La historiadel ser humano está ligada a los árboles.
A medida que las ciudades se fueron desarrollando, hicieron uso de la madera para su supervivencia.
Como la ciencia avanzaba para suplir necesidades y gustos de sus habitantes, el número de los árboles disminuyó notablemente.
Es paradójico que hoy día se clame por la necesidad de incorporar estas “máquinas naturales” en las ciudades para disminuir el riesgo de diferentes enfermedades causadas por la deplorable calidad del aire y las catástrofes “naturales” por deslizamientos e inundaciones, como las que sucedieron el año pasado en la Sabana de Bogotá.
La semana pasada, después de que la Secretaría Distrital de Ambiente informara que utilizó un tomógrafo y un resistógrafo alemanes para evaluar el árbol más viejo de Bogotá, un nogal ubicado en la calle 77 con carrera 9 que tiene cerca de 200 años y que le dio en nombre al barrio en el que está plantado (El Nogal), EL NUEVO SIGLO se dio a la tarea de buscar otros árboles añejos.
Resulta que son muy pocos los árboles que tienen medidos los años, pero hay unas características de ciertas especies que llegaron hace siglos y con el transcurso de los años han sido evaluados para su conservación.
Por ejemplo, en el año 1575 se mandan talar todos los nogales desde Bogotá hasta Tunja por imposición religiosa que prohibía a los nativos que continuaran adorando a sus dioses vegetales.
“Desconocedores los españoles de la diversidad florística, talan indiscriminadamente los árboles grandes de otras especies”, indican los expertos.
La araucaria y el ciprés llegaron en 1931 por medio del proyecto de la Fundación del Parque Nacional.
Y es que el primer programa de arborización realizado en Bogotá fue en el año de 1948, cuando la Sociedad de Mejoras y Ornato, una entidad ambiental de origen privado, le encargó al arquitecto japonés Hochin la arborización de la ciudad con motivo de la IX Conferencia Panamericana, por la notable escasez de zonas verdes dentro del perímetro urbano.
El arquitecto, quien sólo contaba con seis meses para desarrollar el proyecto, sembró árboles de crecimiento rápido, como el urapán, el eucalipto, el pino y la acacia, en la Avenida Caracas, comprendida entre los barrios Teusaquillo, La Magdalena, Santa Teresita y Palermo.
A partir de 1960, las migraciones campesinas conformaron los llamados “cinturones de miseria”, hecho que provocó el crecimiento de la ciudad en zonas de reserva y por supuesto la depredación de la naturaleza.
En este sentido y de acuerdo a los estudios, los resultados también demostraron que los árboles de Bogotá tienen una edad relativamente joven, fenómeno que se debe a que las últimas cuatro Administraciones han impulsado constantemente la arborización. Claro está que también se encuentran árboles antiguos ubicados en las localidades urbanísticamente estables como Teusaquillo, Chapinero y Santa Fe, y es precisamente en estos sectores donde se encuentran los mayores problemas fitosanitarios y de riesgo de todo el arbolado.
De hecho, según Manuel José Amaya, existen cerca de 1.000 árboles en riesgo en casi todas las Localidades que las autoridades ambientales, como la Secretaría del Medio Ambiente, deben atender prontamente para que no se caigan y afecten las vías y la infraestructura en general.
Ambiente evalúa deficiencias en su estructura
A comienzos de 2010, la Secretaría de Ambiente invirtió 200 millones de pesos para la compra de dos tomógrafos sónicos y un resistógrafo alemanes, equipos con tecnología de punta que sirven para detectar las deficiencias físicas y estructurales en el tronco del árbol, como pudriciones o cavidades.
Mientras que el tomógrafo detecta el estado interior del tronco, el resistógrafo mide la resistencia de la madera del árbol, permitiendo así determinar el mejor tratamiento del árbol que se encuentra en malas condiciones. Sólo Bogotá y Sao Pablo (Brasil) han adquirido esta tecnología.
El turno fue para el árbol más viejo de Bogotá, un nogal ubicado en la calle 77 con carrera 9 que tiene cerca de 200 años y que le dio el nombre al barrio en el que habita: El Nogal.
Esta semana, técnicos de la Secretaría de Ambiente estarán realizando la evaluación a este "abuelo" del arbolado urbano capitalino.
El tronco del viejo nogal primero fue conectado con los 12 sensores del tomógrafo, que grafica una imagen 2D y 3D a través de impulsos de sonido.
Si detectan pudrición en el interior del tronco, el nogal pasará a la prueba del resistógrafo, aparato de 30 centímetros que con una pequeña broca taladra la corteza del tronco hasta llegar al centro.
El resistógrafo envía sondas que permiten detectar el grado de pudrición, es decir si ya está totalmente podrido, si está en proceso o si ya se detuvo.
"Con estos equipos realizamos la evaluamos el análisis físico y sanitario de todos los árboles de porte alto en Bogotá, como lo son nogales, cipreses, eucaliptos, acacias y falsos pimientos", explicó Susana Muhamad, Secretaria Distrital de Ambiente.
Árboles urbanos
Francisco Bocanegra Polanía*
Especial para EL NUEVO SIGLO
El árbol, definido por la Real Academia de la Lengua como “Planta perenne, de tronco leñoso y elevado, que se ramifica a cierta altura del suelo”, se constituye en un elemento clave para la sustentación de la vida en este planeta, toda vez que la base fundamental para el desarrollo de casi todas las especies que conocemos se soporta sobre la existencia de los árboles.
Para que haya vida en la Tierra se definen tres elementos primordiales: suelo, aire, agua; es en este punto donde el árbol juega un papel importante como regulador y protector de estos elementos y se sustenta en ellos para su desarrollo; por lo tanto, del reino vegetal se desprende la base de una cadena de relaciones bióticas y abióticas necesarias para nuestra existencia.
Es importante preguntarnos lo siguiente: si desaparecen las escuelas, hospitales, calles, acueductos, celulares, la televisión, la economía etc., ¿dejaremos de existir?, ¿no sobreviviremos? La respuesta podría ser que de pronto la sociedad, tal como está configurada, desaparezca, pero como seres orgánicos tendremos una posibilidad siempre que contemos con la energía, nutrientes y demás elementos que nos proveen los alimentos, agua y aire; sin embargo, una persona, de acuerdo a estudios realizados de la fisiología del hambre, puede llegar a durar en promedio 30 días en condiciones normales sin comer y luego morir de inanición, de la misma manera puede durar sin tomar líquidos una semana y luego morir de deshidratación, lo que quiere decir que al menos tendremos una oportunidad de sobrevivir cubriendo estas necesidades vitales; en cambio, sin respirar una persona puede morir de asfixia antes de 3 minutos, solo tendremos un espacio limitado para evitar nuestra muerte, y los árboles se configuran en el elemento importante que regula y provee alimento, agua y el oxígeno que respiramos.
Partiendo de lo anterior, se reconoce la importancia de planificar la arborización urbana reglamentándola con instrumentos legales, técnicos y sociales. De acuerdo con el ingeniero Forestal y Dendrólogo Gilberto Emilio Mahecha, la arboricultura urbana nace como respuesta para suplir las deficiencias técnicas que el manejo riguroso y específico del árbol en la ciudad requiere, no solo en el contexto paisajístico sino en el contexto de su fisiología, comportamiento, adaptabilidad y arquitectura propia, así como su contribución en la ecología de la ciudad.
Son históricas y populares las acciones de plantación de árboles de nuestros gobernantes. No obstante, en las instancias de decisiones políticas no se tiene la responsabilidad de garantizar los recursos necesarios para el mantenimiento, punto importante en el manejo de la arborización, por lo que no hay lineamientos técnicos claros y aplicables de intervención. De ahí la importancia que las Administraciones entiendan que las actividades de plantación deben responder a un programa de planificación consolidado por acciones concretas en la ciudad.
En Bogotá, anteriormente se integraba la arborización urbana con una visión netamente paisajística, a veces espontánea. Muchas especies vegetales fueron seleccionadas con criterios que no respondieron funcionalmente al entorno y su comportamiento fisiológico no fue tenido en cuenta, se seleccionaron con base al gusto personal; actualmente esta concepción es mucho más amplia, se toman decisiones de diseño rigurosas que permiten integrar elementos fisiológicos propios de la especie, ambientales, paisajísticos, económicos y sociales.
Hoy en día la arborización de Bogotá se define no solo como una alternativa de paisaje, sino como una estrategia de participación ciudadana y mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes, en donde los ciudadanos deben hacer parte de este proceso de manera integral.
A manera de reflexión, se puede decir que la importancia del reconocimiento del árbol de la ciudad nace en los principios fundamentales del respeto por la vida, cuando entendemos que son necesarios para que nosotros como seres humanos existamos.
*Asesor de la Dirección de Control de la Secretaría Distrital de Ambiente.