- La hecatombe de Barcelona
- Terrorismo como costumbre infausta
No ha podido encontrar el mundo, luego de más de 15 años de terrorismo continuo, una forma que permita amparar a los ciudadanos inocentes. La horrenda situación vivida ayer en Las Ramblas, en Barcelona, en donde al menos murieron 15 personas fruto de la embestida de un automóvil conducido por lo que se ha dado en llamar desde hace tiempo “un lobo solitario” (terroristas que actúan por cuenta propia), es la demostración de que, por lo general, cuando se determina convertir a la ciudadanía en objetivo militar se logran, lamentable e indefectiblemente, los propósitos.
No vale repetir en cuantas ocasiones ello ha ocurrido en diferentes países de Europa durante los últimos meses. Ya se sabe, de antemano, que la sociedad civil puede ser víctima de la vileza y la alevosía en cualquier instante. Y se sabe, también, que ello es así porque las mentes calenturientas, obnubiladas por el fanatismo religioso, han decidido que cualquier elemento que permita derivarse de la cultura democrática occidental y del flujo del capitalismo es susceptible de la barbarie.
No está por ello, sin embargo, en ninguna parte del circuito occidental en peligro el mantenimiento del Estado. Es decir, que los “lobos solitarios” ni tampoco el ‘Estado Islámico’ tienen ninguna posibilidad de poner en jaque directamente a las estructuras estatales, como en cambio ocurrió de alguna manera con el atentado del 11 de septiembre de 2001, en los Estados Unidos. Pero en todo caso, si el Estado democrático de cualquier nación es incapaz de velar por la vida y la integridad de sus ciudadanos pierde, en buena proporción, su eficacia y su razón de ser. Y es ahí, justamente, donde radica uno de los grandes problemas. A estas alturas de las circunstancias resulta verdaderamente increíble que el mundo occidental, en su conjunto, no haya sido capaz de ponerse de acuerdo en alguna fórmula concertada que permita recuperar la seguridad ciudadana mundial. Todavía peor: no existe, ciertamente, ningún aparato tecnológico o mecanismo que permita enfocar claramente a los agentes del desorden y atraparlos antes de cometer sus fechorías. Es ello, a no dudarlo, y en una época de la más alta tecnología, un estruendoso fracaso en toda la línea, ya que pareciera que la vida cada vez cuesta menos y es más fácil de eliminar.
De nuevo se escucharon ayer las voces retóricas de todo el orbe, a través de un ingente número de mandatarios, para solidarizarse con España. No obstante, como se dijo, la ciudadanía mundial espera respuestas mucho más categóricas de sus dirigentes. De nada sirven las frases feroces, como las que a cada tanto emite Donald Trump, ni las promesas de atacar el terrorismo que hace Vladimir Putin, si no están acompañadas de acciones efectivas. El estado de zozobra en las grandes capitales del mundo y en las ciudades de mayor exposición cultural o turística está siempre a la orden del día. No es suficiente, sin embargo, con saber que el mundo está en crisis y que, por lo tanto, hay que ajustarse y vivir así.
Se pensó, precisamente, que el definitivo repliegue del ‘Estado Islámico’ en el Medio Oriente, a raíz del avance de las fuerzas de diverso origen, era un hecho ineluctable y que muy seguramente no se volverían a presentar casos como el de ayer, en Barcelona. Pero por lo visto en los últimos tiempos, a pesar de la toma de las ciudades principales donde dominaba esa organización yihadista, se constata que, por el contrario, los atentados en Occidente siguen cobrando víctimas, personas inocentes y desarmadas, que no tienen absolutamente nada que ver con la lucha en Irak y Siria.
Lo peor, sin embargo, es que los mandatarios universales están acostumbrándose a que esto sea así. Es decir, a que sus propios ciudadanos sean blanco del terrorismo indiscriminado y que ello se produzca como retaliación de lo que acontece en el Medio Oriente. No hay, pues, ninguna idea nueva, ni nada creativo, para impedir la ola terrorista mundial que tuvo de punto de inflexión aquel 11-S y que, paulatinamente, mantiene diversas caras camaleónicas como una etapa histórica de infausto desarrollo.
Hace no mucho tiempo el mundo lloraba el atentado de los fundamentalistas islámicos en la estación de Atocha, en Madrid. Ahora pasa lo mismo con el vil ataque en Las Ramblas, de Barcelona, uno de los lugares más concurridos del mundo por esta época de vacaciones de verano. Se espera, ante semejante reto, una mayor colaboración de todos los Estados y no sólo la misma retórica de la que hemos venido viviendo en los últimos años. Desde luego, nuestros más caros sentimientos para España, de nuevo sumida en tan dramáticos y luctuosos sucesos.
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