LOS FIELES pasan por el detector de metales para entrar en la mezquita de la ciudad de Kashgar, en el oeste de China, bajo la estrecha vigilancia de policías con cara de pocos amigos.
Kashgar se encuentra en la región de Xinjiang, un territorio semidesértico donde viven 10 millones de uigures, que son principalmente musulmanes de habla turca. Algunos se consideran marginados respecto a los hanes, la etnia mayoritaria en China y muy presente en la zona.
Un sector radicalizado de los uigures cometió en los últimos años ataques con arma blanca y explosivos que causaron cientos de muertos en China.
Desde hace varias generaciones miles de fieles desenrollaban sus alfombras de oración para la festividad de Eid al Fitr, que pone fin al ramadán, en este lugar de culto de Kashgar, un oasis en la ruta de la seda, cerca de Afganistán y Tayikistán.
Pero en los últimos años, sólo un centenar de hombres hace cola delante de la imponente mezquita amarilla de Id Kah para pasar por el detector de metales.
Según los comerciantes, la policía ha instalado retenes en el exterior de la ciudad e impedido el acceso de los fieles a la mezquita. "No es un buen lugar para practicar la religión", lamenta uno de ellos.
En Kashgar, desde el año pasado, las autoridades reforzaron la presencia de las fuerzas de seguridad, construyeron pequeñas comisarías de "proximidad" en muchos barrios y fortalecieron las restricciones sobre las prácticas religiosas.
China "ha creado un Estado policial de un alcance sin parangón", estima James Leibold, experto en seguridad de la universidad La Trobe de Melbourne (Australia).
"Me gusta la libertad. Pero aquí no se puede ser libre", lamenta un policía con el que habló la AFP en un viaje reciente.
En China, la mayorías de habitantes predican el taoísmo, el confucionismo o el budismo, pero el Islam, religión más practicada en el mundo, está destinada al rígido control de las autoridades chinas, que buscan controlar su propagamos en el gigante asiático.
Erradicar el extremismo
China comenzó a reforzar sus medidas de seguridad y las restricciones religiosas en 2009, tras disturbios que causaron unos 200 muertos en la capital regional, Urumqi.
En marzo pasado, el presidente chino Xi Jinping llamó a edificar una "Gran muralla de acero" alrededor de la región: unos días antes, unos uigures que afirmaron ser miembros del grupo yihadista Estado Islámico (EI) en Irak amenazaron en un video con volver a China para "hacer derramar ríos de sangre".
Con el paso de los años, Xinjiang instauró un arsenal reglamentario para "erradicar el extremismo y el separatismo".
Carteles pegados en restaurantes y en las fachadas de las mezquitas detallan los comportamientos prohibidos, como las oraciones en la calle y llevar la barba para los menores de 50 años.
Según un profesor y un funcionario, los colegios disuaden a sus alumnos de usar el saludo árabe "salam aleikum" ("La paz sea contigo").
"El gobierno piensa que esta frase es sinónimo de separatismo", declara el funcionario a la AFP.
En el interior de una mezquita vacía de Yarkand, en el sur de Xinjiang, tres cámaras de vigilancia apuntan al lugar desde donde el imán dirige la oración.
¿Un Afganistán o Pakistán chino?
Días antes del final del ramadán en Hotan (sur de la región), unos soldados custodiaban numerosos puntos de control, armados con fusiles y lanzas de metal.
Varios funcionarios aseguraron asimismo a la AFP que los habían disuadido de ayunar.
"Los agricultores y los particulares están todos autorizados a hacerlo. Pero los empleados del gobierno no pueden ser creyentes. Están obligados a comer", explica un policía.
Los habitantes de Xinjiang están divididos sobre estas medidas. "No tenemos ganas de que esto se convierta en un Pakistán o Afganistán", subraya un comerciante de Taxkorgan, preocupado por una posible propagación de la violencia desde los países vecinos.