ARMENIA es un país ubicado en la frontera invisible entre Asia y Europa, que ha sido dominado por varios imperios en su historia, los más recientes, el Imperio Otomano, que en su confrontación con el Imperio Ruso parte a este país en dos, y tras la Primera Guerra Mundial pasa a ser parte de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). En la actualidad es un país con un gran proceso de inserción en procesos de orden regional y global como la ONU, la OMC, la Organización Para la Cooperación Económica de Mar Negro, entre otros.
Recientemente, el Parlamento Europeo instó a Turquía a admitir el genocidio armenio, que también acaba de ser reconocido por el Papa Francisco. Este hecho abre la puerta para la reflexión en torno a las prácticas de guerra que generan la desaparición en masa de los pueblos, un ejercicio que, infortunadamente, ha tenido fuertes manifestaciones alrededor del mundo, incluyendo a Colombia.
Según la Convención Para la Prevención y la Sanción del Genocidio, así como para el Estatuto de Roma, el genocidio es el conjunto o el desarrollo de actividades perpetradas con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Por ende, la matanza de miembros del grupo, lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo, sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física total o parcial, medidas destinadas a impedir el nacimiento del grupo, traslado por la fuerza de niños del grupo a otro.
Dado lo anterior, es fácil ubicar los escenarios y los sucesos que describen los genocidios del Siglo XX, el primero de ellos, el genocidio armenio, que genera controversia por las declaraciones del actual presidente turco Recep Tayip Erdogan, quien asegura que las afirmaciones del papa Francisco I son “estupideces” (según se afirma en el portal Prensa Libre). En este sentido, respondiendo a las declaraciones del sumo pontífice, dijo Erdogan: “Cuando los políticos y los religiosos asumen el trabajo de historiadores, no dicen verdades, sino estupideces”.
Continuando con el recuento de los genocidios, el más famoso de ellos, el cometido por el Nazismo durante la Segunda Guerra Mundial, trae a la memoria y a los imaginarios de la gente el holocausto, pero también la persecución al pueblo gitano, a los comunistas y a los opositores del régimen. El genocidio camboyano, el bosnio durante la Guerra de los Balcanes, el de Ruanda, el kurdo, el maya durante la Guerra Civil de Guatemala, la desaparición de la Unión Patriótica en Colombia, y otros no menos importantes.
Retomando el caso armenio y las declaraciones del mandatario turco es importante recapitular y contextualizar de forma muy sucinta la historia turca y lo que significó el exterminio de más de un millón de personas armenias durante la Primera Guerra Mundial. En este sentido, la Gran Guerra significó la desaparición de los grandes imperios, por ello el Imperio Turco-Otomano no fue la excepción. En este contexto, y ante el temor de perder más territorios, los turcos se unen a los alemanes para evitar el avance inglés.
Armenia se había convertido en parte del Imperio Otomano en el Siglo XVI. En el Siglo XIX parte de su territorio fue cedido al Imperio Ruso y la parte occidental de Armenia fue conservada por los turco-otomanos hasta el final de la Primera Guerra Mundial. En este aspecto, el control del Imperio Otomano sobre su territorio permite la movilidad del pueblo armenio sobre las fronteras del Imperio. No obstante, los enfrentamientos con los rusos hacen que los turcos rechacen a la población armenia. Inicia la persecución a los intelectuales, el exilio, y el 24 de abril (mañana) se conmemora cada año el genocidio.
En el marco de esta fecha, el Parlamento Europeo determina que el exilio, las hambrunas y los demás hechos que determinaron al genocidio armenio deben ser reconocidos por el Estado turco, y que no basta con las excusas y condolencias ofrecidas por Erdogan. Aunque tal hecho refleje un primer paso para el reconocimiento y la reivindicación del pueblo armenio y el restablecimiento de las relaciones entre estos dos países, no parece viable su concreción, por lo menos en un futuro próximo dada la neo-otomanización del proyecto político de la Turquía de hoy.
Más que reconstruir la brutalidad y los excesos cometidos contra la humanidad de las víctimas del odio, el racismo y todas las formas de negación y no reconocimiento del otro, merece la pena tener en la memoria histórica y colectiva el significado de su existencia y la reivindicación de sus orígenes como punto de partida para la no repetición de estos hechos.
Pero no se trata únicamente de crear los mecanismos legales y jurídicos para el juzgamiento de los responsables en instancias internacionales, aunque esto es importante. Se trata de generar conciencias que permitan el reconocimiento del otro, partir del ejercicio personal que se consolida en el seno de las familias, de las prácticas escolares, comunitarias y de la responsabilidad que ejercen los medios de comunicación y de propaganda sobre la opinión pública. Debe ser la consolidación de proyectos políticos que se enmarquen en la inclusión, el reforzamiento de las identidades y del derecho a pertenecer a la diferencia.
(*) Joven Investigadora del Centro de Estudios Políticos e Internacionales CEPI de la Universidad del Rosario.