El papa Francisco inauguró el Jubileo de los Sacerdotes, en el contexto del "Año Santo de la misericordia", e hizo un llamado para que se reconociesen sinceramente "sucios, impuros, mezquinos, vanidosos" y al mismo tiempo "llamados y elegidos" por Dios.
Unos 6.000 sacerdotes y seminaristas, que representan a más de 530.000 correligionarios en todo el mundo, se reunieron en tres basílicas de Roma donde el papa eligió predicar sobre la importancia de manifestar el consuelo y la bondad de Dios.
Estas tres prédicas, muy largas y trabajadas, denotan la importancia que les otorga el papa, que se mostró crítico sobre ciertas actitudes hipócritas, inflexibles, corruptas y mundanas en el clero.
La correcta transmisión del mensaje cristiano pasa, según el papa Francisco, por el reconocimiento doloroso del propio pecado, que permite al sacerdote tener una actitud misericordiosa.
En su primera meditación en San Juan de Letrán el pontífice argentino se preguntó: "¿Qué sentimos cuando la gente nos besa la mano y contemplamos nuestra miseria más íntima?".
"Debemos" añadió, "situarnos en el espacio donde coexiste nuestra miseria más vergonzosa y nuestra mayor dignidad. Sucios, impuros, mezquinos, vanidosos, egoístas y, al mismo tiempo (....) llamados y elegidos, amados y envueltos de cuidados. Solo la misericordia hace soportable esta posición. Sin ésta, o bien nos creemos justos como fariseos, o bien nos alejamos como aquellos que se sienten indignos. En ambos casos nuestro corazón se endurece".
Si "la llama" de la misericordia no se enciende, "es que uno de los polos no permite el contacto: o bien la vergüenza excesiva no pela los cables (...) o la dignidad excesiva tapa las cosas con guantes", lanzó con su peculiar sentido de las metáforas.
El papa evocó el sufrimiento moral que debe aliviar la misericordia: "Para una persona presa de sus dolores atroces", la misericordia, dijo, no requiere "aspirina" sino a veces "morfina".