Por: Pablo Uribe Ruan
Especial para EL NUEVO SIGLO
EXISTEN diferentes argumentos que respaldan el apoyo militar que le está brindando Rusia a Basher Al-Assad en su lucha contra el Estado Islámico (EI), así como múltiples teorías que señalan que Vladimir Putin pretende reacomodar la geopolítica mundial valiéndose del “apoyo” al régimen Sirio.
Los que respaldan esta alianza plantean, por ejemplo, que Rusia es un socio histórico de Siria y conoce de cerca la problemática del islamismo radical como consecuencia de la lucha que ha enfrentado contra los radicales en Chechenia. Los escépticos, por su parte, ven esta alianza como un intento de Putin por desestabilizar la situación en el Medio Oriente con el fin de elevar el precio del petróleo. O, desde un punto de vista más político, que Rusia ofrece esta alianza anti-islámica a cambio del reconocimiento de Crimea y el régimen separatista en el este de Ucrania.
Lo cierto es que las fuerzas militares rusas ya están en Siria. Según un informe de Reuters y del Daily Mail, de Londres, las tropas rusas están en territorio sirio desde abril. Otros informes dicen que camiones blindados y transporte de personal se trasladaron a Latakia la semana pasada, principal puerto de embarque de Al- Assad, acompañados de aviones de la Fuerza Aérea rusa, los cuales aterrizaron en una pista que se construyó desde agosto.
SI bien el Kremlin no se ha pronunciado sobre la presencia de tropas rusas en Siria, la semana pasada la portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Maria Zakharova, dijo “le hemos estado suministrando armas y equipo militar durante mucho tiempo”. Declaración que no resolvió las dudas frente a la presencia o no de efectivos rusos en Siria. Sin embargo, desde hace unas semanas, Vladimir Putin ha dicho ante diferentes medios de comunicación que quiere conformar una “gran coalición” para luchar contra el Estado Islámico.
Sea lo que sea, la propuesta del primer ministro ruso llega tarde. Pues, como se sabe, Estados Unidos y Francia vienen adelantando misiones en territorio sirio para combatir al EI desde hace más de un año. Por eso Putin tiene que demostrarle al mundo la importancia de Rusia dentro de esta coalición, una tarea que parece difícil, pero que en la medida en que la guerra avanza y la situación se vuele más compleja, resulta necesaria.
La propuesta, de igual manera, se ve algo extraña, y llama la atención, no sólo por su atemporalidad, sino porque Rusia ha respaldado a Al-Assad desde el comienzo de la insurrección de los rebeldes en marzo 2011. El Kremlin le ha dado a Damasco armas, préstamos y cobertura política en el Consejo de Seguridad de la ONU. Pero está claro que Putin quiere jugar un rol distinto en la guerra civil Siria. ¿A qué se debe el giro de Rusia en la guerra civil Siria?
Razones históricas
El terrorismo islamista, desde que Putin inició su carrera política, ha sido un tema relevante en su agenda. No hay que desconocer que el mandatario ruso subió al poder, en el 2000, luego de una campaña que tuvo como base, casi exclusivamente, un discurso ani terrorista, en este caso, contra los separatistas musulmanes chechenos, cuyos atentados en 1999 en el Cáucaso Norte y Moscú, dejaron un saldo de 300 personas heridas.
Pero si se va más atrás de Putin también se encuentran varios episodios que demuestran que Rusia y el islam siempre han sido viejos conocidos, mucho antes de que Estados Unidos empezara su incursión en el Medio Oeste, tras la llegada de los Ayatolahs. Si bien, el mundo recuerda el fracaso de la USRS en Afganistán, en los años 80, este episodio no permite dilucidar cómo los rusos entienden, manejan y luchan contra el radicalismo islam.
Desde los tiempos de Lenin, los líderes soviéticos han considerado que más allá de atacar militarmente a los pueblos musulmanes, el papel de la URSR, como república eslava, era, precisamente, eslavizar a los musulmanes. Andrei Gromyko, canciller de la extinta Unión Soviética, sugirió innumerables veces que el extremismo musulmán se manejaba mediante un proceso de eslavización: asimilar a los musulmanes como eslavos, hacerlos parte de su cultura. Así ocurrió con los países orientales de la extinta Unión Soviética: Turkistán, Afganistán y Azerbayán, y otros países fronterizos.
La mezcla de comunidades eslavas con las tribus originarias de estas zonas suponía una coincidencia racial que dejaba en un segundo plano la religión, el islam. O eso, por lo menos, creían los líderes soviéticos. La excepción, sin embargo, fue Chechenia, cuyos pobladores tienen orígenes étnicos árabes y eslavos, pero su posición política y religiosa -son musulmanes- los ha llevado asumir posiciones radicales.
Siria no fue parte de ese proceso de eslavización, sino, por el contrario, siempre fue vista por los rusos como una aliada estratégica y respetable en el Medio Oriente; los rusos respetan a Siria, no la ven como un potencial país para invadir y eslavizar. Existen múltiples episodios históricos que relatan la cercanía entre estas dos naciones. Rusia, por ejemplo, apoyó de manera incondicional a Hafez Al-Assad, papá del actual dictador Sirio, en la Guerra del Yom Kippur contra Israel en 1973. Los dirigentes soviéticos denominaron a Al Assad como el ganador de esa guerra y celebraron la inclusión de la palabra “socialista” en el nombre de Siria.
Pero no sólo ese episodio ilustra los estrechos lazos entre Rusia y Siria. Por más de 40 años, durante la Guerra Fría, miles de rusos se trasladaron a Siria y muchos miembros de la élite siria -esa misma élite que mostró la revista The Economist bañándose en una piscina de Damasco mientras a dos cuadras se presentaba enfrentamientos y muertes- se educaban en las principales universidades de Moscú o San Petesburgo. Hablar ruso era tan primordial para la élite siria, como hablar francés para la élite rusa en el Siglo 19. Se estima que antes de que explotara la guerra civil en Siria más de 100.000 rusos vivían en territorio sirio. Así mismo, durante las últimas décadas las compañías rusas invirtieron miles de dólares; estas inversiones oscilaban entre los 20 mil millones de dólares.
Razones geopolíticas
Ahora bien, más allá de las relaciones históricas entre Siria y Rusia, en el fondo las razones geoestratégicas explican de una u otra forma el interés ruso de armar la coalición anti Estado Islámico. En el mapa sirio figuran tres colores: las fuerzas del régimen, amarillo; las fuerzas kurdas, verde; y el Estados islámico, gris. Cada vez que los organismos de seguridad de los países occidentales actualizan ese mapa, el gris se acerca más al amarillo y el verde permanece inmóvil en su posición. Assad ha perdido terreno y necesita ayuda. Así es.
Hay razones estratégicas de peso para Rusia. Siria es el punto de apoyo más importante que tiene en la región, porque bordea el Mediterráneo, Israel, Líbano, Turquía, Jordania e Irak ¡Qué ubicación tan privilegiada!. Dicen que Putin, el exagente, luego de asumir su tercer mandato, expandió el poderío naval ruso afuera del espacio marítimo ruso, más exactamente, en Tartus, Siria, construyendo una base naval de proporciones gigantescas. Sin duda es crucial mantener la base de Tartus como epicentro de su expansión naval en el Mediterráneo.
Y esta expansión geopolítica se logra apoyando a Al-Assad y demostrando un comportamiento más conciliador con Occidente. Rusia intenta retomar su poderío a nivel mundial. Para ello debe mejorar su relación con los países europeos, con Estados Unidos y Putin, en especial, debe subir en las encuestas, en las que está por el piso
¿Por qué Rusia se está comportando de esta manera? Algunos analistas advierten que Putin está preocupado, principalmente, por Ucrania, las sanciones occidentales que han paralizado la economía, la devaluación del rublo y la inflación. Estas razones, por supuesto, lo llevarían a conciliar con Occidente. Pero hay que tener en cuenta que Rusia actualmente afronta una guerra “fría” con Ucrania por el anexo de Crimea a su geografía y mantiene constantemente tropas en las zonas fronterizas. El costo de esa guerra es alto y si se le suma una nueva guerra en Siria, la situación económica podrían ser incontrolable por un gasto en defensa insostenible y otros problemas relacionado por su incursión directa en Siria, lo que la llevaría a repetir amargas experiencias como la de Afganistán en los 80.
La coalición
A pesar de los costos, Rusia insiste en liderar la coalición anti Estado-Islámico en Siria. En reiteradas ocasiones el país expuso su interés en coordinar esta afrenta contra el islamismo radical y unir esfuerzos con Occidente, especialmente, con Estados Unidos. El jueves pasado, los norteamericanos abrieron la posibilidad de iniciar discusiones tácticas con Rusia, planteando un tipo de colaboración “limitada”. De hecho, por más limitada que sea la cooperación, un gesto de este tipo nunca se había visto en la historia de estas naciones.
Estados Unidos, sin embargo, concibe la guerra en Siria de una manera diferente. Según el gobierno de Obama, el principal responsable de esta guerra es Basher Al-Assad, un punto que, parece, se va convertir en una piedra en el zapato. Pues Rusia, como se ha dicho, es muy cercana a la familia Al-Assad y considera que la única manera de combatir el islamismo radical es respaldando el régimen.
¿Rusia tendrá la razón? Por conveniencia política se puede decir que no. A ningún país le gusta decir abiertamente que apoya a una dictadura. Pero de acuerdo a las transiciones políticas que han experimentado otros países árabes, como Egipto, por ejemplo, es posible concluir que resulta mejor mantener una dictadura familiar que dejar ascender el poderío del islam radical. Los radicales se esconden detrás del discurso democrático, pero en realidad lo que desean es imponer un estado teocrático zuní (los miembros del Estado Islámico son Zuníes).
A su vez, otro punto que le molesta a Occidente es el comportamiento de Rusia con Ucrania. El año pasado el Pentágono rompió relaciones con Moscú después de que anexara a Crimea como parte del territorio ruso e invadieran Ucrania pasando por encima de todos los organismos multilaterales. En este tema parece que Rusia se la tiene que jugar. O deja de intervenir en Ucrania y se alía con Occidente en Siria o actúa por su lado y mantiene el teléfono roto con los países occidentales. El interrogante, en caso de elegir la segunda opción, sería si Rusia se metería en Siria sin el respaldo y la coalición occidental. Todo indica que no.
Obama cree que la celebración de conversaciones militares con Rusia sobre Siria es un paso importante y espera que se lleven a cabo lo más pronto posible, dijo al finalizar la semana el secretario de Estado, John Kerry. Algunos sectores norteamericanos, sin embargo, y medios de comunicación opositores en Rusia, han señalado que detrás de las buenas intenciones de Rusia se esconden alianzas con el terrorismo jihadista.
Según el periódico, Novaya Gazeta, de Moscú, el Servicio Federal de Seguridad ruso (FSB) había controlado el flujo de yahdistas desde el Cáucaso Norte, región donde se encuentran los separatistas chechenos, hacia Siria. La investigación del diario estableció que existía un “corredor verde” en donde las autoridades rusas le permitían a los jihadistas pasar los controles fronterizos hacia Turquía sin ningún problema con el fin de mantener a los radicales islamistas fuera de las fronteras rusas. Estas acusaciones, ciertas o no, también serán parte de la agenda que los delegados rusos y estadounidenses mantendrán en los próximos días.
De todas formas de lado y lado parece haber consenso en que se debe llevar a cabo la coalición. Como aseguró en entrevista con la cadena NBC Sergei Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores, el plan maestro debería respaldar el régimen de Al-Assad, en una alianza entre las fuerzas kurdas, las tropas iraquíes, Irán, Hezbolá, Rusia y las fuerzas occidentales. Lo cierto es que Kerry y Lavrov prontamente se verán las caras en Ginebra para discutir las condiciones de una posible coalición contra el Estado Islámico.
Una coalición que sería, en caso de que se lograra, una mezcla de odios, amores, desamores y tentativas. Sería unir a Estados Unidos con Hezbolá, cuando en 2005 los norteamericanos bombardearon el Líbano, especialmente los campamentos de Hezbolá. Sería unir a kurdos, católicos, protestantes y cristianos ortodoxos, por un lado, y a musulmanes, por el otro. Sería unir, por primera vez, así esté delimitada por los egos y las pasiones, a Estados Unidos y Rusia. Y sería, finalmente, acabar con el monstruo que acabó con Palmira, con Aleppo, con ese monstruo que se viste de negro y cree que todo lo puede, porque profesa una religión que para ellos revela la verdad absoluta.