Las formas del Presidente son su peor enemigo. Pocos lo quieren, por su polémico estilo de dirigir las cosas. Pero a nivel de gobierno no todo es un fracaso. El mandatario intenta cumplir al pie de la letra su programa de gobierno. Y lo está logrando, así la prensa liberal diga que no.
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Calificar la gestión de Donald Trump a nivel local es difícil. Lo es porque, pese a sus formas, muchas de ellas reprochables desde lo político y lo moral, el mandatario ha tratado de ejecutar su plan de gobierno y ha respetado las decisiones de otras ramas del poder, sin acudir acciones extraordinarias para tomar medidas en diferentes frentes.
La prensa liberal, tras once meses de gestión, ha vendido que su gestión es tan mala que es muy probable que no termine su periodo presidencial. Esto es cierto si se mira su índice de aprobación que hoy llega al 35% (Gallup/Reuters). Pero el panorama, a medida que va cumpliendo algunas de sus promesas, va cambiando, como le suele pasar a los gobierno “reformistas” en sus primeros años.
La inexperiencia es una desventaja en cualquier cargo; Trump está sufriendo por ella. Además de su gamonalismo millonario, el Presidente se equivoca más en la forma que en el fondo. Por no conocer el trámite legislativo, por ejemplo, suele manejar las relaciones con el poderoso congreso norteamericano de manera errada. Es un inexperto.
Pero esto no quiere decir que su presidencia sea un fracaso. Uno de los mejores medidores de la gestión de una administración es el nivel de cumplimiento del programa de gobierno. En eso, se puede decir que Trump ha logrado medianamente sus promesas. Algunas están bloqueadas, otras están a punto de ser aprobadas, pero al menos se puede decir que las está intentando ejecutar.
Son más los que están en contra de sus políticas que aquellos que las apoyan. En parte, por su repugnante manera de actuar en lo público, que genera un estado de rechazo generalizado. Pero, al menos, es sincero a nivel político: no se ha movido un ápice en sus propósitos iniciales. A diferencia de algunos de sus antecesores, Trump es lo contrario a la ambigüedad, en todos los sentidos. Quizá por eso se equivoca.
Movido gabinete
Los primeros once meses de Trump en la Casa Blanca han sido un terremoto. Mes a mes funcionarios de su gabinete han renunciado o han sido despedidos, por distintos motivos que van desde su presunta participación en la colusión con Rusia hasta su extremismo político.
Esto ha llevado a que su gobierno, día tras día, se vea débil, inestable y, sobre todo, incapaz de liderar procesos. En menos de un año la lista de funcionarios que se han ido de su gobierno es larga. Larguísima.
Tres superpoderosos se han ido. Reince Priebus, exjefe del gabinete, fue acusado de esquizofrénico por Scaramucci y se fue. Con poca credibilidad, Sean Spicer, exportavoz de la Casa Blanca, no le creyó nadie más y también salió. El caso más sonado ha sido el de Michael Flyn, exconsejero de seguridad, que mintió sobre sus reuniones con los rusos y fue expulsado de inmediato del gabinete.
También Steve Bannon, exestratega, comunicador y supremacista blanco, salió del gabinete, por presuntas diferencias con Trump. En la misma área, Anthony Scaramucci, exdirector de las comunicaciones, dejó la Casa Blanca, argumentando problemas personales.
Sin embargo, el descalabro administrativo no ha llevado a Trump al fracaso. En el Congreso, fijando parte importante de su agenda, como es apenas obvio, el Presidente ha logrado un relativo exitoso, sin desconocer que, pese a la mayoría republicana en ambas cámaras, varios proyectos siguen estancados.
“Calificar la gestión de Donald Trump a nivel local es difícil. Lo es porque, pese a sus formas, muchas de ellas reprochables desde lo político y lo moral, el mandatario ha tratado de ejecutar su plan de gobierno al pie de la letra"
Como unos de sus frentes más importantes, el Presidente, respaldado por parte de la bancada republicana, está a punto de que le aprueben la reforma fiscal. Esta, según sus defensores, acelerará el crecimiento, reduciendo los impuestos del 35% al 20%.
Algunos dicen que es la primera reforma seria desde Ronald Reagan (1986), otros, menos entusiastas, consideran que genera una inestabilidad sin precedentes en las finanzas públicas norteamericanas. Por ahora, está cerca de ser aprobada.
Drogas y migrantes
Desde New Hampshire, uno de sus primeros golpazos electorales, Trump anunció que lucharía contra las drogas, que según las autoridades sanitarias deja casi 60.000 ciudadanos muertos al año en Estados Unidos.
Buscando luchar contra esta “epidemia” –como la califican las autoridades-, el Presidente decretó la emergencia nacional sanitaria, llamada Ley Strafford, y creó una comisión designada para investigar la adicción y el abuso.
En otros frentes, el mandatario no la ha tenido fácil. Pero, como se ha dicho, intenta impulsar iniciativas acordes con su visión. Así ha pasado con la derogación del Obamacare y sus políticas migratorias.
Bloqueada por su impertinencia, el fin de la ley de salud de Obama no ha llegado. En numerosas oportunidades el Presidente la ha presentado ante el legislativo, diciendo que genera un caos en las finanzas públicas, pero su bancada, o algunos miembros de ella, no le han dado el visto bueno.
La política migratoria, quizá su principal bandera electoral, ha tenido un relativo éxito. En términos prácticos, ha sido un fracaso, por los dos bloqueos de jueces federales para que no se aplique. Sin embargo, el Presidente ha logrado convencer al Congreso que adopte medidas para reducir el número de migrantes que entran a Estados Unidos, anunciando que se va anular la “Green Card”, que al año le da la ciudadanía a más de 50.000 ciudadanos ilegales.
Eliminar el Obamacare y la “green card” puede generar unos efectos nocivos sobre la población más vulnerable, inmigrantes ilegales y pobres que no pueden pagar servicios de salud privados. Trump dice que adopta estas políticas para beneficiar a esa “silenciosa” clase media blanca que, por efectos de la globalización, ha perdido sus beneficios, cayendo en las drogas y la falta de oportunidades.
Se puede estar de acuerdo con su gobierno o no. Muchos, seguramente, están en contra. Pero lo cierto es que Trump, un narciso que llegó a la política por motivos poco altruistas, está intentando implementar su plan de gobierno, tal cual lo presentó.
El futuro de su gobierno, aparte de la ejecución de su programa, está en manos de los resultados de la investigación sobre la presunta colusión de su campaña con los rusos. Si sale implicado, terminará como Richard Nixon: destituido.
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