Maximiliano | El Nuevo Siglo
Martes, 22 de Enero de 2019

Hay una pregunta de fondo relacionada en sumo grado con el futuro de las relaciones hemisféricas: ¿el nuevo gobierno mexicano de Ángel Manuel López Obrador se pondrá al servicio del régimen chavista de Nicolás Maduro?

Durante sus intentos anteriores por llegar a la Presidencia, Obrador siempre se identificó con el comandante Chávez y mantuvieron una fecunda amistad en función de sus inclinaciones ideológicas.
Pero, con Maduro en el poder, no sucedió lo mismo.
Primero, porque Obrador comprendió fácilmente que no eran la misma cosa y que un buen trecho separaba a la aguda inteligencia revolucionaria y expansionista del creador del Alba, de la mentalidad ruda y oportunista de su sucesor.
Y segundo, porque Obrador fue entendiendo que su modelo para acceder al poder no era el del comandante venezolano sino el de Lula da Silva. 
Tanto Lula como él sufrieron la derrota varias veces, justamente por las aprensiones que generaba su postura radical y marxista en un mundo que había dejado atrás al socialismo real.
Lula lo comprendió cabalmente y cambió su estilo, sus modales, su ropaje, su discurso y su mercadeo político para disipar los temores que engendraba; y lo logró.
Ni corto ni perezoso, Obrador emuló la conducta del inspirador de la “izquierda blanda” en América Latina, y también acaba de lograrlo.

Por supuesto, ambas izquierdas, la “dura” de Chávez y Maduro, y la “suave” de Lula da Silva y Norberto Mujica confluyeron en un mismo modelo de dominación y control social del que hoy, muy tardíamente y, por ahora, con cierta ingenuidad y candor, quieren alejarse los países del Grupo de Lima.
Llegados a este punto, todo parecía indicar que Obrador estaba en camino de tomar el relevo de Lula pero que, a diferencia de su mentor, no caería en la tentación de alinearse con Maduro y el eje Managua - La Habana - Caracas.
Pero semejante esperanza acaba de desvanecerse, no solo muy pronto sino con toda contundencia.

Y ha sucedido, precisamente, en Lima, en la Reunión Ministerial del pasado 4 de enero, cabiéndole tamaño honor al subsecretario de América Latina y el Caribe, don Maximiliano Reyes, con un discurso “doble faz” y “ultraliviano” pero sumamente revelador y transparente.
Ahora, que ya no cabe duda sobre la convergencia Obrador-y-Maduro, bien vale la pena preguntarse: ¿México debe seguir haciendo parte del Grupo de Lima?  
O lo que es mejor aún, ¿deben tolerar los miembros del Grupo de Lima a un caballo de Troya en su interior?