El tratado de Trujillo, pionero del derecho humanitario de la guerra | El Nuevo Siglo
Domingo, 15 de Septiembre de 2013

Por Juan Camilo Restrepo.

Especial para EL NUEVO SIGLO

 

Como lo recuerda el General O ´Leary en sus memorias, “en la misma casa en Trujillo en que siete años y medio antes había firmado el terrible decreto de guerra a muerte”, el Libertador ratificó entre el 26 y 27 de noviembre de 1820 dos tratados fundamentales con el General Morillo. La historia los conoce como el “armisticio” y “el acuerdo sobre la regularización de la guerra” que entonces se libraba  en Venezuela. Contienda que concluyó pocos meses después con la batalla de Carabobo.

¿Cuáles son los antecedentes de estos dos tratados? ¿Por qué tanto el Libertador como el conde de Cartagena resolvieron suscribirlos? ¿Cuál es su importancia en la historia política de Colombia y en el desarrollo del derecho moderno de la guerra? ¿Puede afirmarse que “el tratado de regularización de la guerra” se anticipó  a lo que lo que el derecho internacional contemporáneo reglamenta como las normas mínimas humanitarias que deben regir la guerra entre las naciones?

El antecedente inmediato de los tratados de Trujillo hay que ubicarlo en el “pronunciamiento de Riego” en la península, y en el fracaso de la organización de la armada que habría de traer refuerzos a Morillo para la continuación de la reconquista de la Nueva Granada. En efecto, el primero de enero de 1820 el general Rafael del Riego y Núñez se subleva en Cabezas de San Juan cerca de Cádiz exigiendo el retorno a principios más liberales y el compromiso del absolutista Fernando VII de jurar y observar la Constitución de 1812 (La Pepa). De otro lado, un viejo empeño, reclamado con angustia por Morillo para que se le enviasen cerca de 10.000 de la península para proseguir la guerra en Venezuela (que se le estaba desmoronando), fracasa también por diversos motivos.

Militarmente hablando la situación de Morillo estaba pues gravemente comprometida; al paso que las de las fuerzas libertadoras crecían como espuma por el entusiasmo y las deserciones de los frentes realistas hacia los patriotas que desencadenó el triunfo de Boyacá.

Por último, Morillo recibió expresas instrucciones de Madrid para iniciar conversaciones con los patriotas americanos a fin de buscar alguna solución negociada  que permitiera, mediando la aceptación de éstos de la Constitución de Cádiz de 1812, seguir haciendo parte de la corona como Españoles- americanos.

En 1820 la situación militar era entonces desesperada para España en la lucha por preservar el dominio militar en el virreinato de la Nueva Granada, del cual apenas mantenía control en una estrecha franja del centro norte de Venezuela. Para las tropas patriotas una pausa en la campaña era también estratégica pues, entre otras cosas, y como lo relata también O ´Leary, estaban cortos de municiones al comenzar la fase final de la  batalla de Venezuela.

 

Golpe genial

 

Astutamente Bolívar aceptó y creció la original oferta de armisticio que le planteó Morillo desde mediados  de 1820. Como lo dice  quizás el mejor biógrafo de Morillo (Gonzalo Quintero Saravia, “Pablo Morillo General de dos mundos”), “…el 3 de noviembre la negociación da un importantísimo giro cuando, de manera magistral, Bolívar arrebata la iniciativa a Morillo y lo sorprende proponiéndole añadir al armisticio un tratado de regularización de la guerra. Es un golpe de efecto genial. El mismo Bolívar, que había decretado la guerra a muerte a españoles y canarios, es ahora quien aboga por la humanización del conflicto. Con esta iniciativa ampliaba el objeto de las discusiones y transformaba un simple acuerdo temporal por el que se suspendían las hostilidades en un tratado en toda regla entre iguales, que suponía, de hecho, el reconocimiento de la existencia de una República de Colombia”.

En efecto, en el tratado de armisticio, por el cual se señalaban unas zonas durante seis meses en las que no habría combates (las zonas que a noviembre de 1820 cada bando dominaba), se especifica que dicho tratado se celebra entre la corona de España y la República de Colombia.

Hasta ese momento los españoles y Morillo en especial nunca habían tratado a Bolívar y a sus tropas más que como rebeldes. Por eso, ocho años después, cuando Bolívar dicta sus memorias a Perú de la Croix se ufana de haber arrancado un éxito diplomático descomunal a Morillo con este reconocimiento. “El armisticio de seis meses, dice el Libertador en su diario de Bucaramanga, que se celebró entonces y que tanto se ha criticado, no fue para mí sino un pretexto para hacer ver al mundo que ya Colombia trataba como de potencia a potencia con España..”

 

Canje

 

El segundo tratado, el de la humanización de la guerra, reguló el tratamiento que habría de dársele a los prisioneros de lado y lado, al canje de prisioneros, a los desertores a los que se les respetaría la vida, y muy importante: a la población civil no combatiente. Todos los cuales habrían de ser tratados bajo estándares humanitarios propios de las naciones civilizadas. Quintero Saravia ha llamado la atención cómo este tratado de 1820 se anticipó en buena parte a las regulaciones del trato humanitario de prisioneros y de población civil ubicada en las zonas de conflicto que regularía posteriormente el convenio de La Haya de 1907 y el de Ginebra en 1949.

Y agrega: “éste tratado de regularización de la guerra supone un precedente de la labor de los convenios de La Haya y de Ginebra, y si los hombres mereciesen ser juzgados solo por sus mejores acciones, Morillo y Bolívar deberán haber pasado a la historia como precursores del moderno derecho de los conflictos armados”.

Luego de haber sido suscritos los dos tratados por los plenipotenciarios de ambas partes en Trujillo, Morillo solicitó conocer personalmente a Bolívar. Se convino un encuentro entre los dos generales en el pueblito equidistante de Santa Ana. Morillo se presentó con un imponente sequito de escoltas y acompañantes, y Bolívar, sobriamente vestido y acompañado, concurrió a la cita, dándole al soberbio general español una lección de modestia.

O ´Leary nos ha dejado la descripción célebre de la entrevista de Santa Ana. “Al aproximarse las dos comitivas, quiso Morillo saber cuál era Bolívar. Al señalárselo exclamó: “¿Cómo, aquel hombre pequeño de levita azul, con gorra de campaña y montado en una mula?”. No bien había acabado de hablar cuando el hombre pequeño estaba a su lado, y al reconocerse los dos generales, echaron ambos en el acto pie a tierra y se dieron un estrecho y cordial abrazo”.

El pequeño hombre de la levita azul le propinó así, con los tratados de Trujillo de 1820, un gigantesco golpe -ya no militar sino diplomático- al arrogante general de los dos mundos.