Las caras de optimismo con que llegaron desde muy temprano del día al estadio de la calle 57 los hinchas del Santa Fe, se fue transformando en angustia con el correr de los minutos y las dificultades de los jugadores locales para vencer la resistencia del Deportivo Pasto.
Pero al minuto 70 llegaron al clímax con el tiro libre ejecutado por Omar Pérez y el cabezazo de Jonnatan Copete y el balón en el fondo del arco defendido por José Fernando Cuadrado.
Esta vez las lágrimas que rodaron por las mejillas de los santafereños, algunos jóvenes que siempre había vivido de la ilusión de ver a su equipo campeón y en cuyas mentes solo estaba el recuerdo de aquel 1975 cuando el equipo dirigido por Francisco Pancho Hormazábal dio la vuelta olímpica, gracias a las historias que les contaban sus amigos o sus padres, también seguidores del Expreso Rojo y muchos de los cuales se fueron a la tumba sin volver a ver a su santafecito lindo conquistar la anhelada séptima estrella.
Ayer, aficionados que ya había olvidado lo que era festejar un título y los que nunca lo habían podido hacer, llegaron muy optimistas a El Campín, pese a la lluvia que cayó en los prolegómenos del juego ante Deportivo Pasto.
Ataviados por camisetas del equipo, bufandas, chaquetas, banderas, cachuchas y demás distintivos del club de sus amores, soportaron la lluvia, la prolongada espera para que el árbitro diera el pitazo inicial y echara a rodar una vez más la ilusión, esta vez no apoyada solo en la garra de los jugadores, sino en el talento de Omar Pérez, la seguridad de Camilo Vargas, la entrega de la totalidad del plantel y la esperanza de los goles de Cabrera o Copete, quien finalmente fue el que los puso a festejar.
Fueron menos tensas las horas que transcurrieron entre la salida de sus casas, algunos a las 5 de la mañana, y el inicio del partido, que los 70 minutos que antecedieron al gol de Copete.
“Pero valió la pena” dijo un aficionado mientras se secaba las lágrimas que no pudo contener. Llanto de emoción, no de frustración como cuando se escapó aquella oportunidad hace cinco años, cuando el equipo era dirigido por Germán Basílico González.
Solo un susto, un sobresalto, un grito de desaliento salió de los 37.500 hinchas que colmaron el estadio de la 57 entre el minuto 70 y cuando el árbitro dio el pitazo final y fue en una oportunidad de gol que tuvo el Pasto. Lo demás fue solo ansiedad porque se acabara el partido para poder festejar, dar rienda suelta a los sentimientos represados, algunos por pocos años, debido a que son muy jóvenes y en otros a que pasaron 37 años de desencantos, pero sin dejar de amar al santafecino lindo.
Al escuchar el pitazo final, solo uno o dos aficionados intentaron invadir la cancha APRA dar la vuelta olímpica con los jugadores, pero fallaron.
El gramado de El Campín se llenó de directivos como César Pastrana, Edgar Plazas, Eduardo Méndez, Hugo Prieto y de los jugadores que estuvieron en el banco o en la tribuna, como Gerardo Bedoya y Germán Centurión.
Tanto en la cancha como en la tribuna se escuchaba la misma frase “esta felicidad es indescriptible”.
Y terminó la vuelta olímpica, los jugadores se fueron a festejar, como diría Bedoya, con gaseosa y sándwich, mientras que los aficionados fueron evacuando el escenario capitalino henchidos de emoción, pletóricos de felicidad y con la alegría de por fin ver a su equipo campeón.
Algunos, o muchos no se fueron a casa a celebrar sino que se quedaron en la calle gritando “hasta las seis de la mañana o hasta el miércoles o jueves porque hacía muchos años que no veíamos a Santa Fe campeón”.