Examen de ingenios (Seix Barral, 2017) es un libro en el que José Manuel Caballero Bonald, Premio Nacional de Poesía, Premio Cervantes de la Letras, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, entre otros, brinda al lector los retratos de escritores y artistas hispanos que, como asegura Bonald en su introducción le han «atraído por alguna razón». Un libro que puede servir para que los lectores descubran curiosidades tanto de la escritura, la forma de trabajo y de la personalidad de diferentes figuras clave de la cultura iberoamericana.
El libro cuenta con anécdotas de Carlos Fuentes, Rafael Alberti, Rosa Chacel, Ana María Matute, Aurora de Albornoz, Rosa Regás, Carmen Laffón, Pepa Floreas, Álvaro Mutis, Juan Carlos Onetti, Josep Pla, Octavio Paz, Juan Rulfo, Antoni Tápies, Miguel Delibes, Ernesto Cardenal, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Paco de Lucía, entre otros.
Pío Baroja
“Comprobé entonces lo que ya había entrevisto a través de la iconografía de Baroja: lo mucho que se parecía a Lenin, sólo que en versión vasca”.
Bonald cuenta la visita que hizo a la casa de Baroja en donde una poetisa uruguaya o argentina se empeñaba en atosigarlo con frases como: “Tengo que comprarle otras babuchas, don Pío, no me diga que no” o “si hoy tampoco va a querer que le unte la pomada, me enfado”, una relación de la que Bonald concluye que Baroja “debía tolerar por pura inercia o por no disponer de ninguna contraofensiva adecuada, pero creo que acabó pidiéndole ayuda a su sobrino Julio Caro, o al grueso de sus fieles contertulios para desembarazarse de semejante rémora”.
“Nunca volví a ver vivo a don Pío. Algo después de esa agrisada vista, en el otoño de 1956, estuve en su entierro con Camilo José Cela”.
“El sexo, la violencia y críticas a la sociedad, temas característicos en la poesía contemporánea”
Entre los latinoamericanos sobresalen las siguientes semblanzas:
Alejo Carpentier
“Me encontré en La Habana con un Alejo Carpentier acicalado y comedido, con acento de francés de la Guayana, algo severo y algo absorto, de inciertos nexos entre sus modales y sus ideas, muy bien tratado por las fuerzas vivas. Se dedicaba entonces a una tarea rigurosamente ejemplar como director del Consejo Nacional de Cultura: la de la publicación de una Biblioteca básica de literatura española, en la que ya habían aparecido, en copiosas tiradas populares, obras de Jorge Manrique, Góngora, Valle-Inclán, Machado, Gabriel Miró, Bergamín, Ortega, García Lorca, Cernuda... Un proyecto editorial que, dentro de las dificultades de la Cuba revolucionaria, constituía un admirable paradigma”.
“El propio Carpentier se preguntaba en su libro Tientos y diferencias: '¿Qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real-maravilloso?'. Por ahí habría que rastrear, a no dudarlo, la significación de ese concreto sistema poético en la obra de Carpentier. Se trata, en todo caso, de una referencia ineludible para entender con suficiente precisión la novelística del escritor cubano. Desde Écue-Yamba-Ó (1933) a El arpa y la sombra (1979) -es decir, desde la primera a la última de sus novelas-, Carpentier no hizo otra cosa que afanarse por trasladar a la literatura una versión prodigiosa de ciertas inequívocas parcelas de la historia latinoamericana. No sería nada aventurado sugerir que Carpentier vuelve al origen legendario de la literatura: 'viaja a la semilla' para sacar a flote las fantasías que pueden infiltrarse en las apariencias de lo real”.
Jorge Luis Borges
“Soy de los que hubiese preferido no tratar personalmente a Borges, aun cuando sólo lo hiciera en ocasiones esporádicas: una reunión en la embajada argentina en Madrid, una comida en Alcalá de Henares, una visita fugaz en Buenos Aires. Ninguno de esos encuentros supuso una experiencia satisfactoria. Borges encadenaba juegos de ingenio, retruécanos, maledicencias, con una delectación desazonante. Imposible ensartar el hilo ordinario de una conversación.
El maestro era implacable en la elección intimidatoria de un discurso que los demás debían secundar en calidad de oyentes maleables. Los osados, los locuaces, los habituados a la reciprocidad discursiva no eran bien recibidos.
Sus charlas me parecían una plática deslavazada y funambulesca, con abundantes injertos de lucidez y sobradas muestras de donaire, donde reincidió en argumentar la inferioridad manifiesta de la novela respecto a los restantes géneros literarios, en especial la poesía y el relato corto.
La potencia de la poesía de Borges, esa síntesis verbal que también invade la singularidad de su prosa narrativa, continúa siendo para mí, salvo baches de poca monta, un acabado paradigma.
Pablo Neruda
“En una muy divulgada 'caricatura lírica' que le dedicó Juan Ramón Jiménez hay un juicio disonante, aparentemente arbitrario, que no debe considerarse al pie de la letra, o del que conviene desalojar sus remanentes extraliterarios. Dice Juan Ramón: 'Siempre tuve a Pablo Neruda por un gran poeta, por un gran mal poeta, por un gran poeta de la desorganización'.
Neruda defendió desde un principio una poesía 'impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilias, profecías, declaraciones de amor y de odio...'. No se trata de ninguna argucia justificativa, sino de una paladina declaración de principios.
Neruda rescata del fondo de las trastiendas originarias del idioma unas palabras deterioradas por un uso indebido, degradadas por la rigidez limitadora de las academias, y las rehace, las dota de una nueva entidad significativa. El poeta se apropia, efectivamente, de un aluvión de equivalencias poéticas de la realidad que incluía, aparte de una serie de elementos oriundos de la tradición, lo que podrían ser sus variantes más contaminadas de impurezas, entendiendo por impureza lo reñido con toda clase de lirismos convencionales.
Octavio Paz
Pero la semblanza más elogiosa que escribe Caballero Bonald tiene un nombre mexicano: Octavio Paz. Sus palabras son realmente significativas de lo que fue la relación que estableció Bonald (durante el periodo que vivió en Bogotá, Colombia y sus viajes por el continente) con una Latinoamérica que veía proliferar a obras ya consagradas de la literatura iberoamericana.
Conocí a Octavio Paz en Sevilla, en casa de Pachi y Eduardo Osborne, aunque no consigo concretar por qué estaba él allí ni qué hacía yo en aquella hospitalaria casa del barrio de Santa Cruz. A partir de entonces coincidí con Paz en diversos escenarios y oportunidades, desde su ámbito natural al mío, desde Ciudad de México a Sanlúcar de Barrameda. Me sabía de memoria muchos versos sueltos de Libertad bajo palabra, pero nunca encontré el momento adecuado para confesárselo. Esas cosas, ya se sabe, requieren su oportunidad y su melancolía.
Octavio Paz llegó a ser para mí un escritor-un poeta- modélico. Tal vez la última fase de su poesía había ido adquiriendo una cierta condición hierática, de lenta desecación, pero eso quedaba desplazado por la potencia general de su obra, cuyas cotas iluminativas llegué a asociar a mis más vinculantes predilecciones estéticas. Al margen de sus libros de poesía, de tan singular relevancia algunos, lo que verdaderamente me fascinó fue la poética de Paz, la filtración de esa poética en los entresijos de su prosa ensayística.
Paz ahonda en lo no visible de la realidad, supedita el pensamiento lógico a la fabulación intuitiva, entrelaza lo imaginario con lo fidedigno. Fue un escritor prolífico. Su obra -poesía, ensayo, historia, correspondencia, traducciones- debe rondar el centenar de volúmenes. Hay algo en toda esa extensa, luminosa y vigilada producción que supone una unánime voluntad creadora. Me refiero especialmente al rigor intelectual y a la excelencia del estilo. Octavio Paz es siempre un inolvidable descubridor de mundos poéticos. De pocos puedo decir tanto”.
elportalvoz@ateiamerica.com Revista cultural con sede en Madrid, España.
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