Expectante turno de Santos | El Nuevo Siglo
Lunes, 4 de Junio de 2012

 

Expectante turno de Santos

¿A  qué se debe que las Farc no se hayan acabado?  Se suponía que con una década de Plan Colombia y seguridad democrática se podría proclamar su fin. Así se creyó, tras su asiento inicial en las guerrillas liberales de los cincuenta, luego en las doctrinas de la revolución permanente leninista, la lucha prolongada maoísta y en parte los focos guevaristas, bajo el sustrato de la Guerra Fría, finalmente convirtiéndose en correa de transmisión del narcotráfico con palanca en el secuestro y otros delitos no menos graves. Rusia cambió, China y Cuba están cambiando, aquí no.

Durante cerca de 50 años, ese grupo ha pasado por abigeo, bandido, terrorista, y cuanto epíteto hasta el desgañite, fruto de una sangría sin parangón siquiera en la revolución mexicana. Al menos unas 5.000 víctimas anuales promedio durante tres décadas, referidas al caso en mención, han significado 150.000 muertos y el triple de heridos. En términos de morbilidad, con 60 años de vida promedio, estos colombianos dejaron de vivir alrededor de nueve millones de años, mientras los lisiados y relativos apenas son recordados en los desfiles del 20 de julio. Y se conocen, hasta la saciedad, las millonadas de desplazados nacidos de la hecatombe, vigente y con amenaza reiterativa de prórroga indefinida.

En ese lapso, asimismo, la legislación interna y del exterior creó múltiples capítulos, tanto de leyes marciales como de paz, derecho internacional humanitario y Protocolos de Ginebra, insertando lenguajes atípicos en la civilidad natural y cotidiana. Tan así que palabras de guerra como blindaje o arsenal, entre muchas otras, son de uso común para definir cualquier cosa. No es secreto que existe una honda penetración del conflicto en el intelecto colombiano. Inclusive hace 20 años se emitió una Constitución, derogando la centenaria de 1886, como supuesta plataforma de un “Tratado de Paz”, que nunca llegó. En tan largo tiempo, por igual, emergieron violentólogos, guerrólogos y pazólogos, con libros e instituciones docentes. Periodistas, a su vez, hemos escrito chorros de tinta, así como las primeras planas no han dejado, al menos durante un mes, de abrir con las crudezas de la erosión incesante e insaciable. La Medicina colombiana, por su parte, es reconocida mundialmente por su habilidad en heridas de combate. Si se hiciera un análisis de marca, esa organización, con toda su impronta negativa, se mantiene entre las más recurrentes. Y reconcentra altas dosis de rabia y aversión. Conserva la marca, que parecería el propósito lúgubre central, incluso raptando impunemente la figura del Libertador.

Durante las cinco décadas, en las administraciones de Betancur y Pastrana Arango y algo de Gaviria, se habló de paz, alrededor de 25% del lapso. Durante el 75% restante, en los gobiernos de Lleras Camargo, Valencia, Lleras Restrepo, Pastrana Borrero, López Michelsen, Turbay, Barco, Samper y Uribe, otros fueron los énfasis, aun si se desmovilizaron sectores diferentes. Ahora el presidente Santos Calderón se declara obsesionado con  la paz por lo pronto con los incipientes, secretos o presuntos hablamientos sin saber a qué lado del espectro tomarán.