La poca tolerancia en los debates que atañen a la educación, invita a una reflexión sobre las acciones y la forma de proponer los cambios.
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HACE unos años el filósofo estadounidense Michael Novak, afirmó en un evento organizado en el país, que el principal problema que aqueja a los colombianos es la envidia. Y que, a pesar que en otras culturas actitudes como el odio puede generar acciones políticas hacia el desarrollo, la envidia no genera sino destrucción.
La definición más cercana en este caso para la envidia, la hizo el filósofo Aristóteles: “con todo, podría parecer que la envidia se opone a la compasión, suponiéndola muy próxima y de la misma naturaleza que la indignación, y, sin embargo, es lo contrario; porque la envidia es un pesar turbador y que concierne al éxito, pero no del que no lo merece, sino del que es nuestro igual o semejante”.
Dentro del debate sobre la financiación pública y los paros educativos, tanto de docentes como de estudiantes en el último año, la envidia ha sido el motor principal. El debate llega al punto que quien piensa diferente es amenazado e insultado. Los debates giran desde la envidia, a continuación, algunos ejemplos:
En el paro docente. De mediados de año, donde Fecode y otras agremiaciones sindicales llevaron a sus afiliados al cese de actividades, una de las consignas de las marchas era “tendré que volverme guerrillero para que me paguen”. Una ironía cuando el gremio docente del sector oficial siempre fue proclive al proceso de paz y a explicar que la guerra solo trae tragedias. Sin embargo, a la hora de reclamar derechos había que encontrar un enemigo y el pensar que los ex combatientes tuvieran un subsidio llevó a algunos a actuar desde la envidia.
Los ataques contra Ser Pilo Paga. En las movilizaciones por más recursos para la educación pública parece que el único objetivo es acabar con el programa, muchos hacen política desde la envidia, algunos que se hacen llamar pedagogos solo piensan en quitarle el derecho a estudiar a 40.000 jóvenes pobres que nunca hubiesen entrado al sistema educativo. En todos los debates jamás se ha afirmado pensar en los jóvenes, en su estado anímico, en lo que sufre una persona que siente que su educación está en riesgo, que se benefician de un programa que invitan a odiar.
Por otra parte, cuando en algunas universidades piden los recursos, lo hacen para resolver el déficit de nómina, no para llevar a esos jóvenes a las universidades y garantizarles sus estudios. Es decir, prima la envidia sobre el servicio educativo.
El debate en la universidad pública. Que pregona los beneficios de una educación de acceso para todos, cada vez privatiza más las ideas. El disenso se lleva a la degradación del que piensa distinto, incluso a las amenazas como ha ocurrido en algunas universidades con directivos que han manifestado su desacuerdo frente a algunos sectores. Desde la experiencia, opinar diferente se traslada en acusaciones sobre tener intereses particulares, o a posiciones ideológicas reprochables. En mi trabajo como profesor de universidad pública, el punto de vista diferente se suele despreciar y estigmatizar. El mayor sentido de una universidad pública debe ser que las ideas fluyan y se debatan, que no se privaticen las ideas, que no se piense que estar cercano a una ideología política, es el único modo ético de actuar y de opinar.
Los llamados “tropeles”. El decano de la Facultad de Educación de la Universidad Distrital, Mario Montoya, hizo una valiente carta pública sobre el hartazgo y cómo uno de los males que aqueja a la educación pública es la autodestrucción. Planteaba que el malestar ha llevado a acciones injustificables desde la academia como destruir los recursos con el argumento de la molestia. Actos lamentables ocurrieron también el viernes 20 de octubre en la Universidad Pedagógica un espacio relacionado como el paro terminó convertido en una actividad cargada de droga, violencia e irrespeto, que llevó al rechazo de la misma comunidad académica por los desmanes. La envidia se carga de odio y lleva a prácticas donde prima la intolerancia.
El no dejar hacer. Cada vez que el Ministerio de Educación o una Secretaría intenta proponer un programa, lo primero que saltan son las críticas y pocas veces se rescata la labor bien hecha, por eso proponer en educación es tan difícil: SNET, Currículo, Derechos Básicos de Aprendizaje, Acreditación universitaria, ente muchos otros lo primero que reciben son ataques, cuestionamientos, por eso quien se atreve a proponer automáticamente se expone a tener enemigos. Es más fácil no hacer nada que intentar hacer cambios. Hoy Colombia no cuenta con un currículo nacional, hoy no sabemos hacia dónde va nuestra educación, cuáles son las metas ¿Aprender a leer? ¿No matarnos? ¿Fortalecer el diálogo? ¿Disminuir la violencia? ¿Resolver problemas básicos? ¿Aprender a pensar? Todo eso y mucho más debería ser contemplado en un currículo, pero cuando se intenta hablar a respecto lo primero es atacar, casi siempre desde la envidia y muy poco, proponer.
El éxito de enojarse por todo. En un evento sobre didáctica de las ciencias sociales que se llevó a cabo en Montería la semana pasada, uno de las tendencias presente fue la de abordar en el aula es el pensamiento crítico, pero ¿cómo hacerlo cuando muchas veces creemos que formar en pensamiento crítico es enojarnos por todo? Ni si quiera es indignación, porque la indignación trae la acción consciente de valorar nuestra dignidad y construir.
Se acercan las elecciones y varias movidas en el debate de la educación pasan por los intereses electorales. Que el enojo y la envidia no sean los mecanismos para protestar. La educación colombiana requiere de propuestas donde valoren las diferencias y pensemos no solo en los intereses propios.
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