A la luz de la lectura de La hybris del punto cero de Santiago Castro-Gómez, quizá el pensador crítico colombiano más famoso de Colombia a nivel internacional, se rastrea la historia racista de tres términos peyorativos colombianos: lobo, guiso y de quinta.
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Cuando José Celestino Mutis se enteró de que la Corona española había favorecido a Hipólito Ruiz López -nombrándolo como director de la Expedición Botánica del Virreinato de Perú en su lugar – éste no lo pudo soportar. Atrapado en la cólera y el resentimiento escribió una carta extensa destinada a los reyes. A través de ella acusaba a López Ruiz de portar defectos que lo invalidaban para tal empresa. Se señalaba diáfanamente una insuficiencia en particular que nadie podía pasar por alto. Me refiero a una desventaja que la existencia de López Ruiz envolvía, de acuerdo a los rumores, por ser mulato. En otras palabras, no se componía de la gracia de lo mejor.
Indicar la raza del indigno sería un acto repetido por Mutis en muchos más momentos. Quien quiera que la Corona escogiera como el encargado para la expedición debía de expresar lo mejor y más civilizado de España y el mundo. Ciertamente no había ninguna duda de que José Celestino Mutis no era blanco y de buena familia, lo cual explicaba cómo su cuerpo entraba en armonía con el mundo y los climas europeos característicos de Bogotá, ciudad a la que Caldas planearía brindar plantas europeas con el fin de determinar temperamentos espejos de, digamos, Londres. Mutis era pureza de sangre. Que López Ruiz hubiera patentado la quina –planta codiciadísima para curar la fiebre y muchísimas más enfermedades- escandalizaba la historia de la botánica. Levantaba sospechas de oportunismo y deshonra.
No había derecho que un manchado de negro se robara el reconocimiento que el dignísimo Mutis se merecía, botánico y médico que por cierto era amigo epistolar de Carl Linneo, honorablísimo biólogo al que Jean Jacques Rosseau demostró su admiración asimismo «Dígale que no conozco a un hombre más grande en esta tierra», y al cual Goethe, gran poeta, filósofo y científico, atribuye inspiración igualmente: «Con la excepción de Shakespeare y Spinoza, no conozco a nadie, entre los que ya no viven, que me haya influido más intensamente».
El filósofo colombiano Santiago Castro-Gómez cuenta esta anécdota y muchas otras en su famoso libro La hybris del punto cero: Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816). Sorprendido por los exhaustivos trabajos de archivo de este libro se me ocurrió pensar acerca de la significación de tres categorías sociales muy enigmáticas que encontramos en la cotidianidad bogotana y colombiana. No me refiero a las ya muy conocidas connotaciones despectivas de indio, jíbaro, guache y guaracha, las cuales sin muchas vueltas evocan un desprecio histórico del indígena colonizado y utilizado en la explotación de recursos de las Américas.Indago más bien otras tres categorías normalmente no tenidas en cuenta, por su carácter, digamos, más distorsionado. Si no fuera por Castro-Gómez, nunca las habría leído con su matiz de origen racista. Las habría reducido a una suerte de clasismo sin raza y sin historia clara.
Empecemos pues pensando en las formas de ser. ¿Qué es una forma de ser? Son resultados de modulaciones y escogencias en el habla, el tipo de consumo (expresado en ciertas preferencias) y el comportamiento. Un hecho: por el gusto o el estilo se diferencian o asemejan personas en el marco de lo social. Se crean amistades. Y en ocasiones, distancias, barreras y ascos que se traducen en el robustecimiento de tensiones verticales jerárquicas. Como mostraré, lobo, de quinta y guiso son categorías peyorativas que emergen en los años de la Colonia como consecuencia de las estrategias socio económicas y culturales que protegieron los privilegios de los conquistadores en un horizonte direccionado al futuro.
“Ser de quinta, originalmente, viene de quintaquero. Un quintaquero era una persona que llevaba cinco generaciones blanqueándose, pero todavía no era blanco, y por lo tanto legalmente no ostentaba de los mismos beneficios”
Lo que hoy es buen gusto o neutral, es el efecto de los distanciamientos que se establecieron para marcar la exclusividad de las ventajas para los Puros de Sangre como Mutis. Hoy, evidentemente, las categorías funcionan como mecanismos que refuerzan la posición social de distintos colombianos, como discretos hábitos de encierro que consecuentemente frenan la movilización social, haciéndole la vida más difícil al que no se ajusta a las formas de vida herederas del imaginario de la blancura. Miremos un cuadro de castas mexicano del siglo XVIII como ejercicio genealógico.
1. De español e india, mestizo. 2. De mestizo y española, castizo. 3. De castizo y española, español. 4. De español y negra, mulato. 5. De mulato y española, morisco. 6. De morisco y española, chino. 7. De chino e india, salta atrás. 8. De salta atrás y mulata, lobo. 9. De lobo y china, jíbaro. 10. De jíbaro y mulata, cambujo. 11. De cambujo e india, zambaigo. 12. De zambaigo y loba, calpamulato. 13. De calpamulato y cambuja, tente en el aire. 14. De tente en el aire y mulata, no te entiendo. 16. De no te entiendo e india, torna atrás.
Eventualmente, este no fue el único cuadro de castas colonial. Hubo otras tipologías antropológicas que separaban a la humanidad en diferentes tipos durante la Colonia. Circulaban estas listas de definiciones más allá de España y si comparamos distintos cuadros de castas encontraremos incoherencias. Las categorías, digamos, eran fluctuantes y su uso variaba de lugar en lugar. Nombrar con la categoría zoológica de lobo a humanos en particular, y a humanos con origen africano, ocurría ratificando la inequivalencia entre las razas, haciendo de los blancos humanos, y de los descendientes de negros, bestias. Nunca quien viniera de lobo podría obtener certificado de blanco. Fue racionalizado, por los cuadros de castas y la cosmología supremamente racista de la Colonia, que la lobería sería un rasgo incorregible. Llamar hoy a alguien lobo para indicar su equivocación es una consecuencia de la verticalidad jerárquica actual que es heredera de las estructuras de poder impuesta a través de la conquista y la esclavización.
La certificación de la Pureza de Sangre durante la Colonia fue importantísimo, por otro lado. Tanto, que mucho tiempo después de este cuadro de castas Mutis legitima su lugar social a partir de ello. Otro ejemplo clarísimo se evidencia en las Actas de Fundación del la Universidad Colegio del Rosario, y del Colegio San Bartolomé de la Merced, una institución dominica y la otra jesuita. Para poder fungir en varios de los cargos públicos más importantes era fundamental venir de una universidad. Y para ingresar a una de ellos había que dar una cuota de esclavos y demostrar la Pureza de Sangre. En ocasiones mestizos conseguían un Diploma. Pero trabajar les resultaba imposible. Gente como Mutis no solo era piedra en el zapato, sino también enemigos que podían hacer encerrar a alguien en la cárcel y condenarlo a la muerte, como le pasó al famoso médico ecuatoriano Eugenio Espejo.
En la historia de quienes estudiaban y ejercían los cargos sociales más dignos, como Alcaldes, es que conocí la categoría de quintaquero. Un quintaquero era una persona que llevaba cinco generaciones blanqueándose, pero todavía no era blanco, y por lo tanto legalmente no ostentaba de los mismos beneficios que quienes eran blancos. En el libro de Castro-Gómez encontramos cartas en las que se destruye matrimonios o se elimina a alguien de su cargo laboral con el motivo de ser quintaquero, en vez de pura sangre. Ser de quinta, originalmente, viene de quintaquero. El significado es que el que es de quinta, aunque parezca lo que parezca, guarda en su interior inferioridad y error. Ya respecto a quien es un guiso, menciono simplemente que guiso en su origen es uno de los muchos sinónimos de mestizo.
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