El 2014 arrancó para los bogotanos en medio de una de las crisis institucionales más graves de las últimas décadas. En la segunda semana de diciembre de 2013 la Procuraduría había destituido al alcalde mayor Gustavo Petro debido al accidentado cambio de modelo de aseo y recolección de basuras que se concretó doce meses antes.
Así las cosas, se daba por descontado que la permanencia de Petro en el Palacio Liévano apenas sí dependía de que se notificara del fallo sancionatorio, lo apelara y muy seguramente el máximo titular del Ministerio Público, Alejandro Ordóñez, lo ratificaría.
Sin embargo, en cuestión de días todo cambió. La defensa de Petro se abrió en tres frentes. De un lado, se lanzó a la movilización popular, a tal punto que en cuestión de pocas semanas llenó la Plaza de Bolívar en cuatro oportunidades. En segundo lugar, acudió a las instancias internacionales, especialmente a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) con el argumento de que el Pacto de San José, que hace las veces de carta de derechos humanos para todo el continente, establecía que un funcionario de elección popular no podía ser sacado del cargo por una autoridad administrativa. Y, como tercera punta de lanza de su estrategia, se acudió a un “tuletatón”, mediante el cual más de 300 recursos de amparo fueron presentados para tratar de dejar sin piso el fallo de la Procuraduría.
Costal de anzuelos
Vino entonces, el más accidentado y complejo enredo judicial alrededor del caso. Inicialmente la “tutelatón” favoreció a Petro, pero luego, en segunda instancia, los fallos a favor se cayeron. Vinieron luego las medidas cautelares de la CIDH, que el Gobierno nacional no acató y el 19 de marzo el alcalde terminó siendo reemplazado por el ministro de Trabajo, Rafael Pardo. Sin embargo, 35 días después volvería al cargo luego de que una orden judicial conminara a la Casa de Nariño a acatar las medidas cautelares. Ya después, con el Alcalde ejerciendo, en el proceso normal de impugnación del fallo ante el Consejo de Estado, éste determinó suspender la medida sancionatoria hasta que se falle de fondo el caso…
En fin, todo un berenjenal jurídico que más allá de las réplicas de Petro, las razones de la Procuraduría, los choques de competencias entre las jurisdicciones nacionales e internacionales, así como la movilización popular a favor y en contra del fallo disciplinario, lo que terminó evidenciando es que la ciudad quedó en medio de una crisis institucional sin precedentes. Fueron varios meses en que la gestión de gobierno quedó al vaivén de las circunstancias jurídicas e incluso políticas, pues todo el accidentado proceso en torno a si Petro se iba o se quedaba se dio de forma paralela no sólo a la campaña parlamentaria sino también al arranque de la recta final de la contienda presidencial. Y, como si a este escenario sísmico le faltara un elemento más, de por medio estaba el proceso que buscaba la revocatoria del mandato al burgomaestre, que pese a estar avanzado en la organización electoral, fue inicialmente suspendido y luego se terminó diluyendo en medio del confuso entramado jurídico-político.
Lastre
Aunque la crisis se configuró sobre todo en el primer semestre, aún hoy los procesos en el Consejo de Estado están vivos y en recientes días se filtraron noticias contradictorias en torno a ponencias que favorecían o daban al traste con la suerte de Petro. De igual manera, hay secuelas políticas no menos complicadas, pues aunque conservó el cargo la capacidad de maniobra de la Administración Distrital quedó muy reducida y debilitada. Al mismo tiempo se dio el banderazo para una tempranera puja electoral, en un comienzo para unas eventuales elecciones atípicas y después (tras confirmarse su regreso al cargo y quedarle menos de 18 meses en el poder) de cara a los comicios ordinarios de octubre de 2015.
Al final de cuentas, una ciudad que arrastra no pocos problemas coyunturales y estructurales que a diario afectan a sus más de siete millones de habitantes, fue la que terminó sufriendo principalmente las consecuencias de la crisis. En ese orden de ideas, hablar de ganadores y perdedores resultaría ilógico e insustancial.