Yo no creo que la reelección presidencial sea tan fácil como la pintan. O mejor, habrá que ver si ella fue motivo exclusivo del irremplazable Álvaro Uribe o simplemente una figura rutinaria para quien quiera usarla.
En principio, pareciera que reelegirse resulta supremamente fácil. Aquí, cualquier presidente tiene a la mano los congresistas a partir del reparto de prebendas y vocerías, llámese Unidad Nacional o como se quiera, de manera que es fácil volverlos jefes de debate, con la cola de gobernadores, alcaldes y concejales en las regiones. Todo depende de cómo se administre el ponqué, y las facilidades para acceder al presupuesto nacional, sin que por su parte nadie tenga posibilidades de enfrentar ese poder y disfrute, ni aún con lenitivos para distraer a la galería como la ley de garantías. Mucho menos bajo la anestesia de partidos incoloros, insaboros, indiferenciados e indiferentes, no opinantes, reducidos al letargo del país político y una exigua oposición, por lo demás decorativa, incapaz de volverse alternativa.
A ello súmesele, para avanzar el panorama, el poder presidencial sobre el país nacional, a través de subsidios a los pobres y contratos a los ricos (así por desgracia hay que hablar en Colombia por los índices de Gini), en que para los primeros se entregan las sumas multibillonarias del asistencialismo y a los otros se otorga el presupuesto en las grandes y necesarias obras de infraestructura o de catástrofes, como del invierno y tantas más. Por lo demás, el país estamental, desde las más altas a las bajas jerarquías, suele siempre estar con el poder de manera que chuleado, más en una nación que perdió el balance de poderes. Pero el tema no termina ahí.
Añádase el ejercicio bastante volátil de las encuestas, en que se mueve el país de opinión, donde cada vez que va a darse el trabajo de campo de algún sondeo, el Gobierno se mueve, alertado, para mostrar buena cara e influir con tal o cual dictamen en dicho sentido inmediatista. A ello adiciónese que el país periodístico se enfoca particularmente por lo anterior y teme de polarizaciones y desencuentros, preocupado de épocas recientes. Todo ello, resúmase, en medio de un país económico que ve ampliar sus recursos y posibilidades, no por ninguna acción gubernamental, sino por la baja de los precios en las manufacturas importadas y el ascenso en los réditos de las materias primas propias, a su vez en aumento productivo llámense petróleo o minería, o que después de paleras incontables avizora el despegue del país agrícola por la demanda mundial de alimentos y una estabilidad más cierta del país financiero, controladas además la mayoría de las variables.
Visto esto, la reelección, con algunas sonrisas y amabilidades, se vislumbra muy cerca del ejecútese y cúmplase. Mal dudé al comienzo. Falta por ver, desde luego, si los partidos podrán omitir las consultas estatutarias (encontrarán la manera), si el orden público se desboca (ojalá que no), si la crisis económica nos golpea (sería de lamentar), si el uribismo se domestica (ya se vislumbra que sí), pero bajo el escenario previsto a ningún presidente es dable fugarse de la reelección.