El guía turístico que habita en la calle | El Nuevo Siglo
Sábado, 7 de Mayo de 2016

Por Catherine Nieto Morantes

Periodista EL NUEVO SIGLO

CRÓNICA. “Soy reciclador y miembro del comité central del secretariado mayor conjunto del glorioso FLÑ, el frente de liberación ñero, y nuestro propósito es que preferimos meter las manos en las bolsas y no en los bolsillos. Untamos las manos y no el corazón”. Esta es la frase con la que se presenta Sergio Amaya Barrios, un habitante de calle de 46 años, que reparte sus actividades entre el reciclaje y la guía de turismo.

 

Entre las 2:00 p. m. y las 6:00 p. m., Sergio merodea la Plaza de Bolívar con el fin de hacer lo que más le gusta: contar historias y culturizar a los visitantes, labor que cumple desde hace 6 años.

 

Aunque viste con blazer y una pinta muy casual, sus destacadas ojeras y apariencia dejada en el rostro y prendas, dan fe de su condición de indigencia.

 

Sergio capta la atención de 10 jóvenes, estudiantes de economía y provenientes de Barranquilla, quienes se detienen atónitos ante la lumbrera de este hombre que en su juventud alcanzó a cursar 6 semestres de historia en la Universidad Pedagógica Nacional y a quien le sobra la cultura para saber quién es el actual alcalde de La Arenosa.

Con un periódico bajo su brazo izquierdo, Amaya cuenta una de las razones por las cuales se convirtió en habitante de calle desde hace 14 años y el motivo de sus quebrantos de salud. “Hace 19 años era secretario cultural de la Pedagógica Nacional, estaba estudiando historia en esa universidad hasta que me torturaron”, afirma.

 

“Yo fui militante de la Unión Patriótica y sí había tirado piedrita, pero no más, no había alcanzado a llegar hasta la guerrilla. Yo era un chino cuando empezó el desangre de la nación, tenía clase de 8:00 a 9:30 a. m., fui a coger la buseta para irme a la casa de mis papás, unos maestros pensionados, a 2 cuadras de la universidad, donde pasaba mucho transporte. Había alguien que vio cuando unos tipos me agarraron a patadas y me subieron a la fuerza a un carro, ese alguien no era militante de izquierda, pero era estudiante y entonces no pasé desapercibido sino  que gritaban “cogieron al compañero, se lo llevaron unos hombres armados”, cuenta.

 

“Según Medicina Legal, con un bate de aluminio me fracturaron a garrote las dos piernas, me fracturaron el tabique, casi pierdo el ojo, me tuvieron que hacer cirugía plástica en el pómulo, el labio, el paladar y perdí mi hermosa sonrisa”, relata entre jocoso y consternado.

 

Las secuelas de aquel suceso aún están presentes en su cuerpo, pues debajo de su pantalón algo corto, se alcanza a divisar una gasa que cubre sus piernas y a través de ella algunos líquidos entre sangre e Isodine que brotan por su infección.  

 

“He estado por perder la pierna, tengo platino. Yo dije ¡me voy a morir!, me vendaron los ojos, me empelotaron y me amarraron, pero la toma de la Cruz Roja me salvó. Me tiraron con una sudadera en un pueblo cerca a Bogotá, muerto de frío pero yo no podía quejarme ni siquiera ver porque mi cara era una bolsa de sangre. Cuando recobraba la conciencia veía que se iba acercando una luz y era una ambulancia”. Sergio se salvó, pero aquel suceso lo dejó perturbado.

 

Entre una gran variedad de historias, los estudiantes deben seguir su camino, por lo que se despiden de Sergio, quien cierra su presentación con una frase cantada: “Que vivan los estudiantes porque son la levadura del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura para la boca del pobre que come con amargura caramba y zamba la cosa,  ¡¿viva la literatura!, ¿hasta cuándo?, hasta siempre”.

 

Este hombre de voz dulce no cobra tarifa alguna, tan sólo agradece una solidaria colaboración para pagar su refugio y su comida, pues siendo las 2:30 p. m., todavía no ha almorzado.

 

La historia, su mundo

Amaya Barrios no solamente se sabe la historia de cada lugar ubicado alrededor de la Plaza de Bolívar, sino la de muchos personajes y acontecimientos de Colombia, los cuales recita como leer la palma de su mano, con sutil estilo.

 

“Ese es el Palacio de Liévano, obra del arquitecto bogotano Julián Lombana, estilo neoclásico francés, funciona la Alcaldía Mayor de Bogotá y en los bajos de la edificación de esquina a esquina hay 20 plaquetas conmemorativas donde están consignados los 20 momentos históricos que han marcado la vida de la capital del país desde su fundación un 6 de agosto pasando cuando la eligieron como capital del Nuevo Reino de Granada hasta la toma del Palacio de Justicia”.

 

Continúa, “al costado norte el renovado Palacio de Justicia después de los sucesos del 5 y 6 de noviembre de 1985 cuando una columna guerrillera del M-19 se tomó las instalaciones del Palacio para hacerle un juicio popular al mandatario de ese entonces Belisario Betancur Cuartas en la retoma los militares como cosa rara, no les quitaron nada. Se tomaron el poder durante 48 horas, no atendieron las órdenes del presidente y en conclusión el edificio terminó en llamas”, afirma Sergio, quien en ese entonces estaba en la Universidad.  

 

Cantando cuestiona, “y dónde están los desaparecidos, busca en el agua y en los matorrales y por qué es que desaparecen, porque no todos somos iguales”, corta su oratoria y destaca, “yo soy muy romántico, a mí afortunadamente ya me pasó la crisis. Duré 4 años que recordaba y duraba temblando, pero ahora lo recuerdo y es una inspiración”, comentando sobre su tortura.

 

De cada lugar, sabe el arquitecto que realizó la edificación, su historia, sus personajes, cuáles son declarados patrimonio y en qué año, y además memoriza lo que dice cada placa representativa, “en la casa del padre del periodismo colombiano, Manuel del Socorro Rodríguez, hay una plaqueta en latín que en español quiere decir ‘atención espectador, tú que vas desprevenido por aquí saltó el Libertador Simón Bolívar, padre salvador de la patria el día de mi infanta noche septembrina. Septiembre 25 de 1828”.

 

La historia de la chicha tampoco es desconocida para él y corcha a los turistas nacionales cuando por cuestión de historia llega a la estrofa 11 del Himno Nacional, “¿No se saben la estrofa 11?, ustedes están yucas”, es decir no están en nada, mientras aquellos ríen.

 

En las mañanas, Sergio recoge el reciclaje, una de las entidades a las cuales les recolecta es a la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, la cual considera es una bendición, pues le abrieron un convenio para estudiar. “Cada 15 días en el SENA de 8:00 a. m. a 12 m. y de 2:00 p. m. a 6:00 p. m., veo  talleres de francés, inglés, patrimonio histórico y  resolución pacífica de conflictos patrocinados por la Fundación, gente distrital para la promoción del arte y la cultura.

 

Este hombre nacido un 17 de julio, busca aprovechar la oportunidad que le está brindando la vida para dejar de vivir en ollas y subirse un poco más a La Candelaria, un sueño que quisiera volver realidad. “Quiero oler a rico, no quiero vivir más en ollas. Tengo mis libros, mis cosas y ya me han dejado 3 veces con una mano adelante y una atrás, usted se imagina qué clase de vecinos tengo. Quiero tener mi TV, una pieza con bañito, cocinita. Yo solito con $1 millón me puedo sostener bien y me gustaría vivir en La Candelaria. La plata que hago a diario es para la comida, las curaciones y la piecita”.

 

Como Sergio, también está Carlos Rodríguez, Popeye, y otro compañero más, quienes se dedican a contar la historia a los visitantes, y por los que Amaya quisiera un desenlace mejor: “Unos periodistas me abrieron una cuenta en Youtube para contar cápsulas. Con ese respaldo y mi trabajo duro, quiero decirle a Peñalosa que hay 5 habitantes de calle que están capacitados para esto, para que reproduzcan con ellos lo que están haciendo conmigo y que el Estado nos patrocine”, cuenta con ilusión.