El Papa Francisco batalla contra la pobreza y reivindica la ética. Su mensaje es claro, reformador y democrático. Así lo demostró durante su visita de cinco días a México donde fue, ante los ojos exaltados de millones de católicos, un mensajero de la palabra de Dios, un catalizador de esperanza ante la falta de fe y un hombre común y corriente que, ante todo, es capaz de acercarse al más humilde de los peregrinos y atacar a los más poderosos.
En sus palabras buscó reconciliación, paz y esperanza. Visitó la Ciudad de México (D.F), Chiapas (sur), Michoacán (oeste) y Chihuahua (norte), en fin, todo un país acechado por una profunda crisis a nivel moral, institucional y social, donde las personas, como dijo Francisco, hacen cualquier cosa por el dinero.
“Dejen la idolatría por el dinero”, dijo el sumo pontífice. “Jesús nunca nos invitaría a ser sicarios. Nunca nos mandaría a la muerte. Es invitación a la vida… No sean mercadería para los bolsillos de otros. No sean ingenuos. Sean astutos. Que no les importe no tener coche o plata”, aseguró, demostrando que el mal mayor que invade a México, y a otras regiones como Colombia, es la perversión del espíritu por la cultura del dinero.
Su mensaje estuvo lleno de contenido; nunca fue frívolo. Apegadas a los textos bíblicos y ejemplos simples de la cotidianidad, el Papa prefirió una frase reflexiva a un aplauso avasallador. Siempre estuvo dispuesto al reconocimiento público, pero nunca olvidó que su papel como peregrino es revivir el espíritu del catolicismo desde la modestia, la fraternidad y el respeto.
Al mismo tiempo reivindicó y atacó a miembros de la Iglesia. No dejó pasar los escándalos de pederastia que sacudieron a integrantes de los Legionarios de Cristo en México. En entrevista exclusiva con Univisión, catalogó a Marcial Maciel, su fundador, “de una persona muy enferma” y reiteró su política de “cero tolerancia con los abusadores”. También dijo que se puede “presumir” que en el Vaticano hubo encubrimiento de los sacerdotes que cometieron abusos.
Pero sus palabras en Michoacán no sólo fueron un espacio de censura. Jorge Mario Bergoglio a su vez llamó a no caer en la “tentación de la resignación” frente a la corrupción, el tráfico de drogas y la creciente violencia en México. “No nos puede ganar una de las armas preferidas del demonio: la resignación”, le advirtió a un grupo de sacerdotes, seminaristas y monjas.
Y al final de cada una de sus plegarias, de sus encuentros, abrazos y entrevistas, cerró con su única petición: “Recen por mí”. Un socorrido ruego a los feligreses que son amantes de su causa por recuperar el espacio perdido del catolicismo en América Latina. Porque en el proceso no es un secreto que los peligros lo acechan. Así, como Albino Lucini, Juan Pablo I, quien murió por razones que son un misterio y parecen estar presentes en la mente de Francisco.
Algunos lo tildan de revolucionario, otros de cómplice. En México no faltaron las voces que definieron su mensaje como radicalismo jesuita. O, tampoco, las de aquellos que aquejados por los escándalos de pederastias lo criticaron de laxo. Pero en su visita Francisco fue lo que es: un papa sensible frente a la desigualdad, la pobreza, la corrupción y la violencia. Esa es su esencia. A pesar de las críticas, nunca renunció a ella.
Francisco acude a los valores esenciales del catolicismo. Se acerca a los feligreses. No es un revolucionario, tampoco habla de política ni de ideologías. Expone que, por el contrario, hay que salvar las pertenencias intrínsecas de la humanidad como el medio ambiente o los valores. Los mexicanos dicen que se parece a Juan XXIII.
La Iglesia Católica necesita de más Franciscos. Es innegable su popularidad. Su imagen es venerada por jóvenes, viejos, pobres, ricos, por todos que ven en él un mensaje puro, sencillo y verdadero, alejado de la distancia y opulencia que se le critica al Vaticano. Su agenda es totalmente válida. Y ante todo, es suya. No puede alinearse a los intereses de unos u otros.
Es una agenda reformista, si se quiere, teniendo en cuenta los mandatos del catolicismo y los procesos históricos. Entiende que ese fue el papel que le tocó asumir. Se reunió unos días atrás con Cirilo, máximo patriarca de la iglesia ortodoxa, para abrir un nuevo camino con la hermana iglesia. Y así, en muchos otros temas, ha sido claro.
El último de ellos que abordó en el cierre de su visita al país azteca fue el de la inseguridad, sobre el que dijo que ésta se terminará llevando a prisión a quienes delinquen. Ante un grupo de reos de Ciudad de Juárez que fueron los “elegidos” para verlo y escucharlo, el Papa fue enfático en llamar a una “intervención frontal a las causas estructurales y culturales de la inseguridad, que afectan a todo el entramado social”.
"La reinserción social comienza insertando a todos nuestros hijos en las escuelas, y a sus familias en trabajos dignos, con servicios básicos y sanitarios dignos, así como espacios de esparcimiento y participación para la sociedad”, indicó
Finalmente su mensaje fue para los presos: “la historia no puede volver atrás, pero quien ha sufrido el dolor al máximo, y que podríamos decir experimentó el infierno puede volverse un profeta en la sociedad". Y ahí estuvo su último llamado para que quienes han vivido y viven esa dolora experiencia del encierro se conviertan en multiplicadores de la palabra de Dios y ensajeros de la misericordia.