Un perfil cercano del dirigente conservador fallecido días atrás en su patria chica Cartagena, en donde dejó una honda huella.
La última vez que lo vi fue hace quince días cuando en compañía del común amigo y prestigioso abogado Álvaro Edmundo Mendoza Torres lo visitamos en su casa, en donde hablamos de lo divino y de lo humano, de lo actual y de lo histórico, y rememoramos viejos episodios de la política nacional y regional y lo escuchamos abismado trinar contra la campante corrupción, ahora disparada y remozada por la francachela electoral.
Orgullosamente cartagenero, con redomado arraigo en el barrio Pie de la Popa, de cuya tradición fue decidido impulsor, Joaquín Franco Burgos, el cariñosamente reconocido ‘Mono Franco’, juró no dejar este barrio ni después de muerto, lo que se ha cumplido con la disposición que de sus cenizas en la Ermita de este señorial sector cartagenero han hecho su viuda, hijos y nietos hace apenas unas horas, cumpliendo su última voluntad.
Pese a su irreductible modestia, que le llevó a declinar homenajes y reconocimientos por su meritoria y dedicada vida de servicio público, que sólo excepcionó hace un año cuando aceptó la imposición de la ‘Orden Rafael Núñez’, máxima condecoración del Departamento de Bolívar, por parte del gobernador de entonces Jorge Mendoza Diago.
En 2005, a mi regreso de España, me concedió un extenso reportaje con datos de su vida, apreciaciones y vivencias sobre hechos de la política regional y nacional de las que fue actor de primer orden, que hoy comparto con los numerosos admiradores de la labor política que durante más de medio siglo desarrolló en su querido terruño, en donde se cuentan más de cien obras de singular trascendencia, entre otras la educación de más de quince mil personas y la construcción de escuelas, estadios, colegios, acueductos y hasta la Plaza de Toros Cartagena de Indias, admirada mundialmente por la belleza de su diseño arquitectónico.
Sentido del deber
Al indagarle, en esa oportunidad, sobre la generalidad de su labor, se definió como “político, un simple cumplidor de su deber; parlamentario, concejal de Cartagena de Indias dedicado a buscar bienestar, especialmente en la educación, en su ciudad, su departamento y su región”.
En sus últimos años animadamente conformó una Enciclopedia, a la que diariamente le sumaba páginas producto del empeño para consolidarla y que definió como “una especie de enciclopedia de la cultura, sobre música, filosofía, arte, literatura y sus biógrafos, para que mis nietos la corrijan y en esa forma ellos puedan captar lo que estoy haciendo desde hace mucho tiempo y creo poder terminar en éste 2005”.
Los males del país los atribuyó de manera tajante a “¡La corrupción, más que la subversión! La corrupción general ha sido la culpable de todas las tragedias que vivimos y yo soy de las personas que se preguntan ¿qué diría Laureano Gómez con esta situación de corrupción que tenemos?, y mi respuesta es clara: ¡lo tendríamos recluido en un sanatorio de dementes! ¡Allí estaría Laureano Gómez frente a sus críticas sobre el estado de corrupción en que nos encontramos!”.
Tras una vida plena de servicios prestados como dirigente político, se quejaba de la distorsión de esa actividad y decía que “el político de hoy tiene la ventaja sobre el anterior, de que no se hace a compromisos. Yo tengo una tesis: si hay una persona que quiere lanzarse a alcalde de Cartagena de Indias, pongámosle a gobernador o a concejal, abre su comando, y el primer día van dos, tres o cuatro personas a saludarlo y a decirle que están de acuerdo con sus aspiraciones. Si ese político consigue que un mal periodista le publique en la prensa local o por la radio o por la televisión que él es un hombre deshonesto y que se ha robado diez mil millones de pesos, pues al día siguiente en su comando no cabrá la gente, porque todo el mundo irá donde ese político corrupto; porque el problema no es solamente el político corrupto sino el sufragante, porque nosotros, el pueblo, la sociedad, elegimos a los corruptos”.
Él, que amó intensamente a su ciudad, atribuyó su pérdida de rumbo “cuando floreció la corrupción del narcotráfico, porque los narcotraficantes, el poder de su economía, lo quisieron meter en la política, comprando casualmente políticos. Ahí se inició la verdadera corrupción”.
Cartageneros ilustres
Sobre cartageneros ilustres, dijo, tajantemente, “que el hombre más importante que ha dado la ciudad es Rafael Núñez Moledo” y también destacó “la honestidad y el principio de autoridad de Joaquín F. Vélez; pero, de las personas con las que yo he tratado, indiscutiblemente una cantidad de amigos, por ejemplo, tenemos a Raymundo Emiliani Román, Alfredo Araujo Grau, Eduardo Lemaitre Román, Juan Ignacio Gómez Naar, Rafael Vergara Támara, Miguel Facio-Lince López. Conocí y traté mucho a nuestro excelente y buen amigo Alfonso Romero Aguirre, fantástico tipo; tengo un gran concepto de los Vargas Vélez, gente honesta”, de quienes destacó haber evitado el dolor de asonadas el 9 de abril, cuando mandaron para su casa a algunos revoltosos liberales que quisieron repetir los desmanes de Bogotá en La Heroica.
En cuanto al éxito de su política, que se tradujo en un apoyo electoral abrumador durante 25 años, lo atribuyó “¡Simplemente, ‘a hechos y no palabras’!”.
Defensor a ultranza de las posibilidades que se generan con el estudio, no dudó en mostrar su satisfacción por lo logrado en este sector y señaló: “¡La educación! Cuando salgo a la calle y me encuentro con una persona joven y me dice Usted se llama Joaquín Franco Burgos y me señala ‘Yo quería conocerlo porque Usted me educó’, esa es la mejor obra mía”.
Heredero de dos linajes tradicionales de la costa, afianzados en el trabajo y la innovación de los hermanos Ambrosio y Francisco Franco, promotores de la telefonía local y cofundadores del actual Club Cartagena y de los Burgos, de la Hacienda e Ingenio Berástegui, el Mono destacó en las matemáticas y el comercio, del que hubiera sido potentado sino se dedica a la política, de la que solo le quedó la satisfacción del servicio.
Sobre Berástegui siempre tuvo palabras halagüeñas de lo que fue su actividad comercial y la asimilación de conocimientos y el encanto por la política que aprendió de su abuelo el General Burgos y de cuyo fracaso señaló: “El ‘Ingenio de Berástegui’ tuvo un problema: que nació cuando la depresión del año 30 y porque se formó una corporación en el Valle del Cauca que se llamó ‘Consorcio Azucarero’ que terminó con los ingenios de la Costa Atlántica”.
Igualmente se dolió, más que de su quiebra, del raponazo sufrido de manos del dictador de entonces Gustavo Rojas Pinilla, abuelo del suspendido alcalde de Bogotá, que se lo quedó sin pagar un peso, con abuso de poder según sus palabras, ya que “ante esa catástrofe económica quebró el ingenio y se llamó a licitación de remate, que se hizo en el año 1955 en un Juzgado Civil aquí en Cartagena de Indias, en donde se acordonó completamente el Palacio de Justicia que quedaba al lado del Teatro Heredia en la Plaza de la Merced y solamente se presentó una persona al remate, por teléfono, con un representante en el Juzgado: quien daba orden de ofrecer por el Ingenio, desde la Presidencia de la República a cargo de la dictadura al Presidente”.
“En esa forma no permitieron que otra persona pujara y para decirle la verdad yo recuerdo que mi señora madre, Dora Burgos de Franco, tenía unas acciones como heredera del general Burgos en el Ingenio y nunca le pagaron, pero esas tierras son de la familia del ex dictador Gustavo Rojas Pinilla”.
Servicios a Cartagena de Indias
En cuanto a su obra benefactora en Cartagena de Indias, siempre se dolió del mal destino que tuvieron obras conseguidas gracias a la gestión de sus auxilios regionales o parlamentarios, dentro de las cuales destacó el Círculo de Obreros, frente al hoy Centro de Convenciones, unas arcadas que se llamaban los Portales Porto o de los borrachos entre San Francisco y la iglesia de la Orden Tercera y que con una Ley conseguí que se le comprara a Fernando Díaz que era el dueño de ese inmueble por $100.000 del año 1959 y nunca he entendido por qué ese Círculo de Obreros de San Pedro Claver no sigue siendo el dueño de esa oficina en donde deberían estar todos los sindicatos de la ciudad”.
También, lo del episodio de la denominada Casa del Abogado, con las que se compraron unas oficinas en un edificio en La Matuna y cuando cambiaron de directiva se supo que la oficina estaba embargada, hipotecada y se perdió. ¿Cómo se pierde un auxilio fácilmente?; uno consigue la obra, y no el parlamentario, y quienes la ejecutan, la pierden”.
Cumplidor del mandamiento ‘amar al prójimo’, siempre insistió en “que la única manera de ir al cielo es con la caridad. La caridad hay que hacerla. No entiendo como una persona puede vivir en un palacio y saber que otra persona está viviendo en un tugurio. La única manera de justificar ese bienestar es sabiendo que hay diez o quince familias que gracias a su caridad no están pasándola mal”.
Admirador de San Pedro Claver, de él dijo que debería “ser símbolo de la paz, de la gente que gusta hacer el bien y quiero manifestarte con toda honestidad, que se le aprecia poco; muy poco de lo que tenemos de él aquí, que son sus restos”.
Fiel a su modestia, no dudó en decirme que prefería la permanencia de su obra sin el recuerdo de su nombre y se despidió diciendo: “Yo espero que la gente se haya olvidado de mí antes de que me muera”, lo que parece será imposible por la gratitud que despierta su obra, aún 20 años después de su retiro de la actividad pública.