad geopolítica ni la inestabilidad geoeconómica del mundo de hoy van a resolverse por sí solas, ni en el futuro inmediato, como si se tratara simplemente de un cambio en la marea.  Mucho menos las consecuencias sociales que de ello se derivan.  La inacción, por lo tanto, no sólo conducirá al empeoramiento del panorama global, sino que implica perder las oportunidades que, en medio de las complejas circunstancias actuales, aún -y no se sabe por cuánto tiempo más- están disponibles.

En segundo lugar, el Reporte subraya que, como resultado de la acción acelerada de fuerzas económicas, demográficas y tecnológicas, se está produciendo un cambio en el equilibrio de poder a escala global.  En ese escenario de cambio, la tentación de muchos Estados es la de abordar las oportunidades y los desafíos de forma y con criterio unilateral.  El sofisticado tejido de la gobernanza global, que con todas sus limitaciones ha sido clave en el progreso alcanzado por la humanidad durante las últimas décadas, podría verse deshecho como consecuencia del ímpetu del nacionalismo individualista, del desacoplamiento, de la lógica -en fin- del ¡sálvese quien pueda! y del ¡aproveche mientras puede!

Tercero: por primera vez desde que se elabora el Reporte, los riesgos ambientales aparecen registrados tanto como los más probables como los más graves en términos de impacto potencial.  Ahí están el clima extremo (con todos sus efectos en la destrucción de la infraestructura, la actividad productiva, la pérdida de vidas humanas), el fracaso en la acción climática oportuna (por parte de gobiernos, de empresas, y ciudadanos), los desastres naturales mayores, la pérdida de biodiversidad (con sus irreversibles consecuencias), los desastres naturales provocados por el hombre (como los crímenes ambientales o los que se derivan de la negligencia en el desarrollo de ciertas actividades), y las crisis del agua (que aunque consideradas un riesgo societal en el Reporte, tienen un innegable componente ambiental).  Esto no quiere decir que no haya también otras “fiebres” registradas por el termómetro del Reporte en el terreno económico, geopolítico, societal o tecnológico…

Pero incluso a la hora de hacer el mapa de interconexiones de los riesgos globales, el centro de gravedad del riesgo global es ambiental y, no en vano, los nodos más densos son, precisamente, ambientales: el fracaso en la acción climática oportuna y los eventos climáticos extremos.

Por último, y en modo alguno desconectados de los riesgos ambientales, el Reporte advierte sobre la probabilidad creciente de “confrontaciones económicas” y de “polarización política interna”, agravados por la conjunción de una perspectiva económica mundial bastante magra, transformaciones tecnológicas sin precedentes, capacidades gubernamentales desbordadas, y la insatisfacción de un conjunto cada vez mayor de ciudadanos frente al estado de cosas y frente a la respuesta de los gobiernos a sus preocupaciones.

Parece la escenografía perfecta para una distopía.  Pero la escenografía no tiene por qué definir la trama de la historia.  Y aunque siempre será más fácil acomodarse a ella, la trama que hay que escribir es la del destino y las posibilidades de la civilización, y, en ese caso, el imperativo no puede ser más claro y la urgencia no puede ser más acuciante -ni puede estar más justificada esta última tautología-.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales