Ha cumplido un año en la silla del apóstol Pedro el Papa Francisco, el primero de origen latinoamericano en la historia de la Iglesia Católica.
Su elección en el último cónclave convocado en el Vaticano para designar al sucesor de Benedicto XVI, quien renunció, fue recibido con sorpresa y júbilo en su país, Argentina, y en el mundo. Desde el mismo momento en que fue designado en la votación de los cardenales, dio muestras de su sencillez al escoger su nombre, Francisco. Y luego en el ejercicio de la suprema dignidad eclesiástica sus dotes de pastor ajeno al protocolo, la rigidez y el boato, se hicieron patentes. Desechó toda clase de lujos.
El Papa Francisco en los doce meses de Pontificado ha dado pasos gigantescos en su propósito de renovación de la Iglesia. Siempre próximo a la gente está haciendo retornar a muchos que se habían alejado de la fe. Conquista el cariño de todos por su sinceridad, temperamento alegre, descomplicado, certero en sus respuestas y fiel intérprete de las enseñanzas de Jesús, con énfasis en los más pobres. El Papa detesta la ostentación y con su ejemplo ha despertado un sentimiento universal de afecto, respeto y simpatía sin precedentes.