"Estas palabras que hoy dirijo a ustedes, queridos oyentes de La Hora de la Verdad, tienen la muy especial autoridad de quien vuelve de las orillas de la muerte. Por supuesto que mi recuperación no es aún total, pero es suficiente como para que en estas notas editoriales diga lo que tengo que decir en estos momentos horribles.
Si quienes tramaron este acto brutal, indecente, grotesco en todos sus aspectos se jugaban la carta de que si yo llegara a sobrevivir, lo que parecía físicamente improbable, me dejaran por lo menos roto el corazón, en eso alcanzaron éxito.
Tengo el corazón roto. La muerte del sargento Rosemberg Burbano y el conductor Ricardo Rodríguez ha sido una de las pruebas más duras que emocionalmente he podido vivir. Porque ellos eran mis compañeros de trabajo, mis amigos, mis confidentes. Tenían conmigo esa especial relación que surge entre quien sabe que está todos los días sentenciado a muerte y quienes dan su vida por impedir que esa sentencia se cumpla. Recordando una vieja frase que me llega desde la novela Risaralda de Bernardo Arias Trujillo diría que a ellos y a mí en cierto modo nos unía la tragedia.
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La verdad, la última verdad, la que juré decir costara lo que costara desde hace ocho años, es que la carga sentimental que padezco es muy alta pero que aquí estaré en esta trinchera, cumpliendo estos designios, librando estas batallas.
Dios ha querido, en un acto milagroso suyo, como cualquiera lo puede comprobar con la visión de los hierros retorcidos en que quedó convertida la camioneta que me llevaba, que yo tenga una nueva oportunidad en la vida.
Y esa oportunidad no es para la fuga, no es para el silencio cobarde, no es para una claudicación que venga a sumarse a tantas. Levantamos nuestra bandera con la misma ilusión cuando lo hicimos ocho años atrás cuando Radio Súper nos abrió sus puertas para La Hora de la Verdad, con la misma fe cuando lo hacíamos apenas hace dos días, cuando estábamos al pie de los designios de estos salvajes.
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El colombiano es digno, el colombiano cree en su destino, el colombiano cree en ese altísimo valor que es el de la justicia, esa justicia tan maltrecha entre nosotros, esa justicia que puede suponer tranquilamente el que nuestro caso siga la ruta tristísima que han seguido otros mucho más significativos, pero no menos impactantes en la conciencia ciudadana: el de Álvaro Gómez Hurtado, el de Luis Carlos Galán y el de otros tantos colombianos que murieron hace mucho tiempo y que nunca se sabrá, al menos en los estrados judiciales, quienes y por qué los mataron. Los colombianos no quieren eso, los colombianos, el más humilde de todos ellos, el más desprevenido cuando ve algo que le parece mal en las relaciones humanas, dice clamo por justicia.
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Y hay otro valor, en cuya prosecución y realización no desmayaremos: el valor de la seguridad. Este país se está yendo por los abismos a los que llegó en el año de 2002, estamos perdiendo a Colombia, estamos perdiendo la Patria en un proceso continuo de disparates de los violentos y de inacción del Estado. No estamos de acuerdo con las fórmulas de impunidad que se prometen como las que pudieran conseguirnos la paz. (…)
No puedo dejar pasar estos minutos conmovedores sin decirles a todos ustedes que los amo, que aprecio infinitamente las manifestaciones de solidaridad y respaldo que he recibido en estos momentos de dura prueba.
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Esas manifestaciones que se han expresado con puntualidad y con generosidad que tenemos que reconocer como la de enemigos fundamentales o contradictores de nuestro punto de vista en la política o distintos escenarios de la vida social y de la vida humana. Gracias a ellos. El que un personaje como Hugo Chávez desde Venezuela o una persona tan criticada por nosotros y tan duramente como el padre De Roux, Provincial de la Compañía de Jesús, el que el Polo Democrático, que desde luego está en las antípodas de nuestro pensamiento, el que periodistas que no fueron leves con nosotros cuando estuvimos en el manejo de los asuntos del Estado y han sido muy duros compitiendo con La Hora de la Verdad; el que los representantes máximos de este Gobierno con el que dolorosamente no estamos de acuerdo en muchas de sus ejecutorias, nos hagan llegar su afecto, solidaridad sincera, casi dijéramos que su camaradería encendida en las hogueras de la defensa de los derechos fundamentales del hombre como se llamaron desde la Revolución Francesa y en la defensa de los principios tutelares de la cultura moderna, nos obliga a mucho, a tanto que en este momento de crisis personal, y burlando un poco la voluntad de nuestros médicos, hemos dedicado un espacio inusitadamente amplio para hacerles llegar con este editorial nuestra voz de congratulación y de respeto por este pueblo maravilloso y por todas las instituciones que, amigas o nada cercanas, nos hicieron llegar sus parabienes en momentos tan difíciles.
Es tan grande este plebiscito que no puede significar menos.
La Hora de la Verdad sufre y ha sufrido mucho, pero no se rinde. Nuestra palabra no se va a desvanecer y sabemos que no se pierde en el viento. Esa fue la suprema certeza a la que llegamos en estos momentos de crisis cuando todos ustedes, queridos oyentes, nos hicieron llegar una palabra de afecto y más que de afecto una palabra de amor.
Gracias a todos y hasta muy pronto”.