En el 2014, en abril, se produjo la muerte de nuestro nobel, Gabriel García Márquez, ratificando su carácter universal con las condolencias mundiales en su sepultura mexicana. A poco de ello, entre junio y julio, Colombia volvió a ser noticia global, en esta ocasión por otra vía: la del fútbol.
Desde luego, la literatura y el deporte no suelen ser comparables, pero en este año se fusionaron para darle relevancia y optimismo al país. Relevancia, por supuesto, en el hecho de que, con su muerte, García Márquez volvía a ser recordado como una de las 100 figuras más importantes del siglo XX y de la talla ecuménica de Miguel de Cervantes Saavedra. De nuevo, Cien años de soledad se equiparaba con Don Quijote de la mancha, en estos momentos para la eternidad. Y si bien su fallecimiento era motivo de profunda tristeza, al mismo tiempo era escenario de agradecimiento de los colombianos por haber dado lumbre y una dimensión diferente a las letras. De acuerdo con ello, el titular que más se presentó en redes sociales y periódicos fue “¡Gracias Gabo!”.
Del mismo modo, en el otro flanco completamente divergente, podría titularse, dentro de los aspectos deportivos: “¡Gracias James!”. Esto, en particular, referido al fútbol, tanto en cuanto un país tan aficionado a ese deporte jamás había logrado concretar la aspiración de estar en todo lo alto del olimpo mundial. Y eso fue precisamente lo que hizo James Rodríguez en el 2014.
Excepto, pues, de la política y la economía o de otros episodios muy puntuales, a veces en la música, a veces en filantropía o personajes provenientes de las organizaciones no gubernamentales, el país nunca había preponderado tan determinantemente en ambos fenómenos: la literatura o el fútbol.
Es sabido, por descontado, que García Márquez brillaba desde mucho tiempo atrás, habiendo recibido el Nobel de Literatura todavía joven, y aún mucho más joven, habiendo escrito su obra culmen. Desde entonces, casi desde sus primeras crónicas, algunos intuyeron que allí, en sus frases, se escondía un tesoro universal. Ello, precisamente, por lo que ocurrió después, de antemano definido su estilo irrepetible: el realismo mágico.
James Rodríguez fue, en cambio, paso a paso haciendo su genialidad, primero desde las ligas juveniles, donde incluso actuaba de suplente. No obstante, algunos sabían qué se escondía en su fútbol y en un corto lapso en los equipos colombianos pasó al Banfield, de Argentina, donde mostró sus cualidades únicas. Algo parecido a Radamel Falcao García, el revés de la moneda del 2014, un jugador en mala hora lesionado y a su vez, descartado en Colombia, comenzó a brillar en las divisiones inferiores del River Plate. De Banfield, al que James Rodríguez llevó a la cúpula, pasó a Portugal, descollando en el Porto, lo mismo que en selecciones nacionales juveniles del país. Por sus resultados a todas luces fantásticos fue contratado con Falcao en el Mónaco, equipo llamado a ser la punta de lanza de la liga francesa en Europa. Y así llegó el Mundial de Fútbol de 2014.
En medio de ello, apareció un redentor de este deporte en Colombia: José Néstor Pekerman, otra de las figuras estelares del 2014. Fue él quien resolvió, después de los insucesos de los entrenadores de la selección Colombia, el interrogante de si valía la pena tener un técnico extranjero. Claro que sí, respondió él con los hechos más que con las palabras, a quienes, en una minoría, lo recibieron con reserva.
Pekerman no solo lideró y orientó una espectacular presentación en el Mundial, ocupando el quinto puesto, como nunca había ocurrido, sino que mantuvo a Colombia de tercer país en los tableros de la FIFA. Pero más que eso, fue su conducta caballerosa, ecuánime y profesional la que le permitió a Colombia presentar una imagen completamente diferente, inclusive bajo la alegría del ras tas tas, que, ni por más entrenamiento, han podido imitar en otras partes del mundo.
Bajo la mano cautelosa de Pekerman surgió en este 2014 James Rodríguez. Le entregó al joven las riendas del equipo y este respondió con creces, ejecutando, entre otros, el mejor gol de este Mundial y de mucho tiempo.
Y he ahí a James Rodríguez, como lo ha demostrado después en su contratación en el Real Madrid, interpretando de modo muy personal la razón de ser del fútbol: el gol. Podrá ello no llamarse “realismo mágico”, pero ya tendrá que conseguirse el calificativo que permita concretar la genialidad de este colombiano, sencillo y triunfador. Porque eso, como Messi o Neymar, es lo que tiene James: un ángel particular para jugar y que será motivo de mayor expansión en los años por venir.
No puede, en lo absoluto, descartarse las demás victorias gigantescas que tuvo Colombia en otros deportes, como el ciclismo, el atletismo, los clavados, el patinaje, el automovilismo y el arco. A cada uno de los atletas un reconocimiento similar.
En todo caso, el 2014, entre Gabo y James, le permitieron a Colombia un refrescamiento de su autoestima, preservándolo entre tantas vicisitudes que le ha tocado vivir en las últimas décadas. No importa si es la literatura o el fútbol, se confirmaron de ejemplos a seguir en cada actividad.