¿Es posible que los políticos entren a nuestro cerebro? | El Nuevo Siglo
Sábado, 3 de Septiembre de 2011

Es necesario profundizar en diferentes estructuras del comportamiento y aplicar estudios científicos sobre el por qué sentimos emociones o qué tanto pueden llegar a persuadirnos los políticos


Por Carlos Andrés Pérez M. *
Especial para EL NUEVO SIGLO


En la sede del FBI, en los Estados Unidos, opera la Unidad de Análisis de Conducta, encargada de delinear los perfiles y las pautas de comportamiento de los criminales que ponen en jaque no sólo a ese país, sino a otros aliados en el mundo que solicitan sus servicios.


Así lo pone en escena, la serie de televisión Mentes Criminales (Criminal Minds) producida por el canal CBS en 2005, la cual presenta cómo los investigadores de la UAC, formados en comportamiento humano, utilizan determinados parámetros para encontrar las pistas que los conducen a los que cometieron crímenes que las autoridades no habían resuelto.


Por otra parte, en la serie Miénteme (Lie to me), de la cadena Fox (2009), el doctor Cal Lightman, un experto en patrones de comportamiento, apoya a las autoridades o a empresas privadas a detectar la realidad de lo que está pasando, a través de lo que encubren la lectura facial y corporal, y con cuyas imposturas tenemos que enfrentarnos a diario.


Las dos producciones, que parecieran sacadas de la ficción, hace un tiempo que son viables porque, en la actualidad, los científicos han tenido la posibilidad de llegar al fondo de nuestro centro de control. En los últimos cinco años, hemos aprendido más del cerebro que en el resto de la historia de la especie humana, y es claro que la primera intención es poner al servicio de la medicina esos avances; pero, al mismo tiempo, se ha usado el potencial de lo descubierto para conocer más a las personas que interactúan con empresas y estados.


En la década de 1950, el gobierno estadounidense encargó a la Universidad de Yale un completo estudio del comportamiento de sus ciudadanos, en el que se reflejaran las emociones, las necesidades y las proyecciones que tenían; era una especie de Gran Hermano vigilante, que trataba de penetrar la mente de las personas.


El proyecto era completar un análisis de la conducta humana que se había iniciado en la Comisión Creel, la cual se encargó de delinear los mecanismos para lograr que la ciudadanía estuviera de acuerdo con la entrada de ese país a la Primera Guerra Mundial.


Cuando el estudio se hizo público y luego, al vencerse el término de confidencialidad, las empresas comerciales entendieron el enorme potencial de conocer el interior de sus clientes; es decir, sus gustos, sus formas de pensar y en general sus hábitos de consumo. A partir de ahí, es mucho lo que se ha profundizado en mercadeo y, lo descubierto sobre costumbres, permite a las empresas incrementar sus ventas en millones de dólares.


De acuerdo con esta necesidad de saber más y aprovechar los avances en el tema, el Gobierno de Francia creó una unidad de Neuropolítica para entender cómo informar sus actuaciones, a quién entregar las noticias y en qué momento. Lo que se busca con esta nueva aplicación es estar más cerca de la gente, como lo han hecho las empresas comerciales.


La pregunta


En efecto, a partir de estudiar a profundidad estos hallazgos, la pregunta que se hacen varias personas (dentro de las que me incluyo y seguramente los lectores lo harán también) es: ¿cómo se pueden aprovechar esos conocimientos en la política?


En la actualidad, la neurociencia es accesible a quien quiera investigar sobre ella, hay numerosos artículos académicos sobre el tema y los expertos se abren, cada vez más, en programas de televisión que explican el funcionamiento del cerebro. Es claro que, muchas de las conductas que creíamos adquiridas en el entorno vienen programadas dentro de la carga genética y, asimismo, que las respuestas que damos a ciertos eventos cotidianos no las controlamos de manera consciente. Sin embargo, con esta concepción no se pretende decir que el cerebro es una máquina que está al margen de nosotros mismos, sino que es un órgano que admite programación y que, con los elementos que lo vayamos construyendo a lo largo de la existencia, termina por hacernos la vida más fácil y toma decisiones por atajos que están probados, que funcionan y nos gustan.


Empatía


En 1996, unos científicos italianos hicieron un descubrimiento que revolucionaría el estudio de la neurociencia: entendieron el mecanismo que hace que sintamos empatía por los otros y, con su hallazgo, las neuronas espejo llegaron a la profundidad de la vida en sociedad. Es la explicación de los vínculos emocionales más allá de los sentimientos instintivos de amor maternal o de protección por los hijos, que sí son automáticos.


Para la política generar empatía es la diferencia entre ganar una elección o perderla, sobre todo en momentos en los que ésta se ha vuelto extremadamente emocional y mediática, en la que ya no operan sólo los factores programáticos o de identidad con los partidos.


A través de imágenes de Resonancias Magnéticas Funcionales (FMRI) -por sus siglas en inglés-, se puede observar en detalle el funcionamiento del cerebro: en cada región de este órgano se alojan millones de neuronas que controlan la actividad al momento de pensar o realizar algo; una parte maneja el lenguaje, por otro lado se coordinan las emociones, en otro lugar el raciocinio y, asimismo, en otro sector está el placer.


Con este método no invasivo, se logra observar cuál área está siendo utilizada, a través del flujo de sangre que ilumina la pantalla y, así, permite establecer las respuestas inconscientes que tenemos frente a los estímulos exteriores. Por estas aplicaciones, hemos avanzado tanto en detectar los efectos que produce la actividad del entorno en el cerebro y en nuestra conducta.


Por eso en tema de comportamiento político es conveniente hacer una disección al órgano que nos controla, porque sólo a partir de ahí empezaríamos a tener respuestas. ¿Se imagina saber qué piensa un posible elector, antes incluso de que lo diga?, ¿o aunque no quiera decirlo?


Desde otra perspectiva, es necesario profundizar en diferentes estructuras del comportamiento y aplicar estudios científicos sobre el por qué sentimos emociones o qué tanto pueden llegar a persuadirnos los políticos. Igualmente, es importante explorar el papel que cumplen los condicionantes externos, en nuestro proceso de decisión, como son los medios de comunicación y las campañas electorales.


¿Es cierto que los rumores tienen el potencial de acabar con la carrera de un dirigente?, ¿qué tanta influencia tienen la religión y las actitudes morales en un posible votante? Estos interrogantes y muchos otros se responden aplicando la sociología, la sicología y por supuesto, la neurociencia al comportamiento político.


Dirección correcta


Es preciso reconocer el temor que puede generar en la sociedad una inmersión profunda en la máquina que nos controla, puede pensarse que estamos ad portas de una era en la que la democracia ya no será tal, sino que quienes más conozcan los laberintos del comportamiento humano, podrán llevarse los votos de sus conciudadanos.


La buena noticia es que ese tipo de ideas tan radicales corresponden a la ciencia ficción y que si bien es factible que, cada vez, podamos conocer a los targets de votantes con los que pretendemos interactuar, la capacidad de manipulación no va a depender sólo de la intención de quien lo quiera: hay múltiples factores que actúan como una especie de antídoto aplicable a los que busquen recorrer el camino fácil y caricaturesco de dominar la mente de los ciudadanos.


Lo cierto es que las herramientas, que antes estaban al servicio de algunos gobiernos y unas pocas empresas privadas, ahora están al alcance de quienes las quieran interpretar y poner en práctica: el conocimiento está a la distancia de un click en Internet o en las manos de quienes tengan la disciplina de estudiar y cruzar variables.


No hemos dimensionado aún el alcance del cerebro ni lo que podríamos conseguir al conocerlo más; los hallazgos que vendrán en los próximos años nos dejarán sorprendidos de lo poco que sabíamos. Poner en práctica lo que hoy tenemos es avanzar en la dirección correcta.


Elemento mítico


En la Europa de la Edad Media, los alquimistas trataron de encontrar la Piedra Filosofal, un elemento que les daría la posibilidad de transformar los metales vulgares en oro y, así, conseguir la inmortalidad; infructuosamente hombres como Nicolás Flamel y Roger Bacon intentaron hallarla durante todas sus vidas.


La combinación de cerebro y comportamiento es para la política el equivalente a ese elemento mítico que no lograron encontrar. Entender cómo procedemos, qué nos motiva a actuar, qué incide en nuestra conducta, es sin duda la piedra filosofal de las campañas electorales.
caperez@politicaymarketing.com
Twitter: @carlosaperez