Justo ahora que el país habla de un proceso de negociación para un eventual acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc, y posiblemente con el Eln, es prudente reflexionar sobre el impacto del lenguaje que usan los colombianos.
Miles de personas han puesto su esperanza en que este proceso de negociación llegue a feliz término, otros han preferido ser cautelosos y hasta pesimistas. Pero independientemente de las expectativas, es prudente pensar en qué palabras y qué tono usan los colombianos para hablar con sus hijos, padres, vecinos y amigos.
La pregunta concreta es ¿qué tan pacifistas o no son sus comentarios en un país que requiere la tolerancia para la reconciliación y la paz?
Todos los días, en escuelas, buses, casas y oficinas, cientos de personas emiten comentarios, como: “usted está más gorda que una ballena”, “hágame caso que yo soy su esposo”, “definitivamente usted es muy bruta”, “cuidado se parte, galleta”, “cállese y deje de soñar despierto”, “se va a desaparecer de lo flaca”, “tenía que ser costeño para ser tan escandaloso”.
Y al revisar en el escenario público es posible encontrar fuertes controversias por cuenta de algunos comentarios que han producido rechazo colectivo.
Pocos olvidan, cuando el vicepresidente Angelino Garzón manifestó que “las dignidades del Estado, incluido el Vicepresidente, no pueden andar como zarrapastrosos” en los viajes en avión para explicar porqué solo viaja en primera clase, o cuando el diputado Rodrigo Mesa en plena Asamblea de Antioquia, aseguró que “la plata que uno le mete al Chocó es como meterle perfume a un bollo”. Aunque los dos se disculparon, algunos consideran que la disculpa se queda corta.
Hemos decidido abordar este tema a raíz del lanzamiento del Doctorado de Educación y Sociedad de la Universidad de La Salle, con el cuál en palabras de su directora, Carmen Amalia Camacho, “se pretende formar doctores que investiguen en la educación y su fuerte vínculo con los procesos y dinámicas sociales, económicas, políticas, comunicativas y culturales, con el objetivo de contribuir a la consolidación de una Colombia equitativa y sostenible”.
“Dialogar, convencer, discutir, agredir, construir o destruir hacen parte del enorme poder de las palabras, esas mismas que han permitido al ser humano desarrollar su inteligencia y conformar sociedades equilibradas, pueden convertirse en una enorme posibilidad o en un impedimento para la construcción de una paz posible en marcos de equidad, inclusión y respeto por la vida”, explica Carmen Amalia Camacho, directora del Doctorado en Educación y Sociedad de la Universidad de La Salle.
Detrás de cada palabra hay intenciones distintas, juegos y maneras de entender que facilitan o entorpecen cualquier proceso de diálogo; así que como aconsejan los estudiosos del lenguaje se debe procurar ser cuidadoso con los mensajes provenientes de diferentes fuentes, para medir hasta dónde estos corresponden a la verdad o están matizados por otros intereses.
“Apostarle a una comunicación clara, asertiva y respetuosa del sentir de los otros es fundamental no sólo para pensar en diálogos de paz, sino para la vida diaria de todos los colombianos, para evitar los insultos que a diario se ven en buses, en filas de banco, en oficinas de atención al cliente y en general en lugares donde agredirse verbalmente se ha vuelto cotidiano y no sólo en lugares públicos, tristemente hoy miles de hogares reproducen ese modelo de intolerancia que ha llegado a los golpes y hasta el asesinato, esas noticias que vemos a diario, nos dicen que debemos generar un cambio y en ese contexto vemos que las palabras son instrumentos de paz o de guerra”, agrega Camacho.
En estos momentos de diálogos de paz, de esperanzas por días mejores y de sueños por habitar en sociedades armónicas, es importante pensar antes de hablar porque a través de las palabras se pueden o no lograr acuerdos de toda índole.