Francisco y el santoral | El Nuevo Siglo
Foto archivo Agence France Press
Sábado, 29 de Julio de 2017
Hernán Olano
Las virtudes heroicas de la madre Laura de Santa Catalina de Siena Montoya Upegui fueron declaradas el 22 de enero de 1991 por Juan Pablo II y beatificada por éste el 25 de abril de 2004. La colombiana fue la última santa de Benedicto XVI, pero la primera santa colombiana de Francisco

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Nació el pontificado franciscano, de lo ocurrido en la madrugada del 11 de febrero de 2013, a las 06:00 a.m., hora colombiana, cuando comenzó a circular en los medios de comunicación una noticia acerca de la renuncia del Santo Padre Benedicto XVI, que fue pronunciada en el consistorio de esa fecha (era una más de las reuniones con cardenales, o “consistorios blancos”, así denominados para diferenciarlos de los que el Papa convoca para el nombramiento de nuevos cardenales, conocidos como “consistorios rojos”), en el cual, los colombianos esperábamos la fijación del día en el cual la Beata María Guadalupe García Zabala,  los Beatos mártires de Otranto y la Beata Madre Laura Montoya serían canonizados, la última como primera santa colombiana el 12 de mayo de 2013 en Roma.

 

Primero la noticia se conoció gracias a que Giovanna Chirri, la corresponsal en el Vaticano de la Agenzia Nazionale Stampa Associata – ANSA, quien conociendo el latín, tradujo inmediatamente la información y la dio a conocer al mundo, mientras sus colegas periodistas se preguntaban qué había dicho el Papa.

 

Pero, es que como lo expresaba la recientemente fallecida periodista española: “Hay momentos en los que hace falta más coraje para abandonar que para perseverar” y eso ocurrió con el actual papa emérito. Por eso, Benedicto XVI, acompañado por el nuevo prefecto de la Casa Pontificia, Georg Gänswein, así como por el limosnero de Su Santidad, Guido Pozzo, y el regente, Leonardo Sapienza, llegó puntual y presidió sin dejar traslucir emoción alguna el ritual, en el curso del cual el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el cardenal Angelo Amato, le comunicaba los nombres de los beatos que serán canonizados dentro de tres meses: Antonio Primaldo y sus compañeros, los “mártires de Otranto” de 1480; la colombiana Laura Montoya, madre espiritual de los indígenas; y la mexicana María Guadalupe García Zavala, cofundadora de las Siervas de Santa Margarita María.

 

En ceremonias como éstas, además del Santo Padre, concurren los cardenales prefectos de la curia, los presidentes de los pontificios consejos y de los tribunales de la Santa Sede, así como los miembros eclesiásticos de la familia pontificia.

 

La madre Laura de Santa Catalina de Siena Montoya Upegui, nació en Jericó el 26 de mayo de 1874 y falleció el 21 de octubre de 1949 en Medellín, Colombia. Fueron declaradas sus virtudes heroicas el 22 de enero de 1991 por Juan Pablo II y beatificada por éste el 25 de abril de 2004. Fundó la comunidad de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena. Su santuario se ubica en la carrera 92 # 34D-21 de Medellín. Fue canonizada en Roma el domingo 12 de mayo de 2013 por el Papa Francisco.

 

El Santo Padre Francisco, expresó en la homilía que la Madre Laura Montoya, “fue instrumento de evangelización primero como maestra y después como madre espiritual de los indígenas, a los que infundió esperanza, acogiéndolos con ese amor aprendido de Dios, y llevándolos a Él con una eficaz pedagogía que respetaba su cultura y no se contraponía a ella... Esta primera santa nacida en la hermosa tierra colombiana nos enseña a ser generosos con Dios, a no vivir la fe solitariamente -como si fuera posible vivir la fe aisladamente-, sino a comunicarla, a irradiar la alegría del Evangelio con la palabra y el testimonio de vida allá donde nos encontremos... Nos enseña a ver el rostro de Jesús reflejado en el otro, a vencer la indiferencia y el individualismo, que corroe las comunidades cristianas y corroe nuestro propio corazón, y nos enseña acoger a todos sin prejuicios, sin discriminación, sin reticencia, con auténtico amor, dándoles lo mejor de nosotros mismos y, sobre todo, compartiendo con ellos lo más valioso que tenemos, que no son nuestras obras o nuestras organizaciones, no. Lo más valioso que tenemos es Cristo y su Evangelio”.

 

Laura Montoya fue la última santa de Benedicto XVI, pero la primera santa colombiana de Francisco, quien para su vigésimo viaje internacional, ha declarado el martirio del sacerdote Pedro María Ramírez y del obispo Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, de los Misioneros de Yarumal y, las virtudes heroicas del Siervo de Dios Ismael Perdomo, Arzobispo de Bogotá.

 

Pero, el odio a la fe y a las propias convicciones nos hace recordar además, que desde 1936 hasta 1939, los comunistas españoles asesinaron a 4.100 sacerdotes seculares; 2.300 religiosos; 283 religiosas y decenas de miles de laicos.

Unas de las víctimas de esta persecución fueron siete jóvenes colombianos, hermanos de la Comunidad de San Juan de Dios, que estaban estudiando y trabajando en España a favor de los que padecían enfermedades mentales y se encontraban en condición de abandono. Sus nombres eran: Juan Bautista Velásquez, Esteban Maya, Melquiades Ramírez de Sonsón, Eugenio Ramírez, Rubén de Jesús López, Arturo Ayala y Gaspar Páez Perdomo de Tello.

 

Eso llevó a Francisco, el 11 de julio de 2017, a expedir la Carta apostólica Maiorem hac Dilectionem, sobre la ofrenda de la vida de los hijos de Dios, no sólo por la fe, sino por amistad y misericordia, así como lo hizo durante la Segunda Guerra Mundial San Maximiliano Kolbe, quien se canjeó por un prisionero de guerra a quien no conocía, para ir a morir en un campo de concentración.

 

En ese documento pontificio, el papa Francisco señala igualmente que “Son dignos de consideración y honor especial aquellos cristianos que, siguiendo más de cerca los pasos y las enseñanzas del Señor Jesús, han ofrecido voluntaria y libremente su vida por los demás y perseverado hasta la muerte en este propósito”. Es lo que conocemos hoy en día como los mártires modernos, aquellos misioneros, religiosos y religiosas, sacerdotes y laicos, e incluso, hasta no católicos, que ofrendan libre y voluntariamente su vida en peligro inminente de muerte, en un hecho de heroico desprendimiento, siempre y cuando se haya vivido una vida digna y cristiana; exista la fama de santidad y de los signos, al menos después de la muerte y se pruebe un milagro.

 

Sin llegar al último requisito, el "santoral de Francisco" puede crecer más rápido de lo que pensamos.

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