¿Fractura en la coalición de Unidad Nacional? | El Nuevo Siglo
Domingo, 29 de Noviembre de 2015

ANÁLISIS. No hay crisis como tal, pero sí un tempranero arranque de la precampaña presidencial, que ya es irreversible, y que tuvo en las elecciones regionales un banderazo significativo. No se prevé ruptura a corto plazo pues no le conviene a La U, liberales ni a Cambio, pero la tensión irá in crescendo en 2016. Análisis

Todos los ojos del país político están puestos esta semana sobre la coalición de Unidad Nacional, toda vez que los pulsos políticos al interior de la plataforma partidista que apoya al gobierno Santos no sólo se hicieron más visibles, sino que ya se habla, incluso, de riesgo de fractura.

¿Qué tan cierto es este diagnóstico? Para establecerlo es necesario ahondar en lo que realmente está pasando en la coalición y cuáles son los orígenes del ‘fuego amigo’ que se está agravando entre los partidos de La U, Cambio Radical y Liberal.

Y, para ese ejercicio, debe partirse de señalar qué es la Unidad Nacional, cómo nació y cuál su evolución en el mapa político. Como se recuerda, esta coalición fue formada por el propio Santos tras su triunfo en las presidenciales de 2010, algo que logró de la mano del uribismo y bajo las banderas de La U, un partido que el propio Santos había creado tiempo atrás por orden del entonces Presidente.

Una vez posesionado, el Jefe de Estado decidió no ahondar la polarización política heredada de su páter político y antecesor, por lo que, de entrada, llamó al gobierno a quienes habían sido sus rivales en la campaña presidencial, en especial a Germán Vargas Lleras y Juan Camilo Restrepo, fuertes críticos del uribismo. Y a ello sumó a los liberales, que durante los dos gobiernos de Uribe se habían declarado en oposición.

Fue así como nació la Unidad Nacional, una coalición que formó Santos con los contradictores del uribismo, lo que finalmente llevó a que este se declarara en oposición apenas unos meses después del cambio de mando en la Casa de Nariño.

De esta forma, la coalición inicial de Unidad Nacional estuvo conformada por La U (que se separó definitivamente de Uribe), Cambio Radical, el Partido Conservador y el Liberal. Ya transcurrido un lapso de ese primer mandato, el entonces Partido Verde ingresó a la coalición, teniendo como telón de fondo el apoyo de todas esas colectividades al proceso de paz que desarrollaba el Gobierno con la guerrilla.

Se mantendría esa plataforma de apoyo político a la Casa de Nariño por un bien tiempo, pero al empezar la campaña para los comicios presidenciales de 2014, los verdes (que se convirtieron en la Alianza Verde tras absorber una parte del petrismo y otras fuerzas independientes) se apartaron de la coalición, en tanto que los conservadores se dividieron, pues de un lado quedó  una facción cercana al uribismo que lanzó a Marta Lucía Ramírez como candidata y luego (en segunda vuelta) apoyó a Oscar Iván Zuluaga, en tanto que del otro lado buena parte de la bancada de Senado y Cámara, así como de la dirigencia nacional y regional se alineó con la reelección de Santos, que finalmente fue la opción ganadora.

Ya para entonces, el segundo semestre de 2015, la Unidad Nacional estaba compuesta sólo por La U, liberales y Cambio, en tanto que una facción oficialista del conservatismo se mantenía por fuera de la coalición, pero buena parte de la nueva bancada de senadores y representantes siguió respaldando al Gobierno, por lo que Santos nombró a tres ministros de ese origen político.

Visto todo lo anterior, entonces, el mapa partidista imperante hoy por hoy es el siguiente: La coalición de gobierno o Unidad Nacional (La U, liberales y Cambio Radical); en la franja independiente están la Alianza Verde, MIRA y Opción Ciudadana (antiguo PIN), aunque por lo general esta facción vota en bloque con la Unidad Nacional; como partidos declarados en oposición figuran el Centro Democrático (uribista) y el Polo. Como se dijo, el presidente del Directorio Nacional Conservador dice que la colectividad no hace parte de la coalición, pero la bancada sí actúa en consonancia con esta e incluso asiste a reuniones de análisis y coordinación con el presidente Santos, en donde se hacen presentes ministros como los de Hacienda y Minas, de clara extracción azul.

Electoral y políticamente la coalición ha sido muy efectiva. Durante gran parte del primer mandato de Santos, las mayorías de la Unidad Nacional dominaron el ritmo y aprobación de los debates en el Congreso y, cual guardia pretoriana, fueron los escuderos del Gobierno, en especial del proceso de paz ante la críticas sin cuartel del uribismo. En las presidenciales del año pasado fue claro que de no ser por la sumatoria de los potenciales electorales de los tres partidos base, más conservadores, Alianza y Polo, sobre todo para la segunda vuelta, el uribismo podría haber reconquistado el poder.

 

Fecha de caducidad

 

Ahora bien, definida la continuidad gubernamental, la suerte de la Unidad Nacional empezó a entrar en una zona gris desde el momento en que el jefe de los liberales, Horacio Serpa, dijera a comienzos de este año que la coalición tenía fecha de caducidad en agosto de 2018.

¿Por qué dio semejante campanazo de forma tan tempranera? Sencillo, porque para nadie es un secreto que el vicepresidente Germán Vargas Lleras aspira a ser candidato a la sucesión de Santos y, de entrada, los liberales lo ven como un fuerte rival a vencer.

Incluso desde La U también se dieron señales en esa misma línea, cuando desde la cúpula del llamado “partido de gobierno” empezaron a señalar que era necesario ir identificando perfiles de presidenciables, hablando incluso del entonces ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón.

De modo que se equivocan quienes consideran que sólo vino a ser en la campaña para las elecciones regionales y locales que se evidenciaron las primeras fisuras en la Unidad Nacional. Como se describió, en realidad los primeros pulsos internos comenzaron meses después de la reelección de Santos y ya con la mira puesta en el 2018.

¿Qué cambió, entonces, desde ese primer campanazo de Serpa a hoy? Que el pulso político se hizo más fuerte debido a tres hechos muy puntuales.

En primer lugar, que si bien Vargas Lleras ya había mostrado sus dotes de ejecutor cuando en el primer gobierno de Santos ocupó la cartera de Vivienda (después de iniciar en la del Interior y Justicia), ahora en su rol de Vicepresidente encargado de toda la política de infraestructura (que incluye vías, puertos, aeropuertos, vivienda, acueductos, puentes y otros), y teniendo bajo su coordinación a los ministerios de Vivienda y Transporte, se convirtió en pocos meses en el alto funcionario de mayor reconocimiento nacional por su eficiencia y capacidad ejecutiva.

Tanto las encuestas sobre favorabilidad e imagen, así como de calificación de la gestión, han mostrado al Vicepresidente a la cabeza buen lapso de los últimos 15 meses.

Obviamente en una coalición que desde el arranque dijo que sólo iría hasta el 2018, ver a un seguro candidato presidencial cosechando tales frutos, más temprano que tarde iba a despertar rivalidades en las otras dos colectividades que hacen parte de la Unidad Nacional, pues también aspiran a llevar a uno de los suyos a la Casa de Nariño.

Aunque es claro que Cambio Radical, La U y los liberales tienen cuotas ministeriales y en otros altos cargos muy equilibradas, la misión de Vargas ha sido más visible que la del resto del gabinete. Y no sólo por su amplia trayectoria o el tema presupuestal, pues carteras como Defensa, Agricultura o Educación superan en recursos a las de Transporte y Vivienda, sino porque el Vicepresidente tiene un particular estilo de trabajo que se caracteriza por su intensidad y capacidad resolutiva, algo que, lamentablemente, no es la constante en los despachos públicos y menos en las políticas de alto calibre.

 

Nuevo mapa político

 

El segundo gran cambio de la coalición desde el momento en que Serpa le puso fecha de caducidad fue, precisamente, el nuevo mapa político dejado por los comicios de gobernadores, alcaldes, concejales, diputados y ediles del pasado 25 de octubre.

Como era apenas obvio, la labor del Vicepresidente, que en menos de un año le dio dos vueltas al país coordinando todos los proyectos y obras de infraestructura, iba a tener un reflejo electoral. Negarlo sería no sólo ingenuo sino contrario a las reglas más naturales de la política.

De allí que no tuvo porqué sorprender que Cambio Radical fuera el partido que más avanzara en materia de cargos regionales y locales en los comicios del 25 de octubre. Es más, tanto Serpa como el copresidente de La U, Roy Barreras, habían llegado al extremo, semanas antes de la cita en las urnas, de enviar una carta pública al presidente Santos pidiéndole que “interviniera” para que la labor de Vargas no terminara favoreciendo directamente a los candidatos de su partido Cambio Radical.

Al final pasó lo que tenía que pasar. Cambio salió fortalecido política y electoralmente de las urnas. Aunque a liberales y La U no les fue mal, lo cierto es que no alcanzaron los rubros de gobernaciones, alcaldías, concejos y asambleas que esperaban.

Obviamente ese resultado electoral aumentó la tensión política natural al interior de la coalición que, tempranero o no, vio en los comicios regionales y locales un primer pulso entre los presidenciables para 2018 que, obviamente, no les era favorable.

Es claro que Vargas está muy bien posicionado, pero también lo es que La U no ha logrado proyectar nombres ni liderazgos que puedan competirle, al tiempo que los liberales, con Serpa y Gaviria a la cabeza, buscan atajar la disparada del Vicepresidente, pero todavía no tienen tampoco perfiles lo suficientemente fuertes para irlos posicionando en el partidor de las precandidaturas.

En otras palabras, el segundo gran cambio en el escenario de la coalición en el último año es que Vargas se posiciona cada día más como fuerte competidor para 2018, pero liberales y La U no tienen todavía a quién plantarle en frente para que le haga contrapeso en esta especie de ‘largas primarias’ por ver quién será el candidato que lleve las banderas del continuismo gubernamental en la campaña que comenzará en año y medio. Así de simple.

El problema es que para tratar de paliar esa falencia política, entonces ambos partidos tratan de forzar al Presidente a que frene el impulso de su Vicepresidente, algo que el Jefe de Estado difícilmente podría hacer, de un lado porque es claro que la labor de Vargas en vivienda, vías e infraestructura ayuda a mantener a flote la calificación de la gestión de gobierno y, de otra parte, porque Santos sabe que mientras la coalición le funcione en el Congreso sacando avante la agenda legislativa de su interés, no tiene sentido involucrarse en un pulso político que ya no tiene reversa, por más que llame a los líderes de los tres partidos a no arrancar tan tempraneramente la campaña por la sucesión en la Casa de Nariño. Es una postura de mero realismo político.

 

La paz al ruedo

 

La coalición en el último año, y que explica por qué han aumentado las tensiones a su interior, se refiere a cómo liberales, La U y Cambio parecieran empezarse a posicionar de cara al elemento político que será el fiel de la balanza de aquí al 2018: la recta final del proceso de paz.

Es muy perceptible la estrategia de liberales y La U de querer marcar una diferencia en este campo, acudiendo a la tesis reiterada de que esas dos colectividades están jugadas al cien por ciento con el proceso de paz, pero que Vargas y Cambio Radical no hacen lo propio.

No en vano, por ejemplo, en las toldas rojas hay quienes piensan que perfiles como los del jefe negociador gubernamental en La Habana, Humberto de la Calle, o el del nuevo ministro consejero para el posconflicto, Rafael Pardo, podrían ser viables para competir frente a Vargas, a quien quieren ubicar en la llamada ‘línea dura’ o de ser lejano a la negociación con la guerrilla.

Por los lados de La U la cuestión parece la  contraria. Al no poder proyectar, por ahora, un perfil presidencial cercano al tema de la paz, hay quienes consideran que hay que competirle a Vargas en esa misma línea de autoridad y carácter férreo frente a la guerrilla que siempre ha simbolizado, y por eso piensan en nombres como los del exministro de Defensa y hoy embajador en EU, Juan Carlos Pinzón.

Al no ser difícil de intuir, Vargas y Cambio Radical han leído la estrategia de los liberales y de allí que ahora tengan que reiterar a cada tanto que sí apoyan el proceso de paz con las Farc, algo insólito dado que se trata del Vicepresidente y su partido.

La paradoja ha llegado a tal extremo que algunos liberales e incluso voces de La U ahora dicen que el ministro consejero Pardo va a manejar la “chequera” de la paz a través del fondo del posconflicto, en competencia con la “chequera” de Vargas en materia de infraestructura. Y, como si fuera poco, en La U se quejan de que no tienen “chequera” y por eso hay analistas que consideran que las críticas esta semana de ese partido contra el Gobierno expresan, en el fondo, el inconformismo por ese asunto.

 

¿Qué puede pasar?

 

Visto todo lo anterior debe volverse a la pregunta inicial ¿hay una fractura en la Unidad Nacional? Sí y no.

Sí, porque es evidente que la coalición, salvo apoyar al gobierno Santos, no tiene proyecto político conjunto alguno y desde el primer momento se entendió que no irá más allá de 2018, aunque lo cierto es que, a lo sumo, llegaría a comienzos de 2017, cuando Vargas renuncie para lanzarse y dispare la campaña presidencial. En ese orden de ideas, podría hablarse de una especie de “fractura anunciada” en lo político, pero todavía hay que esperar.

Ahora bien, para que se rompa la coalición será necesario que alguno de los partidos se salga del gobierno y eso, por simple praxis política, es casi improbable. La U es el “partido de gobierno”, los liberales quieren adueñarse de la bandera de la paz y no lo pueden hacer por fuera del Ejecutivo que maneja el proceso, en tanto que Cambio Radical tiene al segundo a bordo más popular y reconocido de las últimas dos décadas. A ninguno, como se ve, le conviene partir cobijas y menos cuando Santos apenas si completa 16 meses de su segundo mandato.

Además, como lo dijera años atrás un expresidente, no hay nada más árido que los terrenos de la oposición. Premisa más que válida  al tenor de los resultados de los comicios recientes, en donde los partidos de la Unidad Nacional fueron los ganadores.

Así, pues, la coalición como plataforma mayoritaria en el Congreso para aprobar la agenda legislativa seguirá funcionando sin mayor problema. Y también lo hará como escudera política del Gobierno y su proceso de paz, en especial cuando se llegue la hora de las urnas para la refrendación popular de los acuerdos.

Como se ve, la coalición, si bien tiene fecha de caducidad, todavía no está cerca de ese límite, aunque es claro que a medida que se acerque los pulsos internos irán subiendo de nivel, como es propio de toda campaña presidencial. Entonces, sí habrá una fractura definitiva.