Domingo, 6 de Marzo de 2016
Por Juan Carlos Eastman Arango*
Los desafíos, perturbadores, nos asaltan desde todas las esquinas de la región. El más reciente, el asesinato de la dirigente ambientalista hondureña Berta Cáceres, la voz más visible e influyente del Consejo de Organizaciones Populares e Indígenas de su país. Sus efectos se suman a la acumulación de tensiones y conflictos en México, Nicaragua, Haití, Venezuela, Brasil, Bolivia, Argentina, Perú y Uruguay, entre otros, que cubren todos los aspectos de la vida de los ciudadanos. Reconocemos unos con mayor violencia y crueldad, otros apuntan al centro de la estabilidad y credibilidad institucionales, y la mayoría, a los impactos del fracaso económico.
Este panorama inquietante nos ilustra, y de qué manera, que las palabras del nobel de literatura, Gabriel García Márquez, hace cerca de 34 años, vuelven con toda su fuerza sancionadora sobre la mediocridad institucional y dirigencial latinoamericana y sus inaceptables efectos sociales en este siglo XXI: ¿vuelven otros cien años de soledad para los ciudadanos, dentro de América Latina? Como rúbrica de la oscuridad centenaria que vuelve, y con el telón de fondo de una campaña electoral para la próxima presidencia de Estados Unidos, La Casa Blanca anunció otro viaje de Obama, esta vez a Cuba y Argentina.
La bicicleta estática centenaria
A pesar de las advertencias lanzadas por algunos analistas en nuestra región, en medio de los pocos debates académicos y políticos que tuvieron, a su vez, eco desigual entre los ciudadanos, los latinoamericanos nos enfrentamos al pasado de forma indeseable de nuevo. A diferencia de otras controversias vinculadas con las agendas pendientes de las diversas memorias individuales y sociales surgidas de experiencias violentas traumáticas -que persisten en verse insatisfechas-, la confrontación con la historia que advertimos en nuestros días adquiere una faceta diferente, a propósito de los debates sobre el desarrollo social colectivo y el fortalecimiento institucional. La mayoría de los países del subcontinente adhirieron, desde la década anterior, a una forma de inserción en el sistema global de la mano de las promesas de cambio derivadas del alza incontenible de la demanda de materias primas y el despegue alucinante de sus precios en el mercado internacional.
Varios países asiáticos, liderados por la República Popular China e India, estimularon ese entusiasmo entre dirigentes políticos provenientes de partidos y movimientos muy diferentes, que tenían en común enfrentar los desafíos sociales del presente, desmontar la amenaza de implosiones nacionales e impulsar reformas que, de acuerdo con las agendas nacionales, se sometieron a presiones y velocidades diferentes. Con la proyección renovada de la Federación de Rusia, varios gobiernos creyeron, de forma simultánea, que ese cambio favorecía una reorientación de sus conveniencias políticas, buscando apoyo para ofrecer una relación y negociación menos desequilibrada con el eje capitalista euro-atlántico. El creciente acercamiento económico y político de aquellos tres países, y la visibilidad fascinante que la economía china ejercía sobre varias regiones del mundo, incluyendo a algunos países miembros de la Unión Europea, fue inocultable en las decisiones latinoamericanas y en la sensación de viejos y nuevos dirigentes económicos y políticos de varios países -incluso en los denominados genéricamente como la “Nueva Izquierda”-, que había llegado, por fin, el momento del despegue y del cambio para el subcontinente.
Cerca de 15 años después, el balance es preocupante. La ilusión de los indicadores de crecimiento económico, aplaudidos por la banca transnacional, las bolsas de valores y las corporaciones, y las autopromociones gubernamentales pujando para que sus respectivos funcionarios recibieran reconocimientos de gestiones incomparables y exitosas por parte de sus socios externos (especialmente sus ministros de economía), al tiempo que sus países ingresaban como mercancías en los portafolios internos, subregionales y globales, anunciando la “era del emprendimiento”, sufrió el impacto adverso del enfriamiento de la economía asiática y mundial. Y como se había advertido años atrás, esta vez tampoco los dirigentes latinoamericanos aprovecharon la “coyuntura del bienestar” que se había abierto para nuestras sociedades: los populistas de izquierda y de derecha y los políticos profesionales de siempre, fueron inferiores a las promesas hechas y a las expectativas colectivas creadas, pero más grave aún, resultaron incapaces de garantizar la seguridad de la siguiente generación.
Frustración tras frustración
Y aquí es donde nos enfrentamos con el pasado; no es una cifra despreciable en términos de tiempo histórico. No hemos aprendido lo esencial y estratégico en 170 años, o poco más, pues seguimos careciendo de visión colectiva, compromiso generacional y responsabilidad institucional. La frustración más grande provino de aquellos gobiernos inspirados en discursos alternativos o antisistémicos, faros opacos para las legítimas ilusiones de millones de ciudadanos. Estos modelos de capitalismos nacionalistas y populistas, que no eran ajenos a nuestra historia del siglo XX, y reconocibles también en experiencias de países afroasiáticos y árabes después de la descolonización, a partir de las décadas de 1950 y1960, conservaron su identidad histórica de inserción global dependiente y aceptaron la agenda chino-asiática de conectividad Pacífico-Atlántico sobre megaproyectos de infraestructura que, en esencia, promueve la circulación de mercancías y la exportación de materias primas de forma rápida y voluminosa.
Así, durante los últimos cuatro años, de forma lenta pero imparable, varios países de la región siguen, uno a otro, registrando indicadores negativos, de la mano de la caída de los precios de esas materias primas y de las amenazas a una perturbación económica global con efectos desiguales de acuerdo a las condiciones nacionales y a las previsiones que cada cual haya tomado hacia el futuro cercano. Tomar previsiones, en particular, no es propio de la condición latinoamericana; entre los imaginarios desarrollistas de los dirigentes, la precariedad institucional, la corrupción pública y privada, la incompetencia profesional y los megaproyectos para abrirse a los flujos de mercancías en todas las coordenadas geográficas –enfrentando ásperos debates ciudadanos liderados por ambientalistas y organizaciones civiles-, el nuevo mapa económico, social y ambiental del subcontinente descansa sobre el malestar generalizado y potenciales explosiones de furor y frustración con incierto pronóstico.
*Historiador, Especialista en Geopolítica. Docente e investigador del Departamento de Historia y Geografía, Pontificia Universidad Javeriana. Miembro del Ceaami (Centro de Estudios de Asia, África y Mundo Islámico) y del CesdaiI (Centro de Estudios en Seguridad, Defensa y Asuntos Internacionales).