A Gina la dejaron sola. Los amigos de la consejera presidencial Gina Parody no salen de la indignación que les causó la cálida recepción que le dio, en Palacio, el presidente Juan Manuel Santos al alcalde Gustavo Petro.
No hay derecho a que mientras la excandidata a la Alcaldía de Bogotá llenaba los enormes vacíos que dejaba la acéfala administración distrital, en temas tan acuciantes como la movilidad, la seguridad y la salud, que ni el propio Concejo de la capital de la República ha tomado por los cuernos (aunque hay contadas excepciones), el Primer Mandatario termine cortándole las alas a quien lo sacrificó todo por acompañarlo como veedora capitalina ante el edificio Liévano.
Le piden que renuncie. La Barcasupo que los más cercanos a la exsenadora le están pidiendo que renuncie antes de que su proyecto político naufrague en medio de las siete mil toneladas de basura que brotan todos los días en el suelo capitalino, en medio del mar de lugares comunes que anidan en el cráneo del primer empleado de Bogotá. Que renuncie Gina para que salga por todos los rincones capitalinos reclamando por los que no tienen voz ni voto; por los estudiantes, por los ancianos, por las mujeres y por los niños, los que seguramente no la desautorizarán como lo hizo de manera implícita el presidente Santos, después de la cacareada reunión del lunes, en la Casa de Nariño.
¿De qué hablarían? A Santos le queda muy duro ponérsele bien enérgico al alcalde Petro y aparecer defendiendo a los ricos, en medio de la lucha de clases que viene propiciando tercamente el burgomaestre capitalino, quien para sacar a la gente de la pobreza dice hay que acabar con los ricos; hay que dejar a los dueños de los grandes capitales con sus huecos en las calles del norte, pues son ellos los únicos que tienen carros lujosos; hay que seguir regalando el agua a los pobres, eso sí, pero que los ricos la paguen; también hay que suministrar energía gratuita y así propiciar una verdadera reforma urbana.
Colofón. Mientras el presidente Santos se enfrenta a su mentor político, Álvaro Uribe, tildándolo “de rufián de barrio”, les cede progresivamente a todas las exigencias de los miembros del llamado Foro de Sao Paulo. Veamos: Primero fue el presidente Chávez, su nuevo mejor amigo, quien después de calificarlo como “el peor enemigo de la democracia venezolana”, lo convirtió en uno de sus principales activos políticos; Segundo: después fue con el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, quien lo acusó de “invadir su territorio”, a propósito del bombardeo en el que fue dado de baja alias Raúl Reyes. Tercero: luego fue con Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, dejándolo actuar libre y tranquilamente en la entrega de nuestro mar territorial, y ahora con el alcalde Gustavo Petro, a quien le cedió en su “revolución distrital del siglo XXI”. Así las cosas, ¡ahora quién podrá defendernos!