Perder la capacidad de asombro es uno de los riesgos más graves que puede correr cualquier sociedad, porque al hacerlo no sólo disminuye su sano nivel de reacción e indignación ante hechos que afecten su sistema de valores y derechos más básicos, sino que perpetúa esta clase de situaciones anómalas o intolerables puesto que los responsables de corregirlas, al percibir la pasividad de las víctimas y del conglomerado social en general, no se ven forzados a tomar medidas que las eviten. Suelen decir los sociólogos que ante fenómenos como la violencia sistemática y sin límites o ante flagelos que persisten pese a las múltiples estrategias que se pongan en práctica para combatirlos, las comunidades empiezan a desarrollar una especie de coraza que les impide impactarse con esas circunstancias, dando lugar a sociedades que con el tiempo navegan entre la indolencia extrema y la nociva percepción de que “así es la vida y qué le vamos a hacer”.
Precisamente ese preocupante razonamiento es el que pareciera asomar en nuestro país cuando se constata que la sociedad colombiana y sus máximas instancias en materia política, económica, social, institucional, gremial y de muchas otras índoles colectivas no se conmueven ante hechos y cifras que en cualquier otro país no solo generarían estupefacción sino una conminación a las autoridades para que subsanen las graves anomalías.
En la edición del martes de este Diario se publicó un informe sobre varias cifras que fueron puestas en el tapete en las últimas semanas por parte de autoridades nacionales e internacionales, así como por congresistas y organizaciones no gubernamentales. Por ejemplo, el Fondo de Población de las Naciones Unidas denunció que cada día son violadas por lo menos 21 niñas con edades entre los 10 y 14 años en Colombia. A su turno, el Instituto de Medicina Legal advertía que, con corte a septiembre, se habían presentado en el país 38.107 casos de violencia intrafamiliar, lo que implica un aumento de más de 8.700 agresiones en comparación con el mismo periodo de 2015. De igual manera si bien la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes se han reducido, paralelamente se viene disparando la inseguridad urbana al punto que a diario se reportan los robos de más de 121 teléfonos celulares, 77 motos y 12 bicicletas.
No menos grave es que existan 208 proyectos por más de 1,8 billones de pesos, en su gran parte recursos de las regalías, en estado crítico, según lo denunciara el Departamento Nacional de Planeación. La misma entidad también reveló que pese a todos los controles que se han venido implementando hay más 384 mil colados en el Sisbén, una tercera parte de ellos con ingresos superiores a los 3,8 millones de pesos mensuales, lo que evidencia que están disfrutando de subsidios y ayudas estatales destinadas única y exclusivamente para familias de bajos ingresos.
Y qué decir del campanazo dado en el Congreso en el marco de un debate sobre la lucha contra el narcotráfico, en el cual un senador conservador denunció que este año podría terminar Colombia con alrededor de 200 mil hectáreas de sembradíos ilícitos.
De otro lado, en el marco de la discusión en torno al proyecto de reforma tributaria estructural, también se han puesto sobre el tapete varias cifras impactantes. Por ejemplo que la evasión en el pago del IVA es cercana al 23 por ciento y en el impuesto de renta al 39 por ciento. A ello se suma que el contrabando anual mueve alrededor de 7 mil millones de dólares.
Como si todo lo anterior fuera poco, en otras noticias, también se confirmó que más de 50 niños han muerto por desnutrición crónica este año en La Guajira o que se disparó el número de personas que son agredidas con arma blanca a diario en todo el país...
Pese a la gravedad de cada uno de esos hechos las reacciones de los colombianos fueron muy pocas e incluso inexistentes. No se generó ninguna ola masiva de condenas así como de llamados a que las autoridades tomaran las medidas del caso. Parecería que el país está ensimismado en otras coyunturas como los altibajos del proceso de paz o los rifirrafes políticos de todos los días. ¿Será que los colombianos están perdiendo su capacidad de asombro? ¿Será que siendo algunas de estas irregularidades ya endémicas, la sociedad se empieza a resignarse a que es imposible corregirlas? ¿Será que de la pasividad ante tanta injusticia evidente se pasó ya a la indolencia e indiferencia?