Desde la manipulación de cintas hasta los sintetizadores y los instrumentos tradicionales, la compositora francesa Éliane Radigue ha sido durante su larga carrera una incansable investigadora de las posibilidades del sonido a través de su música envolvente y contemplativa
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Éliane Radigue, nacida en 1932, pasó su juventud entre la vanguardia pictórica de Niza; estaba casada con Arman y su hogar era frecuentado por Claude Pascal e Yves Klein, entre otros. Comienza su carrera en medio del grupo de compositores franceses que practicaban lo que vendría a conocerse como musique concrète (música concreta), hecha a partir de elementos considerados tradicionalmente no musicales, tales como ruidos industriales, grabaciones de la cotidianidad e incluso los sonidos propios de los nuevos aparatos de manipulación sonora con los que trabajaban estos compositores, como las cintas y los sintetizadores.
Radigue colaboró desde mediados de los años 50 con varios de sus principales exponentes y pioneros como Pierre Schaeffer y Pierre Henry, cuyos estudios en París visitaba frecuentemente. Junto a ellos llevaría a cabo audaces exploraciones de las posibilidades de los medios electrónicos de reproducción sonora, y del timbre en sí.
Timbre es un término que se refiere a las diferencias entre dos sonidos que no son producto de la altura ni de la longitud. Llamamos timbre a las cualidades que distinguen el sonido de una guitarra, una trompeta, y un violín que estén todos tocando la misma nota durante la misma cantidad de tiempo, al conjunto de los factores que los diferencian. Desde principios del siglo XX, el timbre ha buscado continuamente emanciparse de su relación para con los demás elementos musicales, de establecerse como un universo de posibilidades infinitas en sí mismo.
Este nuevo protagonismo del timbre se empieza a desenvolver a principios del siglo pasado en las ricas orquestaciones de Claude Debussy y en obras como la anonadante Farben (colores) de Arnold Schoenberg, en la que un solo acorde muta a través de decenas de combinaciones instrumentales diferentes. El interés por el timbre permitió a la música liberarse de las estructuras armónicas, y abrió una infinitud de posibilidades nuevas en cuanto a la manera de construir obras. Con la llegada de los medios electrónicos de grabación y reproducción sonora se abrieron ante los compositores una infinidad de nuevos sonidos, de universos tímbricos por explorar.
Radigue y sus contemporáneos de la musique concrète fueron herederos de esta nueva gama de posibilidades. Pero mientras músicos como Schaeffer y Henry se concentraban en crear obras que reflejaran el caos y el ajetreo de la vida urbana, aspiración de cierta manera inspirada en el futurismo de Luigi Russolo, la música de Radigue, incluso desde este temprano periodo creativo, estaba caracterizada por una calma y una quietud impactantes, y por una absorbente carencia de movimiento y actividad.
Esto se debía a que, si bien sus contemporáneos también habían abandonado la dependencia de los conceptos tradicionales de ritmo, melodía y armonía, su fascinación con el timbre se desarrollaba dentro del marco de sus fijaciones conceptuales. Por el contrario, la fijación principal de Radigue era, y es, el sonido en sí. Por eso cada una de sus piezas, desde sus primeros trabajos hasta los actuales, se desenvuelve con la lentitud serena de la contemplación, con el afecto y la delicadeza de quien observa la belleza maravillado, sin querer alterarla, tocarla o perturbarla, con la suavidad de quien se dedica a embriagarse con cada detalle de lo que tiene en frente. Las obras de Radigue se desarrollan en torno a un sonido, a un timbre que la compositora escoge y luego va modificando con la mayor sutileza, explorando detalles, resonancias y posibilidades, hasta que la obra acaba tan repentinamente como comenzó, quedando temporalmente satisfecha la curiosidad de su creadora.
"El interés por el timbre permitió a la música liberarse de las estructuras armónicas"
Tras permanecer unos años en Nueva York, período durante el cual tuvo un importante contacto con los vanguardistas estadounidenses como John Cage, Steve Reich y La Monte Young, Radigue vuelve a Francia equipada con un sintetizador marca Arp. Con la ayuda de éste desarrollaría la segunda parte de su carrera, dentro de la cual compondría muchas de sus obras más emblemáticas, entre ellas Les Chants de Milarepa (Los cantos de Milarepa) y La Trilogie de la Mort (La trilogía de la muerte).
Durante esta época, Radigue estudió hondamente las filosofías y doctrinas espirituales de Oriente, búsqueda que culminaría con su adopción del budismo. Es evidente la relación que existe entre la naturaleza quietista, contemplativa, e incluso meditativa de su obra y muchos aspectos del budismo. Incluso en varias ocasiones, como en Jetsun Mila y Les chants de Milarepa, Radigue llega a hacer explícita la relación entre su obra y el budismo, buscando evocar momentos e imágenes de los peregrinajes y vidas de los grandes maestros de esta tradición. Sin embargo, es importante recordar que el carácter de su música estaba establecido ya en las obras tempranas de la joven Radigue vanguardista, y que el mismo tiene tanto que ver con el budismo como con el amor al sonido y la voluntad de llevar a cabo exploraciones tímbricas integrales y pacientes.
Tras una vida dedicada a los medios electrónicos, Radigue trabaja hoy en día con medios acústicos y electroacústicos, componiendo desde comienzos del nuevo milenio piezas para bajo eléctrico, violonchelo, clarinete tenor y otros instrumentos tradicionales. Después de haber trabajado en soledad absoluta durante décadas, dedica ahora largas jornadas a trabajar minuciosamente con sus intérpretes, a quienes siempre escoge a dedo cuidadosamente para lograr los resultados exactos que busca en sus obras. A pesar de estos cambios tan radicales en sus métodos, la música de Radigue sigue teniendo el mismo enfoque de siempre; llevar a cabo una exploración cuidadosa, con paciencia casi tectónica, de todas las minucias de un sonido, de un timbre particular.
No es ésta una música que busque manipular los sonidos para generar en nosotros determinadas reacciones emocionales. Por el contrario, Radigue nos expone a unos sonidos que manipula la mayoría de veces lo menos posible, y si de algo quiere contagiarnos es de su inmenso amor por ellos, por el sonido mismo. Así, la música de Éliane Radigue nos recuerda que el mayor cumplido que le podemos otorgar a las cosas del universo que nos rodea, sean ya sonidos, lugares, eventos o personas, es nuestra voluntad de llegar a verdaderamente conocerlas; dedicarles la totalidad de nuestra atención y explorarlas a cabalidad con determinación, paciencia y delicadeza.
*Músico de Berklee College of Music.
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